Para quien gusta pasarse horas entre las miles de páginas y ficheros de la Biblioteca Nacional, entrar al recinto siempre tiene una dosis de emoción; es la posibilidad de sumergirse un rato en escritos de otras épocas y lugares, de dialogar con lo que está detrás de la letra impresa. Desde hace un par de años la fachada luce distinta, tiene rejas y también una rampa que habilita, por fin, el acceso a personas en silla de ruedas. También cambió la fisonomía del hall, a la izquierda está la sala Julio Castro, a la que puede accederse con material propio, está climatizada, tiene los diarios del día y, efectivamente, es usada por decenas de personas.

La situación que existe a la interna es someramente conocida -o padecida- por los lectores y en menor medida por el resto de la población. La sala principal no tiene calefacción, algunos materiales no pueden retirarse por estar en reparación o para encuadernar y las medidas gremiales limitan a los usuarios. Fotos tomadas por los trabajadores muestran montañas de diarios apilados en el piso esperando para ser encuadernados y sin el microclima apropiado. Por otra parte, el sector de diarios cuenta con un solo funcionario y las áreas para investigadores, como sala Uruguay, abre sólo cuatro horas y en la tarde.

Carlos Liscano, director de la biblioteca desde marzo de 2010, resaltó cuestiones en las que se ha avanzado y que no están a la vista del público general: la reparación de las 15 claraboyas, la digitalización de la base de datos, el retiro de 35 camiones con basura, el arreglo de techos y paredes a partir de un convenio con el Ministerio de Desarrollo Social y los avances en la colección de autores uruguayos y en la investigación científica y creación de conocimiento. El lunes se firmó, luego de un año y medio de negociación, el convenio para reabrir la biblioteca los sábados de 9.00 a 14.00.

El quid de la cuestión

La Asociación de Funcionarios de la Biblioteca Nacional (AFBN) se declaró en conflicto el 1º de diciembre de 2011, cuando se cumplió un año de la entrada en vigencia del decreto que estableció las seis horas de trabajo para el escalafón técnico. Un bibliotecario en la actualidad gana cerca de 26.000 pesos nominales; en 1994 acordaron trabajar 20 horas semanales, en lugar de 40, por considerar que la remuneración percibida era insuficiente. Sin embargo, a partir del decreto de 2010 trabajan 30 horas semanales por el mismo sueldo. Previo a la entrada en vigencia de ese decreto, Liscano les había ofrecido una compensación de 1.500 pesos a cerca de 20 bibliotecarios de la institución, pero el gremio se negó por considerarlo insuficiente; finalmente debieron cumplir ese horario sin recibir ni un peso más.

Tanto los funcionarios como Liscano aseguran que la relación ha sido “tensa” desde un comienzo. Por eso, la negociación se desarrolla en la Dirección Nacional de Trabajo (Dinatra). Allí los trabajadores propusieron que hubiera un corrimiento de la escala salarial: que los escalafones subieran tres grados para todos. En la reunión del lunes en la Dinatra, la Oficina Nacional de Servicio Civil les dijo “que eso no era posible porque hay una escala salarial propuesta para toda la administración central y los sueldos de la Biblioteca Nacional ya estarían dentro de esa escala”, explicaron Cristina Pandakian y Luigi Bazzano, presidenta y tesorero del gremio, respectivamente.

Como camino alternativo, la AFBN intenta negociar para que el Poder Ejecutivo reglamente una ley de 1993 que, según explicaron, grava la comercialización de obras de arte y objetos históricos con 5% y parte de lo recaudado debe ser distribuido entre los funcionarios. Como eso no sucede, el gremio hizo en 2007 una denuncia judicial que falló en primera instancia a su favor y el Ministerio de Educación y Cultura apeló en los últimos meses.

“Yo no aumento sueldos, eso lo resuelve el Parlamento”, alega Liscano, a lo que los funcionarios retrucan que puede otorgar compensaciones salariales, lo que mejoraría sus salarios, y acusan que otorga discrecionalmente compensaciones especiales a siete funcionarios de su confianza, y que varios de ellos, sin ese plus, cobran bastante más que un bibliotecólogo. Por no abrir sábados y domingos, la biblioteca no ejecutó en 2011 gran parte de ese fondo y terminó devolviendo a Rentas Generales 700.000 pesos, comentó el director, quien no señala necesidad de incrementar el presupuesto, sino de poder cubrir cargos vacantes.

Liscano sostiene que la AFBN pretende cogobernar la institución; en cambio, los funcionarios alegan que el director ni siquiera les permite hacer aportes sobre las tareas que cumplen desde hace 20 o 30 años. El diálogo de sordos es evidente y se manifiesta sin ningún matiz. Confiados en que su reclamo es justo, los trabajadores no descartan ninguna medida de lucha, que aseguran que interrumpirán cuando encuentren respuestas a sus demandas salariales.

Ayer Liscano ya sabía que el gremio estaba barajando la posibilidad de ocupar el recinto, y al ser consultado, aseguró que si eso ocurre, se procederá de acuerdo a la ley, que impide la ocupación de oficinas públicas.

Planes móviles

Cuando Liscano asumió la dirección lo hizo sin ningún plan y con el objetivo de “poner la casa en orden”. Enumeró las funciones de esta Biblioteca Nacional: tener el depósito legal de todo lo que se publique, ser una biblioteca pública, administrar el auditorio Vaz Ferreira y ser “un centro de investigación científica y de creación de conocimiento”. Liscano entiende que es la función esencial de la institución y es la que ha jerarquizado: “Tenemos que investigar, inventariar y crear conocimiento sobre nuestro acervo”, asegura, y prefiere mantener el horario de atención de sala Uruguay o del depósito de diarios para concentrarse en la investigación.

Pero el recinto tiene otras fisuras; Liscano sostiene que la escala jerárquica de la Biblioteca Nacional está rota y que él ha debido estar en detalles sobre cómo autorizar la colocación de un vidrio. “Hay mucho de voluntarismo y el voluntarismo no conduce a nada, si yo me voy se van unos cuantos... No hay una política fijada, no la tiene el Ministerio [de Educación y Cultura] para la biblioteca, la política es la mía. Otro director va a decir ‘no a la investigación científica, abramos una biblioteca infantil’, por ejemplo, y va a gastar energías y plata. Ése es el voluntarismo, no deja nada”.