Los Halcones se llevaron la victoria en un partido soñado, por los cuartos de final del Mundial B de hockey sobre patines, y se metió en semifinales: mañana enfrentará a Sudáfrica.

Con el mayor de mis respetos, no sé cuántos de ustedes han conocido un gimnasio que bufa, una tribuna que patina, una ciudad que ahora, además de ir a la escuela, al liceo, viajar a Montevideo para trabajar, parar en el club, comerse una pizza en la plaza o, de vez en cuando, romperse la boca en El Rancho, vibra así por una camiseta que es la de todos cuando ese “todos” es convocado por deportes masivos, pero que sigue siendo de todos aunque se restringe el universo a sus pocos practicantes y, hasta el sábado pasado, a sus pocos fieles.

Eso fue Canelones anoche, toda la semana, repletando el Sergio Matto y rindiéndoles sana y vecinal pleitesía a sus nuevos ídolos de las 21.00, que por una semana no fueron ni las protagonistas de Insensato corazón, ni los naipes del club, ni el Facebook, ni el Bambino Pons, ni los virtuales ídolos del Playstation.

Cuál puede ser el impacto para que se forme esa ola de calor humano, natural, artesanal, sin haber pasado por ninguna cadena de producción de sentimientos, más allá de la empatía que puede generar una sudada camiseta celeste en, ponele, un recepcionista en una mutualista médica, como lo es el 5 Martín Battistoni, que con una rodilla medio deshecha le metió un vendaje fuerte y salió a fajarse con los tulipanes, o en Mateo Scarpitta, que vive revisando discos duros, circuitos integrados y esas cosas que hacen los técnicos en informática, o en el joven y seguro Mauro Corbo, que la mayor parte de sus días, en vez de esperar que le pasen una bocha para meter una patinada y un buen palazo al gol, se anticipa a sus potenciales compradores del reparto de cigarros.

La verdad es que hace una semana nadie tenía la más puta idea de cómo se jugaba, cuántos integran el equipo, cómo eran las áreas ni cómo se ejecutaban los penales, pero había un Mundial en Canelones y un Mundial es un Mundial, por eso casi no hubo canario que no pensara en tirarse hasta el Sergio Matto a ver aunque más no sea un poquito de una práctica.

Y así, con las banderas de Uruguay, el azucarero para el mate dulce, los gurises correteando en los únicos resquicios libres que quedaban en las tribunas, el “¡¿qué cobrás?!” aunque uno realmente no sepa qué se está cobrando, se aprendió a identificar el patinar pujante y elegante del capitán Claudio Maeso, que como hace más de 30 años que se subió a los patines, a veces corre como si sus calzados no tuviesen ruedas, gambetea, engaña con caderas, palo y frenos y sale con sus brazos en alto y una sonrisa enorme que ese gurí de championes rotos y cara curtida guardará para siempre como una alegría iniciática.

Uruguay dio todo, como siempre, anoche, ante los holandeses que literal y metafóricamente tienen un juego sobre patines, y por ello fue mucho más linda esa sensación de haber sido dominador neto y pleno en la primera parte, que terminó con un impensado 4-0. Y ni te digo el final con el 6-2 , el estadio atronador con el “soy celeste” y los niños apilándose sobre Claudio Maeso.

Ahora, hoy, empiezan a jugar para ordenarse de la mejor manera posible de los puestos quinto al noveno, y mañana, las semifinales por el título y por los tres cupos para el Mundial A en Luanda, Angola, el año que viene. En esos cruces definitivos se enfrentarán Inglaterra -que ayer derrotó 3-1 a los chinos de lengua portuguesa de Macao- y Austria, que con tanteador de 4-1, aunque con más dificultades, superó a Egipto en el segundo partido de cuartos de ayer. La otra semi, como ya está dicho, quedó compuesta por Sudáfrica -venció a Israel 5-0- y Uruguay, que sigue soñando en patines.