Años de voces radiales engoladas se fueron por el caño del vestuario de los árbitros del Méndez Piana. “El juez debe pasar inadvertido”, me crié escuchando. “¿Por qué?”, pareció preguntarse Andrés Martínez antes de colgarse el silbato del cuello. Sus errores condicionaron un trámite que se le fue de las manos. El gol de Callorda que señaló el definitivo 1-0 de Defensor Sporting quedó perdido entre peseteos, insultos tribuneros, tres rojas y no menos de diez amarillas. Martínez pagó en euros la decisión que tomó a los 43 minutos. De Arrascaeta, figura de la cancha, hizo un sombrero de espaldas y enfiló hacia el arco. El defensa Maldonado lo embistió. A muchos, el penal nos pareció grande como las ojeras de Omar Lafluf. Pero el juez amonestó a Giorgian por simular. Querosén para un incendio: en un partido que ya estaba friccionado y en el que los jugadores desafiaban una autoridad que se perdió con la permisividad de los primeros minutos, estalló un tumulto por el que Fernández y Malvino resultaron expulsados. Nació otro partido. Defensor ya ganaba desde antes del desmadre. Tabaré Silva, que en cualquier momento agarra horas en Ma-Pa para enseñar cómo rearmar defensas, llamó al juvenil Morales para el lateral zurdo y corrió a la zaga central a Silva. Pero la posterior e inapelable expulsión de Arias lo obligó a poner a Fleurquin. Esa improvisada versión violeta, reducida a nueve jugadores, tuvo que bancar al mejor Miramar Misiones: el que aprovechó la superioridad numérica para desnudar el medio- campo y agregar delanteros. Fue muy bueno lo de Miraballes, que se abrió por la derecha. Campaña fue clave para resistir. Berbia, a lo lejos, pagó el precio del atrevimiento en cada contragolpe de un Defensor acuciado por las ganas de ese puñado de pibes desconocidos con el que los monos persiguen el difícil objetivo de quedarse en Primera. Y para ellos, a diferencia de lo que les pasa a sus rivales de ayer, no hay fixture generoso que disimule falencias.