En épocas de disciplina táctica y ausencia de espacios, Peñarol le ganó a Nacional por una diferencia antediluviana: revivió el 5-0 de 1953, su máxima victoria clásica. Fue una tarde de contrastes crueles. El fútbol fluido de los aurinegros chocó con la desconexión de los tricolores. Como consecuencia, la vigencia del sueño de campeonato de los ganadores es el extremo opuesto a la situación de Nacional, que apenas mantiene chance matemática, mientras la clasificación a la próxima Libertadores pasa a ser su nuevo y difícil objetivo.

Peñarol ganó en todos los rubros. Demostró una acertada lectura de juego que cargó el flanco zurdo de la zaga de Nacional, que a comienzos del segundo tiempo pagó el precio de ese trámite con la expulsión de Torres. Por allí llegaron cuatro de los cinco goles. El lateral sufrió, pero también padeció el central Benegas: fue al paraguayo a quien se le escapó, a los 12 minutos Jonathan Rodríguez, que con otra corrida acalambrante se transformó en la llave del primer tanto y salvó otra materia en la carrera clásica. Habilitó a Zalayeta, que con el fácil toque al gol apenas adelantó algunos kilos de las toneladas de calidad que desparramaría.

Hubo un espejismo, una aparente reacción tricolor casi inmediata. El tránsito se aceleró en el medio y Nacional tuvo raras facilidades para encontrar fútbol cerca del área rival. Fueron tres olas: dos remates de Mascia -uno particularmente propicio pero finalmente lejano- y un tiro libre a cargo de Munúa. A la media hora, ya eran historia. Peñarol volvía a agruparse bien en un mediocampo de sacrificio grande y los tres de atrás nuevamente se sobraban ante Mascia. Pereiro, De Pena y Cruzado eran talento enjaulado. El afán participativo del peruano lo condenaba por errático. A los juveniles, en cambio, los condenaba la ausencia. Aguiar fue una pieza fundamental para que el balón llegara rápido a la línea intermedia del Tony y Zalayeta, que formaron el circuito en el que se enraizaron los goles. Reaparecieron los toques y volvieron a pasar calor Torres y Benegas. Zalayeta los buscó y forzó un cierre que fue a dar al córner: el Tony metió su penúltimo pase-gol clásico y Macaluso puso un cabezazo que marcó el 2-0 justo antes del descanso.

Pelusso reaccionó colocando al Chino y al Morro. Excluyó a Pereiro y a De Pena. Cruzado se retrasó para conformar una línea media de tres futbolistas y quedar por detrás de Recoba, el encargado de buscar a la nueva dupla ofensiva. Pero el Chino apenas pudo meter una bola limpia para García. Mucho mejor acompañado, dos minutos después su amigo Pacheco le mataría el punto y el sueño de cambiar la tarde. Iban 51 y recién habían expulsado a Torres. Peñarol buscó el flanco libre. Hubo magia de Zalayeta y última habilitación clásica del Tony para que el Japo pusiera el 3-0 sin que a nadie se le ocurriese adjudicárselo a su hermano. Hasta en eso ganó Peñarol. Quedaban atrás los tormentosos tiempos de Alonso y Gonçálvez, pese a que fueron parte de esta misma temporada. La improvisación de un presidente que llamó a Fossati tarde, no era obstáculo para que el equipo cerrara tempranamente un clásico clave.

Faltaba la ovación con la que Pacheco dejó la cancha, en su presumible despedida clásica y transformado en un récordman raro para estos tiempos. También habría espacio y reloj para los dos goles de Aguiar, que enseñó a definir tras combinaciones que evidenciaron un gran compromiso con el partido. Esa seriedad evitó tonterías normales en clásicos cercanos. Apenas hubo un tumulto, ya en los descuentos. Ganadores y perdedores asumieron su rol. Los primeros se aferran a la punta de un Clausura que representa su única vía de llegada a la definición del Uruguayo. Los segundos se deben un replanteo de sus estrategias tras un año y medio sin las victorias prometidas por quienes hablaban de ganar en todas las canchas.