La concentración en la alta competencia lo es todo. En un partido como el de ayer, también. Peñarol había hecho con su juego un gran esfuerzo para torcer el destino de la eliminatoria a su favor. Estuvo cerca, muy cerca, pero en un momento del juego, coincidente con el agotamiento físico de Marcelo Zalayeta y Antonio Pacheco, se empezó a quedar, y definitivamente se quedó cuando el Gordo Guido Carrillo anotó el gol que significaría la posterior clasificación de Estudiantes de La Plata mediante tiros penales.

Fue un juego tenso, de alta emoción y con espíritu copero, que revivió las viejas noches del Centenario. El comienzo no fue fácil, como tampoco lo fue el final. Demasiado abierto el partido para Peñarol, sin más posibilidades en los primeros 20 minutos de juego, con salidas de contragolpe o largas corridas, como la del Japo Rodríguez, que a los 21 minutos fue y fue hasta que lo voltearon. En el tiro libre, casi en el vértice del área se paró Pacheco, con sus pasitos de rugbier, y mandó el centro-tiro que en la estación Viera se transformó en gol. Gonzalo se elevó y peinó el envenenado tiro de Pacheco, y chau tu tía para Hilario Navarro, el arquero pincharrata.

Aquella situación angustiosa de ver a Peñarol sufriendo al principio del partido y Estudiantes manejando con su vértigo las expectativas del juego se dio vuelta como tortilla después de la explosión del Centenario por el gol de Gonzalo Viera, que también daba vuelta el sentido de la clasificación a cuartos de final. Tomó aire Peñarol, a paso de Zalayeta, y se entró a marear el pincha.

El Jona la venía junando de cotelete, paradito ahí donde tenía que estar, como si estuviera con su short desteñido y malhabido de Atlético y sus pies descalzos pisaran como con tapones de fierro la arena gruesa y pinchuda del Santa Lucía Chico, cuando el brasileño Diogo, a contrapié de su lateralidad, se la dio atrás de derecha. Jona apenas hamacó levemente su cuerpo, como engañando al Cono en la Piedra Alta, y sacó un furibundo derechazo que hizo que la pelota fuese a parar al medio del río, al fondo de las redes, mientras el gurí gritaba “gooooooool”, tal como lo hacía, hace no tanto tiempo, entre los yuyos de la cancha del Atlético Florida, al que ayer le dedicó el gol en el cumpleaños 92 de los de la Piedra Alta.

Zaladiós

Al comienzo de la segunda parte, el voltaje subió aun más y Zaladiós (perdoná, @Cabeza1979, pero lo tenía que usar) tuvo dos jugadas maravillosas, de esas en las que, con su cadencia aplicada al fútbol, que es como la vida, pone a Esopo en la cancha con la fábula de la liebre y la tortuga, y el Negro corriendo en cámara lenta y moviendo sus caderas como la vedette de Elumbé te puede, aunque lo desconozcan, aunque lo desprecien como la amargura del primer mate para el individuo que nunca ha tenido un termo como apéndice-prótesis de su brazo izquierdo. Un crack, el Zala.

Pero claro, la diferencia de un gol no era nada, pero nada. Y se sentía, porque Estudiantes nunca se entregó, fiel a esa mística del equipo que en los 60 se hizo dueño de América. Y qué te digo, qué te cuento: se le atravesó la guinda a Sebastián Píriz, se la peló Guido Carrillo y desde afuera del área se la puso contra el palo a Migliore, que no llegó nunca. Y todo quedó como al empezar la serie: empatados en el global, 2-2.

Peñarol, o Fosatti mediante sus posibilidades de variantes, acumuló delanteros y velocidad con el ingreso del Lolo Estoyanoff y Carlos Núñez (antes, cuando todavía estaban 2-0 había puesto a Orteman), pero empezó a desnudar su fragilidad defensiva, y la victoria empezó a pender de un hilo.

Quedó prendidita ahí hasta el momento de los penales, cuando con un ayuda memoria, más que un trencito, Hilario Navarro atajó tres de los cuatro penales que le patearon, y así Estudiantes sigue adelante y Peñarol se queda sin competencia internacional, por lo menos hasta la mitad de 2015.

Una lástima.