A veces la vida nos da estos regalos. No hay otra forma de describirlos. Tengo 46 años y más de la mitad los he vivido fuera del país. He seguido el proceso de esta selección celeste a cargo del Maestro Óscar Tabárez desde el comienzo. No siempre he coincidido con sus decisiones, pero las he respetado por ser un fiel creyente de la filosofía de Tabárez de que “el camino es la recompensa”.
Para un inmigrante que vive lejos, crearle una identidad uruguaya a mi hijo no ha sido trabajo fácil, pero he tenido una gran ayuda de la mano del Maestro. Y no hablo sólo de fútbol, hablo también de los valores que este grupo de deportistas ha sabido transmitir: el trabajo en equipo, el sobreponerse a las dificultades, la humildad, el no bajar los brazos, la búsqueda de soluciones para mejorar. Porque todo esto no es sólo fútbol, es parte de la vida misma, y transmitir esos valores por intermedio del fútbol es la recompensa.
En las oscuras noches de Jerusalén he ahogado los gritos de gol, las calenturas y los nervios por respeto a mi compañera, Sharon, y a mis vecinos. Guil, mi hijo, se ha despertado a veces a las tres de la mañana para ser mi fiel compinche, para apoyar y alentar a este fenómeno celeste que ha forjado parte de su identidad.
La suerte quiso que la celeste viniera a Amman, acá nomás, al lado de casa, a jugarse la clasificación al Mundial. Era claro que no íbamos a dejar pasar la oportunidad. No había duda, pero teníamos que resolver muchos problemas técnicos. Como corresponsal de Televisión Nacional Uruguay (TNU) en Medio Oriente, mi viaje tenía que ver con trabajo. Guil, de 11 años, no podía faltar tantos días a la escuela, pero tampoco podía perderse esta oportunidad. Así que, de la mano de Leonel, otro uruguayo, amigo de la infancia, planeamos el viaje. Guil, que va a una escuela muy particular, la escuela Mano a Mano, donde judíos y árabes crecen juntos sin estigmas, no temía por viajar a un país árabe, pero no sé cuántos niños se animan a viajar sin sus padres a una aventura de éstas.
Viajé a Amman antes de que llegara la selección. Como periodista que cubre esta zona, que suele ser noticia por la violencia y los conflictos, tenía una oportunidad de mostrarle al público uruguayo un país y una cultura que poco conocían. Mucho se ha hablado de la hospitalidad árabe, pero ponerla en palabras no siempre resulta fácil. Desde mi llegada a tierra jordana me encontré con una amabilidad y una gran predisposición para hacerme sentir cómodo. Al saber que se trataba de la televisión estatal de Uruguay, todos accedieron a cooperar sin ningún problema; he tomado cafés, fumado narguiles y mantenido largas charlas con un pueblo que se sentía también emocionado por la visita de los cracks uruguayos que la rompen en Europa y que ellos siguen por televisión. Y no puedo dejar de mencionar a los compañeros de TNU, que se prendieron a esta cobertura diferente, con paciencia, flexibilidad y dando un gran apoyo y respaldo desde lejos.
Los días fueron pasando y este sueño comenzó a tomar forma. Mientras mostraba Jordania ocurrían otras cosas que eran parte de ese sueño; en las entrevistas antes del partido, los jugadores seguían la filosofía del Maestro, respetando por el rival a pesar de las diferencias, hablando con mesura sobre el equipo contrario y mostrando la parte humana de quienes están desde hace tiempo acostumbrados a ser estrellas en otras tierras. Cuando le pregunté a Cristian Rodríguez sobre la posibilidad de estar en un Mundial después de haberse perdido el anterior, su respuesta fue: “Se me eriza la piel de pensarlo”.
Como siempre pasa en este tipo de coberturas, cuando se acerca el evento el reloj parece encaprichado en cambiar su ritmo y acelera el correr del tiempo, y cuando ya llegó el día del partido las preocupaciones de padre se mezclaron con las emociones del hincha y con la ansiedad del periodista.
Mi hijo se despertó a las cuatro de la mañana y salió camino a Amman junto a otros 800 uruguayos que, a pesar de los años fuera del país, viven esta locura de forma similar. Me comuniqué con Guil y Leonel cuando se encontraban en el puente Sheij Hissuein, cruzando la frontera por última vez. La tecnología falló, y a pesar de todas las preparaciones previas, les perdí el rumbo a los uruguayos que venían de Israel. Las cosas se complicaron más cuando los jordanos no me querían dejar entrar al estadio por el tipo de acreditación que tenía, obstáculo resuelto a la uruguaya por el representante de prensa institucional de la Asociación Uruguaya de Fútbol, Ernesto Ortiz.
Ya en el estadio, entre cientos de periodistas jordanos que creían con todo su corazón que se les daba el milagro y que se quedaban con los puntos, los vi disfrutar, cantar, bailar y emocionarse.
Pero los minutos pasaban, el partido se acercaba y mi hijo no aparecía, hasta que un correo electrónico de la agencia de viajes me informó que en ese preciso momento el grupo de uruguayos entraba al estadio, y así se borraron el nerviosismo y la preocupación infernal y le abrían paso a la fiesta.
Vino el himno, y mientras lo cantaba solo se me escapo un lagrimón que no pude contener, porque uno se hace duro cubriendo estas zonas -no tenés otra-, pero hay pequeñas cosas que te transportan. A mí me llevaron a 20 de Febrero y Cabrera, donde crecí. Viajé desde Amman a la Unión en segundos.
Después llegaron los goles. Parado sobre la silla, en medio de un mar de jordanos, finalmente dejé escapar ese grito que durante tantas largas noches buscaba salir. Y los goles trajeron consigo el triunfo, la alegría, las corridas para seguir trabajando, el tacho que volaba al hotel a encontrarme con Guil, el abrazo y el brillo en sus ojos.
Con las pocas fuerzas que nos quedaban, nos acercamos a Le Meridien, el hotel donde se alojaba la celeste, esta experiencia tenía que ser completa, había que darle a Guil la oportunidad de acercarse a los cracks de la tele.
Y como no podía ser de otra manera, apareció el capitán, Diego Lugano, que a pesar del cansancio rompió el círculo de seguridad para firmar autógrafos, sacarse una foto, dar un abrazo a quienes de esa manera cumplían con un sueño.
He cubierto muchos momentos históricos muy importantes en diferentes partes del mundo. Este trabajo me ha permitido acercarme y contarles grandes capítulos de la historia de Medio Oriente. Este capítulo posiblemente haya sido el más emocionante no por la relevancia sino por el lazo que une a un inmigrante con su pasado, que gracias a experiencias como ésta es también su presente. A un paso del Mundial, para mí también el proceso es la recompensa. ¡Vamo' arriba la celeste! Gracias, Maestro. Gracias, muchachos. Gracias, capitán.