Desde temprano en la mañana varias personas trabajaban ayer en el Comité Departamental de Emergencia de Durazno; para quien no conoce la ciudad, se llega a él preguntando por “el Corralón”. Mucha gente entra y sale de allí constantemente. En la habitación principal, algunos miran y señalan un gran mapa colgado en la pared, que muestra el departamento con las distintas zonas inundadas. Dialogan entre ellos y toman nota. También hay un pizarrón donde se anota la medida del río Yí y la hora en que fue tomada. Una muchacha con un cuaderno y una lapicera está sentada en la esquina de una gran mesa. Ella recibe las solicitudes y reclamos de las personas afectadas por la inundación. “Vengo a inscribirme como evacuada”, dice una señora que entra junto a un niño. La muchacha le pregunta los datos y los anota en el cuaderno. El intendente de Durazno, Benjamín Irazábal, que estaba en una habitación contigua, se acerca a conversar con la muchacha, da una vuelta y vuelve al lugar donde estaba con otros funcionarios que continuaban trabajando. Otra persona entra para registrarse como evacuada. A los minutos ya eran cinco los que esperaban para anotarse.
“El programa de alerta temprana realizado por el Instituto de Mecánica de los Fluidos e Ingeniería Ambiental de la Facultad de Ingeniería junto a la Fundación Ricaldoni nos permite tener casi la certeza de dónde va a llegar el río, y eso nos da la posibilidad de ir ordenando la evacuación”, dijo a la diaria el coordinador del Comité Departamental de Emergencia de Durazno, Jesús Mario Rodríguez, que también ocupaba un lugar en la habitación donde estaba el mapa. A su entender, el proyecto de alerta temprana es lo que ha permitido monitorear la situación del río Yí y la gestión de la emergencia. “No es lo mismo esperar a que el río crezca que esperarlo nosotros a él, con la información de cómo viene y hasta dónde va a llegar”, agregó.
Viene bajando
Rodríguez explicó que hasta ayer se había evacuado a todas las personas que vivían en las zonas a las que el río había llegado cuando tenía una altura de 10,50 metros. “El tipo de personas que se evacua a esta altura es distinto del de las primeras en ser evacuadas, porque el agua está en una zona más consolidada de la ciudad, que cuenta con todos los servicios. Las primeras personas que salen son las que viven en las zonas inundables; no se puede luchar contra eso. De los 10,50 metros para arriba estamos en una zona bien consolidada de la ciudad, sus habitantes son propietarios, trabajadores de tiempo completo. Estamos esperando que el momento sea inminente para dar el aviso”, señaló.
Para Rodríguez, el hecho de “poder esperar al río” con la información de cuál va a ser su comportamiento “ha permitido sacar una ventaja importante”. “Hasta ahora se sacó a 1.100 personas, más 500 autoevacuados y los que se fueron sin avisar, sólo porque le creyeron al comité. Eso ha sido la prueba de que el Sistema de Alerta Temprana funciona y da tranquilidad a la persona que está en riesgo”, señaló.
Irazábal destacó también “la confiabilidad del programa de predicción de altura de ríos que maneja el Sistema Nacional de Emergencias, que nos permitió advertirle tempranamente a la población de que íbamos a estar en presencia de una creciente extraordinaria”. “Nos permitió planificar el traslado de las personas, el realojo, montar con tiempo un campamento para evacuados en la explanada del Estadio Municipal, que tiene todos los servicios: cuatro vestuarios, 40 duchas, 20 inodoros, con lo cual toda la parte sanitaria de esa población está atendida”. Además dijo que se pudo “concentrar los esfuerzos en un solo lugar, y desde el punto de vista médico y alimentario es mucho más cómodo que antes, que íbamos a seis refugios diferentes”.
Por otra parte, destacó “la toma de conciencia por parte de la propia población afectada, que confió en los pronósticos, hizo caso a la advertencia del Comité de Emergencia y colaboró con la evacuación temprana”. “Fue fundamental la solidaridad del resto de los vecinos, que se volcaron a la calle a colaborar con la autoevacuación; vimos muchos autos y camiones particulares que permanentemente estuvieron ayudando”, agregó.
Rodríguez sostuvo que los cambios de la crecida del río Yí se deben a la interacción de los habitantes en la orilla. “Lamentablemente, la gente, con tal de aprovechar un terreno barato, lo que hace es rellenar para elevar sus casas. Cualquier intervención agrega volúmenes de tierra en lugares donde el río tenía otro tipo de circulación, y lógicamente hoy hay calles en las que el agua está por encima de los niveles que tenía en la inundación de 2010. Se trata de un mal manejo del medio ambiente que es difícil de controlar”, opinó. De todas formas, tal como explica Rodríguez -y muchos vecinos coinciden con él-, a diferencia de otros años, esta vez la evacuación pudo realizarse con anticipación y la mayoría de evacuados duraznenses vaciaron sus casas y encontraron un lugar a donde ir antes de que el agua lo tapara todo.
Mejor prevenir
En el barrio Bolsa de Gatos, un gran camión de la ID atravesaba la calle Ansina. Unas diez personas ayudaban a cargar en él una heladera, una cocina, muebles, colchones y cajas que salían de una de las casas de la cuadra. Su propietaria, Noemí Villa- nueva, estaba en la vereda junto a su hija María Sosa. El agua aún no había llegado hasta allí -estaba a una cuadra de distancia-, pero “más vale salir tranquila que con el agua elevada”, explicó.
“Quedate tranquila que todo va a estar cuidado”, le asegura Rafael Laguna a la dueña de casa antes de que el camión arranque. Laguna va adelante del camión, manejando su moto. Hace las veces de guía: lo dirige hacia la sede de Peñarol. Allí, algunos integrantes del Sindicato Único Nacional de la Construcción y Anexos (SUNCA) que estaban colaborando en la evacuación comienzan a descargar las cosas.
“Uno no sabe nunca quién puede precisar ayuda. Mañana puedo ser yo uno de los perjudicados”, dice Laguna, que se encarga de cuidar la sede y que ofreció el lugar a Noemí para que pueda guardar sus cosas mientras se queda en la casa de su hija durante el tiempo que demore la evacuación. También aloja a dos evacuados. Ella se quedó ordenando en la casa. Vació casi todo, sólo dejó “la cristalería y los tachos de cocina”, que, dice, no importa si se mojan. Tiene 65 años y hace 31 que vive allí. Su primera evacuación fue en 2007. “Me sacaron a mí y a toda la cuadra”, cuenta. Lo mismo le sucedió en la inundación de 2010. “No sé si es el cambio climático o un problema de los ríos, pero esto aburre, porque uno termina gastando todo el tiempo. Hoy miraba mis muebles y pensaba en cómo se van deteriorando con la humedad y con los viajes”, se lamentó.
Noemí cree que la zona en la que vive debería ser declarada inundable por la Intendencia de Durazno (ID), ya que el agua llegó dos veces hasta ahí y esta vez amenaza con acercarse. “Tendrían que realojarnos y darnos una vivienda digna. Yo estoy al día con la contribución, arreglo mi casa. Te esmerás y en un ratito queda todo destrozado”, dice. Esta vez irá a la casa de su hija. Con ella viajarán también su perro, su gata y su loro. No sabe cuánto tiempo se quedará allí; depende de si el agua llega o no a la casa. “Si pasa, pasa y si no, mejor”.
La pequeña Venecia
Una cuadra más abajo de la casa de Noemí, el agua tapaba toda la calle. Varios vecinos estaban conversando sentados en la vereda. José Luis Alvarado se acerca y cuenta que ya vació su casa. Mudó sus cosas para el techo de la vivienda de su hermano, que vive al lado. Allí armó un toldo y acampó con sus pertenencias. Su hermano Guillermo también vació su casa -dejó sólo un colchón y una tele- y llevó el resto a lo de un conocido, cuenta. Por ahora piensa quedarse con su esposa hasta que el río alcance el nivel de la casa. Cuando eso suceda, ya saben que subirán al techo.
José Luis toma el barco de un vecino para hacer un recorrido por las calles inundadas. Una cuadra más abajo, casi todas las casas están vacías, pero algunas todavía están habitadas, ya que otros también optaron por acampar en el techo. Los barcos se suman. Aparecen dos por una esquina. Quienes navegaban la calle inundada se cruzan con José Luis y lo saludan. “¿Y, Tito? ¿Sale un flete ahí?”, le grita uno. “Es la pequeña Venecia”, agrega el otro entre risas.
Minuto a minuto, los vecinos controlan la crecida del río. Un encendedor rojo en el medio de la calle es la referencia del nivel que alcanza el agua. “Todo el mundo está más prevenido”, asegura José Luis. Era mediodía y él estaba por ir a buscar comida al estadio, donde no sólo sirven a los evacuados que están allí, sino también a otras personas que están en su situación.
En el estadio hay unas 275 personas evacuadas. Se instalaron carpas militares y otras más grandes para alojarlas a todas. En una cocina de campaña de la Fuerza Aérea instalada en la entrada del edificio se cocinó un guiso. Cada persona recibe su plato. Luis Iturria, director de Promoción Social de la ID, es el encargado de los evacuados que están ahí desde el domingo. Según explicó, no se sabe por cuánto tiempo van a permanecer allí, ya que hay que esperar a que el río baje, y luego funcionarios de la Dirección Nacional de Bomberos se encarga de limpiar las viviendas y desagotar los pozos negros. También se le entrega a cada persona hipoclorito y cal para que puedan limpiar y pintar la casa. Finalmente Bomberos chequea que no esté en peligro de derrumbe. Después de eso, las personas están habilitadas para volver. “Esto nos va a llevar todo febrero, por lo menos”, dijo Iturria.