Si los antiguos griegos te remiten a la cultura, los uruguayos te deberían remitir al fútbol. La cultura del fútbol tiene su soporte en Uruguay y fueron los uruguayos los que generaron, inventaron el símbolo de victoria de una competencia o torneo, más masivo y universal. Fue el 9 de junio de 1924, cuando los parisinos, enloquecidos por la inigualable forma de practicar fútbol de los uruguayos, no dejaban de saludar parados, quemándose las palmas y arrojando sus ranchos de paja al campo de juego como ofrendas por el juego que los llevó a aquel título olímpico-mundial. Fue en ese momento que el Terrible, José Nasazzi, que apenas tenía 23 años y 15 días, guió a sus compañeros a dar una vuelta al campo en agradecimiento a los agradecimientos y como una forma de expresión de la alegría. Unos meses después el Mariscal volvió a dar la vuelta olímpica con la celeste y en el 26 y en el 28 y en el 30 y en el 35 y cuando se desambiguó el Uruguay futbolero del triunfo la vuelta olímpica se instaló en el mundo del deporte como celebración de lo obtenido.

La polémica, discusión y finalmente determinación de Peñarol de no celebrar el título de campeón con una vuelta olímpica no es más que un desvío y una determinación de mercado, que no hace otra cosa que descalificar y minimizar el logro deportivo en una competencia que desde su inició en 1994 tiene valor por sí mismo y, como todos saben, se trata de un torneo, con inicio y finalización, y que determina no sólo un campeón, sino hasta clasificaciones a torneos internacionales. Hoy no podríamos imaginar que en aquel invierno de 1994 los jugadores de Defensor Sporting, el primer histórico ganador del Apertura, se fueran mansos de la cancha sin dar la vuelta olímpica. O la del 95 en su segunda edición y en la primera que hubo finalísima después del affaire Fernando Álvez, golero de River, pero jugando para Peñarol en el último partido del campeonato, cuando con tiro libre de Pablo Javier Bengoechea alcanzó a Liverpool que ya estaba por empezar la vuelta olímpica en el Franzini. La noche que se jugó la final que Peñarol le ganó 2-0 al Liverpool de Puppo a nadie se le hubiese ocurrido que no hubiese vuelta olímpica. Lo mismo en el 96 el primer y último doblete de Peñarol. Hay registro de vuelta de las veces que lo ganó Nacional, e imaginate Danubio, Defensor y Rocha, con la vaca, que se pusieran a pensar que no valía la pena festejar el título con la vuelta olímpica.

El campeón del Apertura -difícil pensar que un club no lo incluya en su papelería oficial- no sólo consigue inscribir su nombre en la historia de la Asociación Uruguaya de Fútbol como ganador de un título oficial de competencia, sino que además de la copa asegura su participación en un torneo internacional de la Confederación Sudamericana de Fútbol-Sudamericana 2013 o Libertadores 2014. En el marco del “no se ha ganado nada” -profunda negación de la competencia arreglada a derecho con reglamentación, inicio y fin que determina un campeón-, Peñarol ya asegura que sera uno de los dos o tres equipos que estará en la definición de la Copa Uruguaya 2012/2013. Serán dos si cualquier otro club gana el Clausura y, además, termina con más puntos que todos en la suma de los torneos Apertura y Clausura, y serán tres si otro club que no sea Peñarol gana el Apertura, y otro que no sea ni Peñarol ni el ganador del Clausura termina con más puntos que todos los demás en la suma de los dos torneos.

Sólo se trata de encontrarle la vuelta o un criterio válido para negar un festejo propio, natural y nuestro. Si los centenares de miles que salieron a festejar en cada población de nuestro país hubiesen estado sobre el césped del Centenario seguro le hubieran encontrado la vuelta.