La pelota pasó con suspenso, mansita. Con toda la tranquilidad que contrastaría y quedaría desubicada segundos más tarde.

La calma previa a la tormenta. 600 hinchas se enloquecieron. Gritamos como pocas veces, o como siempre. Queríamos hacerles saber a esos 11 ídolos, que tan bien nos están representando, que no estaban solos. En ese partido, apretados contra un rincón, como en penitencia, contaban con nosotros, así como pudieron hacerlo en todos los demás escenarios.

Fue en ese momento que comenzaron a llover botellas. No fueron muchas, es verdad: unas diez. Hasta ese momento servían para brindar. Hubo que esperar hasta los minutos finales para que Nachito González, ese que tan bien representa nuestra manera de ver, entender y querer al fútbol, hiciera el segundo gol.

¿Cómo no iba a gritarlo? Si el pibe hasta se arrimó al alambrado para inundarse en nuestro rugido, nuestro festejo. Allí las botellas se multiplicaron. Siempre desde la misma tribuna, la Héctor Scarone, y desde unos incomprensibles diez o 15 metros de distancia.

Pero no fue lo único.

Tuvimos que disfrazarnos de Salvador Ichazo para contener los cascotazos. Hasta una llave voló de un sector al otro, quizá para que le hagamos una copia de la nuestra, que pudo abrir su arco dos veces.

A esa altura, las agresiones de todo tipo iban y venían, es verdad. La gente de Danubio reaccionó, así como lo hizo en los recordados incidentes en Jardines del Hipódromo que terminaron con invasiones a la cancha. Sí, en esa oportunidad también había ganado Danubio.

Me enojé, al igual que la mayoría, con aquellos que quisieron combatir la violencia con más violencia. Lo cierto es que Gandhi hubo uno solo, lamentablemente. Los propios dirigentes de Nacional no han dejado de repetir, en declaraciones a los medios, que sus jugadores reaccionaron ante las agresiones de Peñarol en el clásico de verano y que por eso no merecían una sanción del club.

La enorme mayoría de los hinchas de Nacional se fue sabiendo que se puede ganar y perder. Con bronca, obviamente, pero sin que siquiera se les cruzara por la cabeza llevar el duelo a otro nivel. Es por esa gente que creo que debo apurar estas líneas. Porque nos parecemos más de lo que imaginamos. Y queremos lo mismo.

El Parque Central, así como está dispuesto, no ofrece seguridad para el visitante. Arrincónennos y mátennos a pelotazos en la cancha, como tantas veces han sabido hacer. Aunque se habilite toda una tribuna para el visitante van a seguir haciendo pesar su localía, ténganlo claro. Y van a ganar. Vamos a ganar todos. Yo también quiero disfrutar y no sufrir al Gran Parque Central. Les quiero contar a mis amigos de Peñarol y otros cuadros lo lindo del entorno y felicitar a los tricolores por su gran orgullo. Si festejar un triunfo es motivo suficiente para desatar incidentes, entonces sigamos como estamos. Terminaremos como todos sabemos.

Copiaremos una vez más las costumbres argentinas jugando sin público visitante o con estadios vacíos por sanciones.