Cuando finalizaba el torneo anterior se produjo el debut de Álvaro Gutiérrez. Fue contra Cerro y con victoria 3-1. Le encomendaron una tarea transitoria, como para menguar las aguas revueltas; terminó siendo el comandante de un barco bien dirigido. Las oportunidades llegan (a veces) y ahí surge lo más difícil: aprovecharlas. La oportunidad: ese momento; el fin de las excusas y de las vueltas en redondo, ese momento exacto en el lugar indicado que necesita (obligatoriamente) buena dosis de capacidad para afrontarlo. Algo cambió. Y Nacional, con el mismo grueso del plantel más algunas fichas que arribaron, logró su primer objetivo de la era Gutiérrez. Entonces, el mismo hincha que vio a su equipo quedarse en la orilla, cuando todo iba mal, ahora, en la misma cancha que siente, ve su nueva realidad de felicidad. Vuelve a nacer: la condenada y magnífica existencia del hincha.

Todo el año parejo. El bolso no desplegó el fútbol más vistoso pero tampoco regaló nada. Juega consciente, analiza los juegos con metalenguaje certero, es efectivo en ataque y seguro en defensa. Ayer jugó con la táctica que más cómoda le queda, ante un Cerro que decidió esperar el primer tiempo y ofender en el segundo. Siempre ganó Nacional, aunque por momentos le costó. Con pocas chances, salió la estratagema: tiro libre de pizarrón (y mucho entrenamiento, obvio) de Álvaro Recoba, pecho y asistencia de Iván Alonso para la volea de Arismendi. Golazo, alta factura. Después, el piloto automático, otra seña de identidad de esta versión tricolor. Pudo matarlo de contragolpe en la segunda mitad, pero Sebastián Fuentes impidió con dos atajadas de monumento las intenciones de gol de Alonso.

A su manera

Implantar ese manual en el plantel de Nacional es otro mérito de Gutiérrez. A diferencia que el torneo pasado, el técnico puso nombres nuevos: Gustavo Munúa, Diego Polenta, el polivalente Colo Romero -ayer ausente por expulsión- y Gonzalo Porras fueron los créditos más influyentes. El resto de la plata lo tenía en el banco. Todo estaba en el plantel. Tomó lo que había, hizo pruebas, y el devenir del torneo más los gajes del oficio y las lesiones lo llevaron a decidirse por cuatro defensores, un mediocampo con buen pie y mucha vocación de marca a la vez, y un punta insaciable. Salida con pelota dominada, presión en campo rival, juego que no regala nada y no se regala. Así como ayer. Tapó la salida cerrense por las bandas con Alfonso Espino y Pablo Álvarez, y no lo dejó jugar. En su tienda, juego es sinónimo de Álvaro Recoba.

El Chino jugó de titular con la responsabilidad de hacer desaparecer matemáticas hipótesis. Siempre lo mandan a ganar. Recoba será un señor, pero no esconde lo más pibe de su esencia: el potrero. Cuando se necesitó pausa, paró; cuando la vía era la contra, tiró pelotas profundas. También corrió con la ilusión de la primera vez por meter un gol, pero su frentazo encontró la base del palo. Después lo cambiaron. 20.000 personas lo aplaudieron de pie. A Nacional siempre le queda bien el Apertura. Hizo acordar al de 2011, cuando después ganó todo. Ese año el técnico era Marcelo Gallardo. El Muñeco le aconsejó a Recoba que era el momento de retirarse en lo más alto. Prefirió dar un giro más. Como la rosca de su zurda, a su manera.