El viernes 30 por la tarde el cielo amagaba con desatar una gran tormenta, pero finalmente eso no ocurrió. Esto permitió que la fiesta de entrega de diplomas no se arruinara y que los jóvenes que estudian, de los distintos centros de la Colonia Berro, pudieran celebrar parte de sus logros al aire libre.
El clima en la escuelita de la colonia era bastante diferente al reflejado en el trayecto que se hace ingresando desde la entrada cercana a la localidad canaria de Suárez. La triste imagen que se desprende desde centros como Sarandí o Piedras contrastaba con la fiesta que empezaba a armarse en el patio del lugar destinado a estudiar.
Hasta la actividad fueron trasladados algunos de los jóvenes que estudian, los que tienen permitida la salida. En horas de la mañana se había hecho la entrega de diplomas dentro de los hogares con los que, por su sentencia o su comportamiento, tienen prohibido salir o juntarse con los otros chicos.
Si bien la fiesta fue integradora por incluir a internos de los distintos hogares de la colonia, casi todos conversaban con quienes suelen compartir la cotidiana o con viejos conocidos de los otros centros.
Por momentos el clima de celebración hacía olvidar que se estaba en un lugar donde menores de edad y mayores de 18 que los cumplieron allí dentro están privados de libertad por cometer robos, homicidios u otros delitos. Se caía en la cuenta al ver a algún funcionario del INAU que sostenía varias esposas en las manos y al reparar en los cortes y cicatrices que marcaban rostros y brazos de los homenajeados; heridas de la calle o de allí dentro, hechas por otros o por ellos mismos. También el control que había en la puerta del patio de la escuelita era un indicador de la situación. No obstante, no era mucho porque no era necesario: quienes estaban allí se habían ganado el derecho de estar en el festejo y eran conscientes de que intentar transgredir algunas reglas tendría consecuencias para ellos y para todo el grupo.
Materia a materia
Algunos celebraban por unas pocas asignaturas aprobadas, otros por varias y hasta de diversos grados de liceo. Unos enumeraban detalladamente cuáles eran las materias salvadas y otros no: no recordaban exactamente por qué celebraban. Lo importante era festejar y ser protagonistas de un homenaje, independientemente de las metas educativas.
Ése fue el ejemplo de Damián, de 17 años, que permanecía en el centro Ariel. Comenzó denunciando ante la diaria, entre risas, que le daban de comer poco, aunque reconoció que en los diez meses que llevaba ahí había engordado unos cuantos kilitos; cuando fue consultado por las materias aprobadas no recordaba con claridad qué había estudiado: “Salvé Matemáticas de primero y no sé qué más”. Uno de los educadores, que estaba cerca de él, acotó: “Matemáticas e Historia” y él lo confirmó asintiendo con la cabeza.
Al ser consultado sobre su futuro y si tenía interés en seguir estudiando respondió: “No sé qué voy a hacer”. Indicó que tiene tiempo libre para pensar pero luego se contradijo: “Por ahora no pienso nada porque estoy encerrado”. “Son muchas cosas para pensar y no me gusta. Y ta, ya no quiero hablar más”, señaló y así terminó la charla que había empezado en tono de broma.
Jesús, en cambio, sí lleva la cuenta de las materias aprobadas de cuarto de liceo. Tiene 18 años y es el único de su centro que cursa cuarto año, circunstancia que representa una ventaja y una desventaja: lo bueno es que cuando los profesores le explican lo hacen a él solo, lo malo es que no tiene con quien estudiar. “Antes de estar acá, en la calle, yo estaba estudiando, había empezado a hacer bachillerato de Deporte. Caí y ahora estoy estudiando porque sirve para distraer la cabeza y para mantener las mismas metas”, resumió. Hacer profesorado de Educación Física es su meta. Sostuvo que la concreción allí dentro depende de “uno mismo”, aunque el entorno influye, para bien o para mal. La voluntad está también en juego. “Si uno mismo tiene la voluntad para seguir, su meta la logra cueste lo que cueste”, puntualizó.
En cuanto a las posibilidades de estudio dentro de la colonia, dijo que aprende más ahí que en un salón de liceo, porque son menos alumnos para un profesor y la atención es más personalizada.
A este punto se refirió Karina Adorian, coordinadora por Secundaria del programa Áreas Pedagógicas dentro de la Colonia Berro. Indicó a la diaria que la educación es personalizada y que depende de cada chiquilín, porque los que llegan hasta ahí son los que realmente quieren estudiar o aprovechar la oportunidad. Hay chicos que son capaces de preparar un examen en un mes, mientras que a otros les lleva mucho más tiempo.
En promedio, en la actualidad, dan clases a unos 120 jóvenes que cursan materias de uno o varios grados al mismo tiempo. El convenio rige desde 2008 y es constante la rotación de la población. “La experiencia es impresionante, muy positiva. Cuando se le da un espacio y herramientas, el joven aprovecha”, sostuvo. Valoró la reinserción educativa como uno de los aspectos más importantes del programa. “Éstos ya están en Secundaria, ya los ingresamos y forman parte de lo que es el sistema, así den un examen solo”, puntualizó.
Por su parte, Alfredo Silva, profesor de Física, definió el espacio educativo como “muy disfrutable”. Ya jubilado de Secundaria y vuelto a engancharse en la tarea, expresó: “Es el lugar en el que siempre quise estar sin saberlo. Es un lugar que te compromete”. Eso ocurre porque se llega a una “población especial”, donde hay que mover “ciertas estructuras” al tiempo que hay que tener “cierta cintura”. Compartió que lo que más disfruta es el recreo porque se presta para entablar conversaciones informales, en las que los docentes les pueden transmitir que ellos tienen que conformar “un historial personal de futuro que los aleje del camino por el cual llegaron acá”. Durante el transcurso de las clases se va generando un vínculo cada vez más cercano con quienes concurren a clase, y si un día un docente falta los estudiantes suelen recriminar y pedir explicaciones por la ausencia. “Se acostumbran a verte y esperarte, y a recriminarte si un día no venís”, expresó.
“Es un trabajo muy disfrutable que la sociedad no conoce; hay estigmas y prejuicios sobre la población de acá. Sabemos por qué llegaron, pero no son seres descartables ni despreciables, sino que son muy ricos muchos de ellos, altamente recuperables”, concluyó.
Dígalo cantando
Luis y Maximiliano, ambos de 16 años, rapearon a dúo una canción en la entrega de diplomas. A Luis lo llevó hasta la colonia su adicción a la pasta base, lo que también lo condujo a abandonar el liceo. Consultado por lo que se llevará a su casa el 28 de diciembre, cuando termine su sentencia, comentó: “Me llevo Sanitaria, Música y Panadería. Me llevo algo que en la calle nunca me lo iba a llevar, una oportunidad para un futuro mejor”. Hace siete meses que está y, sin embargo, no siente ganas de salir. “En realidad, me puedo ir porque estoy en un hogar abierto [Cerrito], pero no me quiero ir por los gurises, porque yo los aprecio a los gurises”, comentó.
El tema que cantaron con Maximiliano lo compusieron cuando estaban “medio de bajón”. La información que les llega de afuera, de su familia, de la calle, es lo que los bajonea, y en un taller de Música que dicta dentro de la colonia una asociación civil de proyectos culturales (Procul) lograron darles forma a sus sentimientos negativos.
Jonathan, de 18 años, también transformó en productivas sus horas libres mediante la música. En el taller le escribió una canción a su hijo de ocho meses y la compartió con el público presente. “Hijito, te extraño. Tu ausencia me hace daño. Desde que te perdí yo siempre pienso en ti. Pasan meses, pasan años. Cada vez se hacen más largos. Pero en mí te estoy llevando y así te tengo a mi lado… y así te tengo a mi lado”, son los primeros versos.
Si bien su sentencia es hasta julio de 2013, espera poder salir antes por sustitución de medidas. Dijo tener todo primer año de liceo completo y está tramitando la Cédula de Identidad para poder comenzar a trabajar en el Correo a partir de las gestiones de educadores y asistentes sociales.
Cayó detenido por robar; aclaró que no quería plata para vestirse, sino para darles de comer a su hijo, a su sobrino y a su hermano menor. La pobreza económica y social fueron los factores determinantes, también las pocas oportunidades de trabajo. Optó por robar en vez de pedir ayuda porque muchas veces ya había recurrido y a eso se sumó que el hecho de ser menor de edad constituía una dificultad para conseguir trabajo. “Caí un mes antes de mi cumpleaños; si hubiera caído de mayor hubieran sido 14 años de encierro”, comentó. Agregó, en relación a su detención durante su minoría de edad: “Corte que me dio otra oportunidad”.
Consultado sobre la baja de la edad de imputabilidad, indicó: “Está de menos eso porque ¿dónde se ha visto a un gurí de 16 años en una cárcel de grandes? Hay gurises que los ves acá y decís ‘están re chiquitos’, imaginate en una cárcel de grandes por lo que pueden pasar. Acá es una viña, en el Comcar y en el penal [de Libertad] no, ni en La Tablada tampoco, ni en Las Rosas ni en ningún lado”.
Se mostró seguro de que la iniciativa propuesta por sectores de los partidos tradicionales no prosperará porque “hay mucha gente en contra”. Jesús también opinó que es difícil que se concrete la baja de la edad de imputabilidad. En relación al tema opinó: “Yo no estoy de acuerdo, en realidad pienso que es mejor rehabilitar a los pibes que trancarlos [mantenerlos en prisión]. Es mejor darles una oportunidad para que cambien que para que sigan trancados y no cambien”.
Andrés Mirza, docente del taller de Música gestionado por Procul, también se refirió al tema. Catalogó la realidad que viven los chiquilines allí dentro como algo que la sociedad “conoce muy por arriba”. “Como sociedad no nos damos cuenta de que lo importante acá no es si bajamos o no bajamos la edad [de imputabilidad penal], sino qué propuesta generamos, qué vías de salida generamos para estos chicos”, opinó.
En lo personal considera que es necesario que haya centros de contención una vez que los chiquilines salen de la colonia, para que no vuelvan a caer en la misma situación que al ser internados, porque su entorno suele seguir igual que antes. También plantea como alternativa a ese camino a seguir la generación de espacios donde ellos puedan pensarse a sí mismos desde otros ángulos.
Eso es justamente lo que promueven en el taller. A medida que avanza el trabajo, el concepto de libertad se va transformando. “En un primer momento cuando les decía ‘qué es la libertad’, decían ‘es estar afuera’, y en el proceso reflexivo se fueron dando cuenta de que la libertad no tenía que ver con un proceso de estar adentro o afuera, sino con lo que pasaba dentro de la cabeza de ellos, con las libertades o espacios que iban ganando dentro de sus propias mentes. Se dieron cuenta de que no es solamente el hecho de salir hacia afuera, que ellos pueden salir pero si se dejan llevar por la manada no están siendo libres”, opinó.