-¿Cuál es, según su juicio, la relevancia de contar con un Instituto de Evaluación Educativa?

-Me parece que hay una oportunidad interesante para proponer una manera de mirar diferente. Esto dependerá de cómo, para dónde y con qué posibilidades de maniobra política, no solamente técnica, el instituto pueda ir. Será para calibrar si el instituto puede tensionar los espacios de carencia que la educación uruguaya tiene hoy. Como una institución que, lejos de engordar el sistema institucional de cualquier país burocrático, ponga en tensión la agenda educativa. Si logra eso, maravilloso.

-¿Qué está pasando en la región en relación con la evaluación 
educativa?

-Están pasando distintas cosas en los distintos países. Ha quedado un zafarrancho. Las políticas de los años 90 dejaron algunas cuestiones muy atadas e instaladas sobre las cuales, más allá de que la mayor parte de los gobiernos de la región está ahora en las antípodas de estas políticas claramente neoliberales, algunas rupturas están resultando difíciles de producir. Y en materia de evaluación, quedó un eje fuerte, muchas cosas asentadas que resultan muy difíciles de cambiar. No podría decir que hay homogeneidad en la región, pero tengo la impresión de que existen líneas de ruptura de las propuestas neoliberales. En Argentina hay en este momento una especie de silencio frente a la evaluación. Se le está tratando de quitar el peso específico que ha tenido en las políticas, no porque no sea necesario, sino porque enfatizar eso en algunos momentos no es lo que más conviene. Cada uno hace un recorrido diferente. Ahora Uruguay inaugura esta propuesta seguramente esperando que pueda tensar. Creo que tiene que ver con estrategias diferentes. En la región el tema no está lo suficientemente discutido. Hay razones de política regional, o capaz que no están dadas las condiciones para producir esa ruptura. Hay cierta tibieza en el tratamiento del tema.

-Usted hace un planteo con relación a que nadie puede estar, a priori, en desacuerdo con la frase “Mejoremos la calidad de la educación”; sin embargo, este eslogan se vacía de contenido y no se discute qué se entiende por calidad. ¿Cómo desarrolla esta perspectiva?

-Lo que yo planteo es que la vinculación entre calidad educativa y evaluación no es una vinculación que existe per se, sino que es una construcción. El neoliberalismo lo utilizó como una política para justificar las reformas educativas y responsabilizar a la escuela por todo lo que la sociedad no lograba. Lo primero que hay que demostrar es que esa relación no es natural. La calidad se consigue con propuestas y proyectos concretos para mejorar aquello que vos digas que es calidad. Si vos sostenés que la calidad es la excelencia (que no es mi postura), para mejorar habrá que poner muchos contenidos, hacer una selección fuerte de maestros. Se me ocurre que la vía para mejorar la calidad de la educación no es la evaluación. Si entendés que calidad es lograr que todas las personas puedan tener experiencias educativas interesantes y de valor, tendré que tener políticas educativas que tiendan a la inclusión, a la justicia social, distribución del conocimiento, políticas de cupo como hay en Brasil para ingresar a la universidad, mejorar salarios docentes. Una vez desmontado eso uno puede decir: “¿Y la evaluación, qué?” Creo que habría que sincerarse y plantear que la evaluación no es una herramienta todopoderosa, y esto se instaló también con mucha fuerza en los 90. No es que lo hace todo. La evaluación es necesaria, es una práctica inherentemente pedagógica, 
forma parte de la actividad docente. Hay que recuperar el aspecto transformador que tiene la evaluación que se da en una instancia cara a cara, de trabajo compartido y colaborativo y que tiene una lógica de construcción colectiva de conocimiento. 
No puede separarse de cómo se concibe la enseñanza y el aprendizaje. En este sentido, es difícil generalizar una evaluación para todo el mundo, porque cada aula y situación van a necesitar una mirada diferente. Por otra parte, es posible entender que la evaluación pueda ser motivo de política de Estado pero siempre subordinada a la política educativa. No puede regir la política educativa. La evaluación va a mirar y evaluar las experiencias que ocurren. 
Tendría que contar con dispositivos innovadores para esto. 
Porque la evaluación no puede medir todo. Hay que distinguirlo de otras cosas que se ponen como evaluación y no son, la necesidad que tiene todo planeamiento educativo que es la manera de concretizar una política para obtener información, 
porque es indispensable para tomar decisiones políticas y alinear rumbos, diseñar. Buscar información, interpretarla y utilizarla no es lo mismo que evaluar. Ahí hay grises que se confunden. Evaluar tampoco tiene por qué ser fiscalizar o controlar. Son tres aspectos que deben verse como instancias separadas.

-En algunos artículos suyos se advierte la relación de la dicotomía conocimiento teórico versus conocimiento práctico, ¿cómo se relacionan estos conceptos?

-Ese versus es inexistente. Es una configuración. Separar el conocimiento intelectual del conocimiento empírico sirve a los efectos de considerar que los que piensan tienen el poder y los que hacen son los que ejecutan aquello que otros piensan. En ese discurso lo que está faltando es el reconocimiento de que el saber experiencial tiene una base conceptual que no está explicitada, y se necesita del conocimiento experiencial para retroalimentar el conocimiento teórico. Mientras esa disociación se mantenga en el discurso, lo que se hace es mantener quién detenta el poder de decisión. Hasta que esa brecha no se asuma como cerrada difícilmente se podrá cambiar la educación, porque uno de los déficits que existen en materia docente tiene que ver con cómo se los interpela en relación al saber, su relación con el conocimiento. Si se piensa que el docente aplica lo que otros están diseñando y no piensa sobre eso, lo único que hace es transmitir algo que apenas conoce. Se genera un conocimiento incompleto porque el docente se vuelve puro transmisor y el alumno tiende a aburrirse. Los docentes no salen de su formación pensando que pueden ser interlocutores de otros para construir conocimiento.

- ¿Se podría decir que existe una discusión en la región con relación a la evaluación? ¿Está contemplado en las agendas?

-Me parece que no, que se evita discutir el tema. Los gobiernos de la región firmaron en 2010 el perfil de Metas Educativas 2021 y en ese proyecto se coloca el tema de la evaluación en forma muy similar a la de los años 90. Eso instala en la región una limitación para la discusión porque se estaría contradiciendo un programa consensuado. No está en el centro de la agenda. En Argentina no es un tema de discusión. Sí lo son la inclusión, la universalización de sala de cuatro años, la obligatoriedad de la educación media. Aún hay cuestiones que saldar de discusiones que no se han dado. Tal vez cada país asume sus estrategias para llevar adelante su agenda política. Argentina elige hacerlo enfatizando las políticas de inclusión en nivel medio, Perú elige hacerlo mediante la preocupación por la formación docente. 
Está bien que se vea en cada país dónde se pone el énfasis. En Chile, el reclamo tiene ver con que el Estado se haga cargo de la educación y se les quite poder a los privados. No es la situación de otros países. Brasil es el país más desigual de América Latina, y durante los últimos diez años ha puesto énfasis en garantizar el cupo para la política de educación superior. Es tiempo de darse cuenta de que no tiene por qué haber una sola mirada regional en estos temas.