Lo que ocurrió ayer se ve poco en los clásicos uruguayos, que en cualquier momento se escapan de la FIFA y gestan una disciplina deportiva alternativa, con jugadores luchadores y técnicos timoratos. Pero pasó que Peñarol anotó dos veces en los primeros 17 minutos, después de los cuales no pateó más. Primero, tras una combinación de Núñez y el anotador Pacheco, las dos grandes y acertadas apuestas de Da Silva. Luego, con un remate anunciado de Zalayeta que se le coló a Bava. Más limitado por su conformación inicial que por el planteo aurinegro, Nacional se fue desmoronando hasta quedar con ocho futbolistas y casi sin año local por delante.

Hay distintas maneras de proponerse la hazaña de remar contra semejante corriente. La formación que puso en la cancha Arruabarrena no fue la más útil para ello. Como con Gallardo y el Chavo, Medina contó con un voto de confianza clásica inmerecido. Relevó a Bueno, cuyas corridas se extrañaron en medio de los previsibles centros que agradeció el fondo carbonero, en el que Valdez se sobró y Baltasar Silva se recibió de jugador respetable. Para colmo, Alonso casi no jugó, porque se resintió de la lesión que lo puso en duda y dejó bajo la lupa a la sanidad del club. El técnico no aprovechó el cruce de caminos para corregir el equipo y ratificó su apuesta por el peso en el área dándole ingreso a Abreu.

Peñarol fue casi tan pobre como su rival. Gasolero, gastó peligrosamente poco, como aferrado a la chanchita del 2-0 inicial. Echó la cola atrás y cortó el juego sin sufrir mucho, pero no se planteó la opción de matar el tiempo jugando. Hubo un espejismo cuando promediaba el primer tiempo. Tony y Zalayeta conversaron en el idioma del pase corto y alimentaron a Núñez, que aún conservaba el crédito que se ganó con la jugada que parió el 1-0. Pero Carlitos se iría gastando las monedas entre atajadas de Bava y decisiones mal tomadas: perdió un mano a mano a los 23 minutos y otro a los 31. Dos enormes oportunidades de alcanzar ese gol que todavía no hizo en su nueva casa. La demora quizá se explique por una ansiedad que a veces le nubla la suerte.

En ese lapso, Nacional apenas generó una situación de riesgo. La pelota le cayó como un regalo a Vicente Sánchez, que malogró un cabezazo que no le envidia mucho al del Chengue contra Senegal. Pese al yerro, el zurdo fue de lo más prolijo que mostraron los tricolores. Pero fue la segunda víctima del misterioso compromiso que garantiza minutos para el Cacique. Ya en el complemento, el DT optó por sacarlo para que entrara Recoba. El Chino ingresó un poco después que Bueno, que entró con el complemento en marcha. Además de elegir mal a uno de los relevados, Arruabarrena desperdició la opción de sacudir el equipo haciendo los dos cambios durante el descanso.

El nuevo Nacional tuvo un tiro al horizontal de Bueno y un cabezazo a boca de jarro de Medina, que gestó la atajada de Bologna más aplaudida que se recuerde. Regaló medio campo con los cambios y pagó el precio de la entrega mal entendida con tres expulsiones inapelables. Terminó con ocho jugadores, luego de rojas a Díaz, Cristian Núñez y Damonte. El argentino, que carga con la sintomática condición de ser el que más colabora con la construcción, sigue sin encontrar el equilibrio entre el carácter y la responsabilidad. Peñarol, que tiene un problema similar con Novick, puso piloto automático con Cristóforo. Cerró el juego con dos líneas de cuatro. Un error de Ubriaco hizo que Aguirregaray colocara el definitivo 3-0 de penal. Ideal para levantar la moral tras el peor momento deportivo de la temporada. Suficiente para dejar casi sin chance al rival de todas las horas y su gran plantel. Peligroso si atenta contra la conciencia de que el equipo puede y debe rendir más.