Y llegó nomás. Los 16 pingos que venían siendo entrenados en pretemporada, en este corto invierno sin fútbol, estaban prontos para comenzar la carrera. En las gateras, mirando de refilón al público aplaudidor, aunque con la vista puesta en la recta, se presentaron todos menos dos: Miramar Misiones y Rentistas, aplazados por su reciente ascenso a Primera División, que deberán correr de atrás al resto cuando jueguen ese partido pendiente el domingo 8 de setiembre, en el fin de semana en que no habrá etapa del Uruguayo por la disputa de la Clasificatoria, dado que los celestes jugarán el viernes con Perú, en Lima, y el martes con Colombia. Bichos colorados y cebritas arrancan, al igual que el campeón de la B, Sud América, de cero. Pero cada punto que sumen se duplica. El fin de semana acompañó con mucho sol, y la gente también se hizo presente en las canchas del fóbal criollo.

El sábado se unieron Capurro y el Centenario del Parque Batlle. El albivioleta locatario recibió al histórico copero El Tanque Sisley, que fue descortés, no llevó regalo y pateó la torta. Santiago Lamanna, buen mediapunta, fue quien anotó el primer gol del torneo, cuando apenas iban 10 minutos de juego en el oeste de la ciudad. Abrió y cerró el marcador El Tanque, que ganó con gol de Jonathan Iglesias al final del partido tras haber sido empatado de penal por el Novick habilidoso, Hernán. El otro Novick, el carbonero Marcel, corrió con igual suerte que su hermano: de atrás. Peñarol, que estuvo en partido dos veces, cada vez que quiso soplar fuerte nunca pudo romper definitivamente la dársena. Los de Guillermo Almada no les dieron respiro a los de Diego Alonso y tuvieron el punch necesario para ganar con autoridad y de visitantes. Bien River, que no se achicó, corrió erguido siempre, y se llevó un resultado de 4-2 cuerpos de distancia. El Bicho Cristian Techera, Leandro Rodríguez, Hamilton Pereira y Diego Casas le pusieron el moño al partido. Peñarol había descontado dos veces con un zurdazo del Japo Jorge Rodríguez y un cabezazo de Gonzalo Viera. Contundente, el viejo River.

Domingo de mañana, lindo y soleado como para una milonga con acordeón, la cuchilla tuvo filo y ganó con equipo renovado y con la vuelta del Lolo Eduardo Favaro a la dirección técnica. El gol fue de Rodrigo Aguirre, aquel chiquilín que por lesión se perdió el reciente Mundial sub 20, cuando el mediodía decía presente. El fútbol da revanchas, pibe, enhorabuena.

Dicen que uno de los momentos más complicados en una carrera es la largada, y el domingo de tarde ya largaron los que faltaban. Allá arriba, en el Tróccoli, un Cerro también renovado por varios jinetes comenzó mirando atrás, a ver qué tan lejos está la sombra del descenso, pero terminó sacando una victoria 3-1 ante un bohemio desorientado. Debutó el petiso delantero Héctor Romário Acuña con los villeros, y lo hizo bien: marcó un gol. Los otros dos fueron de Hugo Silveira y del experiente Claudio Dadomo. Para Wanderers descontó Gastón Rodríguez, de penal. Otro Cerro, Largo, jugó de local en el interior del país con uno que de caballos sabe: Danubio, el de la Curva. Al trote, con períodos de emoción, un manso 0-0 en Melo. Otra tenida en el interior, esta vez en el Parque Artigas de Las Piedras, enfrentó al Juve local y al ascendido buzón de Sud América. Y tomá pa’ vos, el naranja se trajo un triunfo 2-0 tras 17 años de ausencia en el sitial en el que antaño supo trascender. Los goles de la IASA fueron del argentino Juan Cobelli y de Santiago González. Bienvenidos, señores. Y para lo último, mirá cómo son las cosas, el que venía de punto, el que no ganaba en los amistosos, y al que le quisieron echar el entrenador desde pasillos de radio y televisión, Nacional, ganó con gol del exquisito Nacho González en su Parque Central y ante la escuelita, y, como por arte de magia, aquellas voces se callaron. Eran voces, sólo voces. Ignacio María se calzó la 11 en la espalda.

La cámara enfoca desde atrás. Entre la polvareda levantada se divisan los jockeys en posición de ataque ajustando las riendas, dando fusta a mango revoleado, y empinando el pico ansioso y veloz de sus pingos con realidades distintas aunque buscando un mismo destino: cruzar el disco.