De cuando la habilidad destraba la inoperancia. De cuando lo individual supera lo colectivo. Ese rato del final en el que Diego Zabala, siempre recurrente y punzante, tomó el balón con la certeza de jugársela. Su forma siempre es la diagonal, su decisión es volcarse a una punta, encarar e ir acomodándose para su mejor perfil. Zabala, viendo lo que hubo, fue la única manera de que el encuentro llegara al gol, porque él quiso. Zabala se fue por la izquierda, dejó hombres por el camino, se la cambió a la carrera para la derecha y pateó fuerte, abajo, ante la estéril intención de Rodrigo Odriozola, convirtiendo el gol rasante del final. Iban 80 minutos en los que hubo poca cosa. Los 10 restantes, a los que se sumaron los descuentos, tuvieron aquello de lo que el resto careció: emoción.

Es llamativo lo de Racing, que no jugó “bien”. Jugó conciso, concreto, compacto, eso sí. Pero bien, no. Cerro también jugó poco, pero ese esbozo de mejor juego le alcanzó para ser el protagonista del partido. Curiosamente, en los 80 minutos vacíos. Siempre intentó, pero nunca pudo. Generó porque sus jugadores se encontraban, pero a la hora de difinir desaparecían. Y Héctor Romário Acuña no puede con todo. Casi pudo, pero ya era mucho pedir. Le buscaron socio pero nunca hubo arreglo ni entendimiento. Apenas con el ingreso del argentino Gonzalo Aguilar, volante con características ofensivas y el pase en profundidad como religión, aparecieron algunos relámpagos en el mediodía gris. Luego de una internada, el argentino le cedió la pelota a Rodrigo de Oliveira, pero el horizontal le negó el empate. Fue la más clara del cerrense, que puso pecho y garra pero no consiguió el gol. Perdió su cuarto partido consecutivo y el murmullo dominó la salida.

Quizá no sea tan llamativo lo de la escuelita desde que ingresó Carlos Acosta. Su dinámica cambió el desarrollo del juego del equipo de Rosario Martínez, con lo fácil: pedir siempre la pelota, distribuir con pase corto, ir a buscar, llevarla a otro lado, cambiar de frente, tocarla atrás. Carlitos sabe de eso, y además leyó bien el cansancio de quienes estaban en la cancha. Hacía tiempo que Acosta no era tan influyente; ecos de unos campeonatos atrás, cuando su desnivel, con la compañía de Aníbal Hernández, logró situar a Racing arriba en la tabla.

Ese rato del final fue influyente pero en nada se pareció al comienzo. Cerro tuvo la manija del partido, con la conducción del pibe Luis Urruti -categoría 1992, con apenas dos partidos en Primera-, la asociación de Claudio Dadomo con Daniel Leites por la izquierda, con Gustavo Varela como volante más cercano a Romário. Aquel rato del inicio fue de Cerro, que tuvo la pelota, creó y creyó, tejió y manejó, mas no infló la red. Jorge Contreras tapó las pocas que hubo, sobre todo una a Acuña tras un autopase mágico por encima del defensor, cuando la zaga de Racing le dejó servido el regalo.

El fútbol a veces tiene eso: ratos. Pero la cuestión nunca será la cosa, sino lo que se hace con ella. El rato del final fue el gol de Racing y los tres puntos para Sayago.