Cuentan que en un amistoso de pretemporada entre Nacional y Juventud, el técnico pedrense se interesó por un juvenil tricolor de lindos movimientos. Le respondieron que no se prestaba, que se quedaría para pelear por su vida en el plantel principal. Era Nano Ramos, que el sábado debutó justo ante el mismo rival. Tomó los hilos de una pesada marioneta acostumbrada a Nacho González y al Chino Recoba. A los 5 minutos, fue corto y punzante. Como para que un crecido Díaz pusiera el primer gol. A los 53, bajó de pecho un centro y dejó a Alonso con el 2-0 en el pie. Su movilidad sin pelota y su fútbol preciso fueron una grata novedad en una tarde bien resuelta por Nacional, que ganó 3-1 y mantuvo la punta.

Pese al afán pedrense de apretar líneas, los tricolores consiguieron que la pelota rodara prolija y profundamente. Al menos, hasta que Mario Saralegui modificó la formación inicial y alejó de su área un juego que le había generado demasiados problemas durante el comienzo. El ingreso de Matías Soto por Darío Flores reacomodó una defensa que empezó con cinco jugadores. A partir de ese momento, pareció quedar con cuatro gracias al adelantamiento de Alejandro Reyes. Un mediocampo más gordo, en el que Christian Latorre y Silvio Romero ya no lucieron tan solos, fue un buen antídoto para el toque tricolor. En eso, el aplicado Rodrigo Viega probó de lejos y los pedrenses anotaron su primera jugada de riesgo cuando ya iban 37 minutos. Un dato que deja mal parado a su original planteo ofensivo, que echó al abandono a Marco Antonio y no contó con la habitual inspiración de Gastón Otreras.

Andrés Scotti y Guillermo de los Santos tuvieron su que ver. Transmitieron una tranquilidad que empieza a ser marca en el orillo. El veterano bancó bien por arriba y abajo y el pibe regaló más de un cierre a la carrera, de esos que tantas veces levantaron a la tribuna Argentina del Tróccoli. En contraste, los zagueros de Juventud padecieron el impresionante despliegue físico de Iván Alonso, que con su gol empezó a resolver la tarde que se abrocharía definitivamente tras el 3-0 de Richard Porta. Segundos antes, Jaime Báez se había perdido el descuento ante Jorge Bava, en la mejor combinación colectiva de los de Saralegui. Era la bala para ponerse en partido. Porque la que terminó en el golazo de Reyes llegó cuando el encuentro estaba sentenciado. Apenas si sirvió para honrar el tardío crecimiento canario, posterior al buen ingreso del interminable José María Franco, que puso kilos y oficio para construir, pese a la silbatina de las tribunas. Lenta y rudimentaria, su construcción contrastó con la de Nano Ramos, a quien vimos gracias a la sabia decisión de no prestarlo: en tiempos de cobardes cláusulas contractuales, hubiera corrido la suerte del Vampiro Torres.