No se olvida más. Ni por los que lo gozaron ni por los que lo sufrieron. El clásico de ayer será clásico en los recuerdos y saltará por los mostradores del país tantas veces como hagan memoria los futuros viejos futboleros. Entonces, como pasa con las anécdotas de los pescadores, en cada cuento los hinchas de Nacional le agregarán metros a la distancia que separó el punto desde el que Recoba remató el tiro libre ganador cuando ya corría el quinto minuto de los descuentos y alguien algún día dirá que pateó desde el Clínicas. El Chino será elogiado por su capacidad de pegarle a la pelota y por la de regalarle a su gente recuerdos terminados en sonrisas asociadas a la emoción fuerte de ganar 2-1 un clásico en el que Peñarol estuvo en ventaja hasta los 90 minutos y se terminó despidiendo de su técnico y hasta de las posibilidades matemáticas de pelear el Apertura.

No se veía por ningún lado cuando Papelito Fernández empató el partido, metiendo una pelota con el calzador tras un cabezazo de Arismendi, en medio de una lluvia de centros desesperados. El líder casi perfecto estaba a punto de perder contra el rival de siempre, que se aprestaba a estirar una racha clásica ganadora para deslucir una consagración tricolor que aun así sería posible dada la gran ventaja de Nacional sobre el escolta Racing. Que no se viera no quiere decir que los de Gutiérrez no merecieran algo más de lo que tenían mientras el tablero marcaba el 1-0 de Peñarol. En lo global no habían sido menos, pero el error cometido por Porras, cuando le hizo un penal a Diogo Silvestre al comienzo del segundo tiempo, se transformó en la versión alba de la espada de Damocles. Peñarol, que obtuvo su ventaja parcial gracias a una acertada ejecución del Tony, se benefició de los espacios hijos de la obligación de Nacional y pudo hacer caer la espada a 15 minutos del final, cuando el Japo Rodríguez falló un mano a mano ante Munúa.

La atajada resultó clave en la increíble historia de ayer, que poco antes de los dos goles que le dieron un giro digno de la pluma de Quiroga, deambuló por excesos, errores y peseteos típicamente clásicos. Hubo chispas. Ferreyra expulsó a Macalusso y al Colo Romero casi al mismo tiempo y mediante rojas directas, criterio discutible más en la segunda que en la primera decisión. Migliore, que llegó al tramo final tras acumular una serie de atajadas importantes, perdió definitivamente la cabeza con Peñarol aún en ventaja. El ingreso de Taborda fue nafta para ese incendio y no faltaron invitaciones mutuas a pelear.

Nacional lo cerró casi desvestido, con algo parecido a un 3-3-1-3 y Arismendi de zaguero, porque Gutiérrez hizo una de jugador compulsivo y rascó el bolsillo para jugarse un pleno tempranito, al meter tres cambios de un saque, cuando el gol de Pacheco era un recuerdo fresco. Además de Taborda, llegaron el Chino y Papelito. El diario del lunes dice que llegaron los goles, aunque el riesgo asumido fue grande y costó la injusta salida de Pereiro. Peñarol retocó a la defensiva con Novick por el Tony y Darío Rodríguez por Diogo Silvestre. El espejismo de una inferioridad numérica que apenas duró 5 minutos forzó la salida del brasileño y condicionó su capacidad de contragolpe en un cierre en el que un Peñarol más entero podría haber tenido más situaciones como la que se perdió el Japo.

No fue una buena presentación ofensiva de Peñarol. Ése fue el mérito mayor del primer Nacional, que encerró a Jona Rodríguez y a Zalayeta desde el comienzo. Ninguno pesó lo que Alonso en la otra área, pese al interesante abanico de medias puntas y carrileros que Fosatti -que dejó el cargo tras la derrota- les puso por detrás. La propuesta de Nacional no tuvo mayores brillos, pese a la lucidez de su último tramo del primer tiempo, cuando un cabezazo de De Pena dio en un palo y arrancó lamentos que serían cuotas pagas por anticipado para el alegrón inesperado de un final con otro festejo tricolor, que a eso de las ocho de la noche no anticipaba ni Grupo Radar.