Mucho tiempo antes de llegar a esta gozosa y árida situación, de permitirnos volar con la idea de comunicar, informar y opinar libremente sin más filtros que los de seguir los protocolos básicos y necesarios de la profesión, artesanalmente moldeados con la razón y la emoción, estuve atendiendo otros mostradores. Fui un hincha del alambrado que creía que podía modificar la conducta de un línea diciendole “bajá esa bandera”, fui un soñador del área que se miraba en el espejo de la gordura -pero no de la calidad de William Noble-, fui un voraz lector de miles de páginas deportivas, fui un habitante de oscuros y enmohecidos vestuarios con agua fría y calderas sin leña, y fui, sin nunca imaginarlo, un integrante, durante cuatro años, de la selección. Está claro que no jugaba, y que seguramente no cumplía más que una necesaria función administrativa, pero andaba con la celeste puesta, era uno de ellos, sentía como ellos y me di cuenta de que ellos sentían como todos nosotros. Esta selección, que no es áquella , pero imagino que tiene el mismo espíritu, la misma alma, aunque yo tampoco sé si tenemos alma, consiguió lo que pocos: una comunión única con los tres millones por un lado, y la inigualable sensación de que con trabajo, planificación e ideas se pueden llevar adelante grandes o modestos proyectos que valen la pena. Eso es, mientras se gana. Si se pierde, o no se gana como antes, salen de las sombras los despechados por la razón, que desestabilizan y contaminan todo. En un ejercicio de poder, directos y sin esconder la mano, impunes de oficio, cuando presuponen que el otro está en el piso, golpean y golpean, desgastan hasta tratar de llegar al objetivo, que tanto puede ser sacar de la troya a un técnico como voltear un gobierno. Funciona más o menos parecido, y ni siquiera son necesarios antecedentes de situaciones extremas similares. Esta vez, como en la clasificatoria anterior tras la derrota con Perú, ya nos habían dado por eliminados, muertos, acabados, y eso que faltaban 15 puntos por disputar, ¡dos más que los que habíamos ganado! Esta vez ni quisieron esperar cinco partidos y aprontaron la mortaja. ¿Cuánto afectan en las decisiones finales de las corporaciones deportivas algunos operadores de la opinión pública y sus programas? Hay gente que cree que por sí misma, poniendo el tema en su agenda, resuelve temas y protagonistas. ¿Qué sentido tiene que digan que áquel podría jugar mejor con otro como técnico, o que aquel otro podría ser mucho mejor que éste, que hasta hace unas semanas era el mejor de todos? No se necesitan más que un par de acciones falaces y desviadas, y rápidamente, en el Gran Hermano de la vida, generan rechazos y aprobaciones sobre una gestión, disparando por el boca a boca bajadas de pulgar para que todo termine. Buscan la reacción indignada de nosotros, los que los mantenemos en el Olimpo y recibimos sus pensamientos congelados en nuestro micro mental, que no tiene tiempo ni ganas de ponerse a proyectar ni de medir prestaciones de unos y otros en distintos marcos de competencia o la validez de su inclusión en un colectivo con una metodología de trabajo ya comprobada. No sólo ponen en duda la continuidad de un proyecto hecho realidad en sus módulos más modestos con casi siete años de camino, sino que siguen machacando con la vieja idea del fracaso. ¿Por qué pensar que se podría recuperar aquella seguridad defensiva, por qué no pensar que volvería la prodigación de los goleadores, para estar en todo, por qué no esperar que Tabárez y su grupo volviera a capear la tormenta? El respeto, la información y la ecuanimidad se llevan bien con las emociones, con los gozos y las sombras de los espectáculos deportivos, y aceleran el entendimiento de las situaciones. A gusto o disgusto de los generadores de opinión pública, esa comunión, tangible en hechos y actitudes entre el pueblo y los futbolistas, pasaba por la acción de Óscar Washington Tabárez y el colectivo que forma su núcleo central de trabajo dentro y fuera de la cancha. Volvieron a ponerla en duda, volvieron a intentar voltearla con chismes propios de la peor revista, y otra vez perdieron. Uruguay, la selección de Tabárez, la mía, y tal vez la tuya, volvió a ganar. Seguramente no va a ganar siempre, y seguramente perderá muchas veces , pero siempre tendrá el sosten de un plan cuya punta del iceberg está en 11 tipos vestidos de celeste que corren, marcan, meten y juegan, pero que tienen atrás un serio proceso de trabajo planificado y efectivizado por profesionales de notoria idoneidad, que les dan a esos 11, 14 o 23 la competencia necesaria para medirse -que no ganar imperecederamente- con los mejores. Vamo arriba.