No se había cumplido ni la mitad del primer tiempo. Peñarol anotaba el segundo gol apenas dos minutos después del primero. Intensidad y una alta dosis de efectividad explican la zafra. En adelante, no pasó casi nada. Los aurinegros jugaron a administrar la ventaja ante un rival que llegó al Centenario con un invicto de nueve fechas que terminó enterrado entre una llamativa inoperancia ofensiva y una serie de imperdonables titubeos defensivos. El equipo de Gonçalves cargó tres puntos en la anual sin demasiada discusión: la primera jugada negriazul de real riesgo llegó a los 92 minutos.

La línea de tres del equipo de la Cuchilla hizo agua desde el vamos. Cristian Almeida y Andrés Lamas sufrieron demasiado para resolver el fútbol largo al que Peñarol apeló tras conseguir la ventaja. Ante tantos problemas, el arquero Guillermo de Amores volvió a su más tierna infancia y se transformó en golero peligro, algo así como un cuarto zaguero que cortó 1.000 pases profundos. En el segundo gol, Jonathan Rodríguez aprovechó un error XL de Lamas y definió cruzado. Un ratito antes, Luis Aguiar había rubricado una linda combinación de ataque para abrir la cuenta. En adelante, a Peñarol le alcanzaría con cerrarse en defensa y correr la cancha. Como en el clásico.

En ataque, Liverpool pareció sentir la ausencia de Aguirre. Max Rauhoffer y Miguel Puglia se pasaron la tarde chocando con Gonzalo Viera y un enchufado Jonathan Sandoval. El de Paulo Pezzolano fue el único aporte lúcido, pero el bajo partido de Jonathan Barboza lo dejó muy solo en la construcción de fútbol. Por la zurda, Gastón Filgueiras buscó el mano a mano con Baltasar Silva y forzó un duelo en el que perdió y ganó, sin que sus centros fueran aprovechados por los delanteros. Y eso que Puglia se mostró y que Facundo Barcelo peleó desde que entró. Los ingresos de Lucas Tamareo y Gastón Machado empujaron al equipo, más por entusiasmo que por fútbol.

Peñarol, que perdió a Juan Castillo y a Marcel Novick por lesiones, seguiría corriendo y complicando. Marcelo Zalayeta fue un fantasma de esporádicas pero peligrosas apariciones: el toque sutil con el que habilitó a Aguiar para el 1-0 y la apilada que dejó a Mauro Fernández camino a un tercer gol que impidieron De Amores y un palo, poco después de que Jona Rodríguez reventara el otro caño. Pese a ciertas imprecisiones, el argentino Mauro Fernández fue más que el Japo Rodríguez, de presencia testimonial por la banda zurda pero segura en las discusiones que se vienen. Es que en la interna ya se empieza a preparar ese Clausura al que Peñarol deberá jugarle las últimas fichas que le quedan.