Por ese protocolo
Desde febrero funciona una mesa interinstitucional en la que participan el INAU, la dirección de Derechos Humanos del Ministerio de Educación y Cultura, Identificación Civil, el Registro Civil, el Hospital Pereira Rossell y la Institución de Derechos Humanos. La directora del Departamento de Adopciones del INAU, Beatriz Scarone, indicó que en este espacio se trabaja en estrategias para la búsqueda de orígenes, pero señaló como debilidad el hecho de que esté “atado a las voluntades y el compromiso” de las personas que ocupan actualmente los cargos. “Desde el INAU lo que buscamos es que quede instalada más allá de quienes estamos ahora, que se institucionalice el apoyo y haya un procedimiento pautado”, indicó. La jerarca añadió que debe fijarse una forma jurídica o administrativa que institucionalice y garantice los pasos a seguir ante la demanda de información de una persona en busca de sus orígenes. “Cada vez son más las personas que se acercan”, observó. Aquellos que se encuentren en esa situación deben agendar día y hora de entrevista al teléfono 22007737.
El 21 de setiembre de 2012, de manera fortuita y sin haberlo sospechado antes, Juan se enteró de que era adoptado. Como era el Día de la Industria Farmacéutica y Cosmética, tenía el día libre en su trabajo, por lo que decidió acompañar a su pareja, propietaria de una peluquería, en su jornada laboral. Entabló conversación con una clienta oriunda de su ciudad de crianza. En un contexto de diálogo de “¿conocés a Fulano y a Mengano”, Juan le mencionó a Ernesto*, el médico que, según creía hasta entonces, había atendido su parto. “Me dice que ese médico nunca había atendido partos, y yo me crié con los relatos de cómo ese doctor había asistido a mi madre. Fue la punta del iceberg, la primera en 35 años”, relató Juan a la diaria.
Por medio de esa clienta, consiguió el teléfono de una tía paterna con la que no tenía relación pero que seguía viviendo en el pueblo. Juan concretó la llamada en noviembre y, aunque opuso resistencia, confirmó su adopción y lo invitó a charlar. El encuentro se produjo en la casa de la tía siete meses después, en junio de 2013. Lo puso en contacto con Zully, una vecina que vivía pegado a su hogar de crianza. Zully le contó que lo vio llegar cuando era un bebé, “flaco y mal alimentado”; le regaló una foto en la se encuentra junto a sus vecinos, los padres adoptivos de Juan, y lo orientó informándole que a pocas cuadras el hermano de Ernesto, el supuesto ginecólogo/partero, tiene una farmacia. “Había comentado de esto en mi trabajo, y cosas del destino: mi jefe, que es químico farmacéutico, conocía a la sobrina de Ernesto”. Acudió a la farmacia, evocó la referencia y pidió el celular de Ernesto. “Bien de pueblo, me lo dieron sin preguntar”, dice Juan.
La peor sospecha
En una bitácora, Juan anotaba todos sus avances, las posibles estrategias para acceder a la verdad y los pasos a seguir: “Yo quería papeles, algo tangible. No podía ir a la fuente, que era mi madre, con ‘me dijo, te dijo, le dijo’”. En la foto que Zully le regaló, el padre adoptivo de Juan, fallecido en 1997, llevaba uniforme policial. “Mi padre torturaba. En aquel entonces [durante la dictadura], era personal subalterno y dos por tres comentaba como chiste o anécdota cómo se hacía el submarino”, contó Juan. Relacionó esto con las condiciones de salud en las que llegó a su hogar de crianza, con su fecha de nacimiento, en junio de 1978, y con el hecho de que había sido anotado en el Registro Civil en 1979. “Para mí era una fija que había nacido en cautiverio”, cuenta.
Con este escenario, llamó a Ernesto. Éste le dijo que apenas recordaba a su padre y que no había atendido ningún parto; en aquel momento era médico certificador y más tarde se dedicó a la psiquiatría. Lo siguiente fue llamar a su tía materna, que vive en Buenos Aires: “No le quedó otra que admitirlo, pero me dijo que le habían pedido un pacto de silencio”. En este punto, Juan decidió que estaba pronto para enfrentar a su mamá adoptiva: “Le conté todo y me seguía haciendo el relato del médico”.
En agosto, por medio de un compañero de trabajo, Juan tomó contacto con Eduardo Pirotto, integrante de Familiares de Detenidos Desaparecidos en la Secretaría de Derechos Humanos de Presidencia, quien a su vez lo puso en contacto con el INAU. En el primer documento al que accedió aparecía el nombre de sus padres adoptivos, inscriptos para la adopción.
En una segunda etapa conoció los nombres de sus padres biológicos, se enteró de que nació en el Pereira Rossell, que estuvo más de un mes en la Casa Cuna de Propios y General Flores, y que, por razones económicas, fue entregado al entonces Consejo del Niño por su abuela biológica. También le explicaron que había sido inscripto un año después, de acuerdo a los tiempos de la legitimación adoptiva.
Encuentro
Un domingo, Juan fue de visita a la casa de los padres de su ahijado, en Canelones. Les contó cómo iba su historia y que ya sabía el nombre de su mamá biológica, cuyo apellido es muy particular. “‘Pero... Pará un poquito’, me dice el padre de mi ahijado, ‘entonces vos sos hermano de mi mejor amigo’”, relata Juan. Confirmaron los dos apellidos maternos, y ese mismo día fue a la casa de su madre biológica. No la encontró, así que volvió a la mañana siguiente, acompañado de su pareja.
“Le expliqué todo, pero no se dio cuenta de lo que le estaba hablando. Habíamos bajado de un auto, con documentos del INAU, y como una de mis hermanas [biológicas] trabaja ahí, ella pensó que íbamos a ofrecer trabajo. No entendía. Preguntaba si queríamos un currículo de ella”, cuenta Juan. “A ver si nos entendemos, tú tuviste un hijo en tal fecha”, le dijo. La mujer asintió. “Mamá, yo soy ese hijo que vos diste”, continuó. Pero para que reaccionara tuvo que decírselo una vez más. La mujer lo abrazó. Los invitó a pasar, les mostró fotos, le dijo que muy pocas personas sabían, entre ellas sus dos hijas mujeres, a quienes les contó para evitar que se enamoraran de un hermano.
A los 17 años, se enteró de su embarazo de seis meses y se hizo todos los controles. Tenía trabajo como empleada doméstica, pero su familia la presionó para que ocultara el embarazo y lo diera en adopción. Tiempo después, volvió al Consejo del Niño a preguntar por su hijo; le dijeron que lo habían adoptado y que no le podían dar más información. “En ese momento le di cara a ese vientre. Porque salía a la calle y veía a una mujer y me preguntaba si sería ésta o aquélla”.
Dos mamás
Juan pasó de ser hijo único a ser el mayor de seis hermanos, a tener tres sobrinos -y otro en camino- y dos mamás, a quienes decidió reunir. Juan relata: “En el viaje, lo que le dije a mi mamá adoptiva [de 84 años] fue: ‘No olvides que porque ella me dio en adopción, obligada o no, vos tuviste la suerte de sentir y saber lo que es ser madre’. Le pedí que no fuera grosera con ella, porque siempre se dicen esas cosas de que una madre no abandona. Decía que tenía miedo de que me reclamaran”.
Su mamá biológica (de 53 años) no esperaba que Juan fuera con su mamá adoptiva, pero todo salió bien: “No sé si ahora van a volverse a hablar ni a ver, no tengo idea. Acá lo que se juntó fue 35 años de dos historias, y a mí se me cerró un ciclo. Tengo dos mamás y mucha calma. Es un impacto para todos. Mi madre biológica también estaba con la duda de ese hijo. Me dijeron que estaba loco por haberlas juntado. Yo le podría haber dicho a mi madre adoptiva que no la encontré y que se fuera con esa idea. Ella se iba a ir a la tumba con todos esos secretos. Pero si no le decía estaría haciendo lo mismo: mentir”.
Durante la entrevista, Juan relata los hechos con minuciosidad y no deja asomar emociones. “La psicóloga me decía que yo siempre estuve muy armado, que en general las personas llegan desbordadas. A alguien en esta situación le diría: ‘Calma’. Me parece que acá el mensaje es más para los padres adoptivos: siempre la verdad. Es mejor que salga de ellos, siempre”.
*Excepto el de Juan Tealdo, los demás nombres son ficticios.