Hay un aura mágica, épica, que se percibe al traspasar el portal de ese vestuario visitante serio y en tensión. Es como si un timador de ilusiones muertas jugara con el reloj de la historia e hiciera reaparecer aquellos efluvios de gloria que una vez se tamizaron entre aquellos bravos seguidores, concubinos perennes de la gloria aldeana, y aquellos robustos héroes vecinales que hicieron de la roja un colectivo avasallante y heroico. Entrás y algo te avisa que estás ante un acontecimiento cargado del sincretismo que ha logrado desarrollar el espíritu deportivo uruguayo, que permite imaginar grandes gestas cuando la lógica impide cualquier desarrollo esperanzador.

De un lado están los jóvenes y soñadores futbolistas de Florida, potenciadores con su juego y sus ganas de la última resurrección de la albirroja. Del otro lado, con el paso cansado y el desgaste de tantas noches de gloria y de las otras, están los viejos héroes de tantas otras camisetas que han llegado hasta ahí con la roja de Colonia en el pecho para reeditar aquellos años mozos. Tienen los sueños siempre nuevos como los de los jóvenes que los acompañan, y saben que cada noche siempre hay un sorbo de gloria.

Yo no sé cuándo fue la primera vez que leí o me contaron el episodio de Santa Beatriz en Perú 1935, cuando los cansados héroes uruguayos contra todos los pronósticos dieron cuenta del armonioso y goleador equipo argentino en la final del Sudamericano, dando lugar al mítico nacimiento de la garra charrúa. Sí sé que me atrapó para siempre y vibro, disfruto y me subyuga cuando esos colectivos desahuciados para los ilógicos lógicos de los destinos revelados logran superar esas instancias imposibles para los refutadores de leyendas.

Así llegó Colonia a Florida el sábado pasado. Para muchos, muchísimos, no era más que el partenaire, el actor de reparto de la fiesta que el propio elenco floridense había propiciado con su victoria de visitante 2-1. Para ellos significaba remarla otra vez de callados y pelearla, como fue cuando los daban como eliminados en la primera fase, como fue cuando debieron ir a los penales en Durazno...

Colonia es un equipo que defiende su vieja gloria. Pocas luces, muchas ganas -que no quiere decir huevo- y oficio de ganadores. Muy bien. Por eso ganaron. ¿Cuántas pelotas ya alejó en su vida Piero Cesaroti? ¿Cuán cansadas están las anchas caderas de Daghero? ¿Cuántas calesitas habrá hecho el Monito Bordón? ¿Cuántas veces habrá picado el Mono Mignone? No importa, no se cuentan, o sí, pero lo que cuenta es ese sedimento de deseo, de puedo, de hay que soñar y dejar todo, que hace -hizo- que Colonia fuera campeón una vez más.