Cuál será la mejor manera de decir adiós. Cómo será el modo más amable o simpático de despedirse y mantener viva la vivencia generada, sin dañar la imagen construida. Trayecto a trayecto, escalón por escalón, congeniando un montón inacabable de contraposiciones que surgen cuando dos o más sintonías buscan unirse. Así hasta que llega el último de los días, antesala del día final, presuroso entre su azar y su destino por digitar la forma adecuada en concluir una etapa.

Parece tan lejana la fecha del comienzo que ya no se divisa. Meses, días, horas, minutos; primeros y últimos segundos. Cuando el sol rajaba la tierra, el 4 de enero comenzaba la Copa Nacional de Selecciones del Interior: el torneo más importante para un millón y medio de personas. Apenas un brindis por el año nuevo; ni vacaciones, ni camping, ni playas fueron obstáculos. Hombres de ocho horas de trabajo y fútbol lúdico inauguraban un desafío más para sus vidas. Un campeonato que cubre y protege con sus sombras a ciudades, pueblos, localidades y villas. Jugó cuando parecía que nada sucedía en el Uruguay Natural. Soportando temperaturas y lluvias de verano, gritando fuerte que estaba ahí: que era fútbol y era nuestro.

Quizás el mayor mérito de lo que empiece sea eso mismo: empezar, táctica de los valientes. Después el trabajo es ir haciendo camino al andar, soportando dificultades de la práctica misma, intentando disminuir los márgenes de error. Hubo traspiés. Un cúmulo de equivocaciones e irregularidades que destiñeron las cosas. Por un lado las torpezas de lo inadvertido, como solucionar o postergar fechas por las inundaciones que invadieron el país. Por otro, las negligencias de lo previsible, como cambiar clasificados alterando criterios sobre la marcha o diluyendo fallos que pueden cambiar todo el panorama andado. La última, hablo sobre las negligencias de lo previsible de la Organización del Fútbol del Interior, es fijar el último partido, el día final de la final más importante y definitoria, a la hora señalada de un domingo en donde Peñarol y Nacional juegan el clásico más atrayente para todo el país.

Nadie duda de eso. El partido entre los dos clubes con más historia local e internacional es indiscutible. Es así: Salto y Tacuarembó, por decisión de la organización, jugarán a las 16.00, misma hora que Peñarol y Nacional. Los que irán al Dickinson salteño -seguramente un par de horas antes para ver la final de sub18 entre los suyos y Lavalleja- no especularán y llevarán la radio al oído para saber el resultado en Montevideo. Tacuaremboenses y salteños que anden por la capital y el Centenario sea su destino porque el fútbol les mueve el corazón, harán lo mismo, o recurrirán a cualquier mensajería de texto para saber cómo van los suyos en la copa orgullo del interior. Eso no lo duda nadie. Pero perfectamente podría haberse previsto la coincidencia -postergada por el cambio en la dirigencia de la AUF- y crear dos citas ineludibles que tuvieran pendiente a todos en cada una de ellas, realzando su relevancia.

La decisión no ayuda, no es inclusiva. No es la manera más eficaz de sacar provecho de aquel grito de verano, hoy dispersado por un susurro y tapado en hojas otoñales que caen. Para hacer lo imposible a veces se necesita de un gesto del otro. Defendemos la Copa en todo momento. Esperamos estar en cada cita ineludible, así no sea de la mejor manera. Inconformes por el día y la hora, más que imaginar el adiós nos despedimos pensando en volverla a ver: mientras exista, mientras nuestra mirada enfoque más allá del Santa Lucía.