Hay que creer o reventar: las cosas han cambiado. La primera vez que me subí a un avión en Carrasco, tenía aquella terracita que se ve en algunas películas viejas; creo que hasta había una pancarta con mi nombre. Ahora hicimos todo el papeleo desde mi cuarto, en Florida, hasta el check in hice ahí. Después, un par de horitas de sueño y a Montevideo -a Canelones, mejor dicho, porque se sabe que Carrasco está en Canelones- y a otra cosa, mariposa. Uno igual mantiene esa cosita tierna y quizá incluso un poco canariota y le viene la nostalgia: el beso largo, largo, el “te quiero mucho” y el último abrazo antes de pasar por la Gate 1. Si habrán cambiado las cosas: acá ni te calentás cuando no sabés dónde está el pasaporte, y con tu cédula zaparrastrosa te vas rumbo a la aventura. Hay algo que no se pierde: uno tiene por siempre su alma de mochilero y sabe que de alguna manera se va a acomodar.

Han cambiado los tiempos. Ya no te doran la píldora socándote de comida, y apenas te acomodan con un sanguchito del tipo Subway pero con rebanadas de aire adentro, y a pelearla con la pera entre las rodillas. Porque para mí que estos aviones son chinos, unos Xutong del aire. Pero escuchame: la cuestión es viajar y no andar fijándote cómo son los asientos, qué te dan de comer y si no dan ni una trucha película (además, para eso están los libros, y yo andaba con El propio fútbol uruguayo en mi mochila).

Si habrán cambiado los tiempos, que ya nadie aplaude cuando el chofer del Xutong aéreo estaciona en Guarulhos, que es más o menos como estacionar en Tres Cruces cuando estaban haciendo el estacionamiento. Porque mirá que el aeropuerto de San Pablo es grande, grande, y andan haciendo finitos los aviones que salen, vienen, se acomodan. Pero no, como si fuera un 116 a cuyos pasajeros no les gusta el musiquero que subió, nada, ni un aplauso.

Después, pequeño plantón de aeropuerto -cero wi-fi- a puro libro -también traje un par de Eduardo Sacheri y Las rehenas-, y a aprontarse para cuatro horitas más de vuelo hasta Recife.

Ya había estado en esta ciudad en 1992 y ahora, desde el avión, me dio la impresión de que se había quintuplicado. Lo que no cambió desde mi recuerdo de 1992 hasta el sábado es la extraña sensación de penetrante calor húmedo que se siente al primer contacto con la ciudad.

Algunos de ustedes quizá se acuerden de que en Sudáfrica 2010 estaba in the oven con el inglés, pues agora vou te dizer que aquí no Brasil não estou no forno ni ai. Eu falo un portuñol aprendido en la misma academia que Keneddi, aquel personaje de Diego Capussotto, que no se me entiende muy bien, pero como contrapartida, entiendo y leo casi a la perfección. Eso me permite salir airoso de ciertos incómodos episodios, como regatear o asegurarse de que el tachero de turno no te va a sacar de paseo. Impeca. En cinco minutos estaba en un devenido cuatro estrellas, a una cuadra del mar.

Mañana, seguro, te contaré la peripecia del hotel. En un momento vi al Toto hablándole, al borde de la piscina, al ex ministro de Economía y Finanzas y gran letrista de carnaval -pero en serio, no te vayas a creer que es ironía: me parece una de las grandes proyecciones de nuestra vida política- Álvaro García, e imaginé el tenor de aquella charla constructiva.

Vos ni te imaginás las cosas que tengo para contarte: las emociones, esa sensación única e irrepetible cada vez. Porque, ¿sabés?, te tengo tatuada en el pecho, querida celeste, pero aún hay cosas que ni un romántico clase B puede obviar a manera de título, parado en esta parte del mundo, tan cerca y tan lejos. Recife es inmensa, y es cierto que no les han dado las fuerzas para terminar este enorme y bellísimo estadio, que queda muy lejos del centro de la ciudad. Mi bote, que era el de la prensa, tuvo la suerte de venir junto al de España, a puro milico y moto, y aun así demoramos casi una hora.

¿Viste que tu abuelo te cuenta que su abuelo, o sea tu tatarabuelo, decía que cuando se inauguró el Centenario el estadio no estaba pronto? Bueno, éste tampoco. Andá pensando en contárselo a tu nieto. Un enorme obrador rodea el estadio, así como torretas de vigilancia con Policía Militar que me hicieron acordar a los relatos del excelente libro de Miguel Millán sobre la fuga del Cilindro en la dictadura, Faltan 4.

Haciendo gambetas entre el barro -acá estamos en temporada de lluvia-, se puede llegar a sitios tan impersonales como un shopping: los ambientes FIFA, una suerte de Mc Donald’s de los medios de comunicación, con sonrientes voluntarios que le ponen toda la onda pero no están acostumbrados a esa cocina diaria. Al final, con mucha paciencia y hacerse amigo de esa gente que ha dejado el alma para tratar de llegar a tiempo, aunque tenga que pasar entre el cemento fresco y las cosas sin terminar.

Abrazo, medalla y beso, y vamo arruca, siempre.