“Parece que encontramos el camino”, dijo el maestro Óscar Washington Tabárez luego de finalizada la Copa de las Confederaciones. Y es una muy buena conclusión, por lo que era la selección hasta antes del partido con Venezuela y por lo que queda por delante: la clasificación al Mundial 2014. Uruguay recuperó el nivel, el equipo se fue afianzando durante el torneo, con el pico máximo en la semifinal con Brasil, creció en solidez defensiva, mejoró en lo colectivo y destapó el poderío goleador. Nada más, y nada menos.

Fueron meses duros, muy duros, desde finales de 2012 hasta mayo pasado. El equipo fue ampliamente superado por Colombia -una selección que no paró más de ganar-, la mejor Argentina de Messi y Bolivia en la altura. Y, para colmo de males, cuando jugamos de locatarios, con Paraguay y Ecuador, errores propios privaron a la celeste de ganar; acaso si algo intentó en aquel polémico enfrentamiento con los chilenos en Santiago, pero los puntos también se escaparon y de los últimos veintiuno ganamos cuatro. Fuerte. De estar arriba a verte abajo, perdido y desubicado, como aquel viento que viene y te sopla las hojas apiladas del escritorio. Por dónde empezar a corregir ¿no? Y así, como quien no quiere la cosa, Tabárez y su equipo comenzaron a ordenar, juntaron las hojas, miraron el número abajo a la derecha y apilaron el montón: llegó Venezuela, el examen.

Una situación límite. Una más de tantas que ha afrontado este grupo desde sus inicios. De las que si pisás mal el escalón te partís los dientes contra el mármol. Y el equipo, dando una nueva lección de espíritu, de unión grupal, de intensidad futbolística, ganó. Como aquella vez en Ecuador ¿te acordás? Ahí empezó el mundial de Sudáfrica que tantas recompensas nos dejó. No jugó bien contra la vino tinto pero ganó, al revés que en tantas otras ocasiones. Pero como dijo el propio entrenador “en el fútbol no mandan los merecimientos, manda aprovechar las oportunidades”. Y no ganó tres puntos, no. Obtuvo mucho más que lo que indica la estadística: Uruguay, con el triunfo en Venezuela renovó el pasaporte a Brasil 2014.

Así llegó el combinado uruguayo a la Copa de las Confederaciones, un torneo en el que sólo juegan los campeones continentales (más aquellos que adquieren el derecho por ser segundos de reiterados campeones, como España e Italia en este caso). Y esto deberíamos remarcarlo con flúor porque no es un hecho menor. Jugaron los mejores equipos de cada campeonato, lo que significa decir que, salvo Tahití, que atraviesa un visible proceso de aprendizaje, los equipos que disputaron el torneo en tierras norteñas son la élite mundial. Vea los nombres de los clasificados y mire la manera con la que dominan sus respectivos torneos de naciones. La selección de Tabárez no sólo ha estado en todos los torneos internacionales posibles sino que los ha definido a todos. Que el exitismo nuble la vista y no lo deje ver es otro cantar. Es verdad, quedamos dolidos, con rabia, por aquel partido contra los holandeses o este contra Brasil (¡que lo tuvimos ahí!), o hasta el penal del Canario García que nos llevaba a la final en la Copa América 2007, o los terceros puestos siempre esquivos; siempre nos quedan ganas de más. Y a los jugadores más que a nadie. Pero ¿reconoceremos algún día en este país lo relevante que significa integrar y mantenerse en la élite mundial? Este grupo lo ha logrado por muchos factores, pero por sobre todas las cosas porque tiene un proyecto serio y comprometido con el trabajo. De ninguna manera son casuales los resultados alcanzados.

El camino que viene

“Estamos más tranquilos y más esperanzados para lo que viene” señaló el Maestro, focalizando en la doble jornada de eliminatorias que vendrá dentro de dos meses cuando juguemos contra Perú en Lima y contra Colombia en Montevideo. Dos partidos durísimos frente a dos selecciones con buen juego. Paso a paso, sentenció Tabárez en su última conferencia, y el primero de los dos son los incaicos. Un combinado dirigido por nuestro compatriota Sergio Markarián que viene en alza, que no es el mismo de comienzos de las eliminatorias, y que cuenta con muy buenos jugadores, sobre todo en ataque. En ese partido ya tiene puesta la cabeza el entrenador y sus jugadores, por separado sí, cada uno en su lugar de trabajo, pero mentalizándose para la ocasión. En el medio vendrán las pretemporadas, el comienzo de las ligas, en fin, comienza el andamiaje del mundo fútbol. En el medio, un test-match contra Japón de visitante, el 14 de agosto, con la intención de clarificar más aun el panorama de cara a lo que viene. Ése es el tiempo para que el cuerpo técnico defina el complejo proceso de preparación. Hay ventajas: se conoce la materia prima, a los jugadores y sus personalidades, a los estilos que los definen dentro y fuera de la cancha, se sabe de la filosofía del juego. Todos atenuantes que, lejos de limitar a la selección, son el marco de referencia en la búsqueda y optimización de recursos en el tiempo.

La celeste se ubica en la quinta posición de la tabla sudamericana rumbo al mundial con 16 puntos, al igual que Venezuela pero con mejor saldo de goles y un partido menos. Arriba está Chile, en cuarto lugar, nos aventaja en cinco puntos y está clasificando directamente al mundial; y abajo Perú, que tiene catorce. Por esto también es medular el próximo juego contra los incaicos: ellos también se juegan sus últimos boletos.

Estar tranquilos, esperanzados y hasta con confianza no significa de ninguna manera que vayamos a lograr el objetivo de ir al mundial. No. Hay que tenerlo claro, como Tabárez: “sabemos que el margen nuestro es muy estrecho. Tenemos que ganar y habrá que mentalizarse para ello”. Esto de la reciente Copa de las Confederaciones ayuda a la ilusión, nos confirma que la energía defensiva sigue latente, nos mostró la versatilidad del equipo de cambiar tácticamente sin cambiar jugadores, nos reveló que el poderío en ataque es temible y que si no te emboca uno te emboca otro u otro. Son tremendos esos tres, Forlán, Cavani y Suárez, y en ellos están confiadas nuestras esperanzas. En todos, mejor dicho, porque todo es posible como causa y consecuencia de un grupo que funciona como tal. Quedamos picando, con la camiseta apretada entre los dos puños, mirando el horizonte. Que vengan las que duelen. “Cuando hay una lucecita en el camino, hay que seguir trabajando hasta que esa luz se haga más grande”. Ahí estaremos, Maestro.