Era una tarde cualquiera de un domingo de abril en Salto, aunque el domingo y la tarde eran diferentes. Eso recién se notaba cuando, por la avenida Oficial 1, la que es larga, muy larga y termina en la ruta, empezaban a verse las veredas pobladas de peatones, y en la calle se repetían los autos, uno detrás de otro. No era una tarde cualquiera en la zona de Salto que se conoce como Dickinson por el apellido del empresario que, según cuentan, tuvo una extensa área predial en el siglo XIX, a tal punto que uno de sus hijos pudo, cuando arrancaba la cuarta década del siglo XX, donar espacio suficiente para construir un estadio. En esa zona salteña, a una cuadra del estadio que lleva el mismo apellido, un vallado amarillo empezaba a desviar los autos. Ahí, en ese lugar, fue que se quedó durmiendo el enjambre birrodado que había traído salteños y más salteños desde toda la ciudad. La locomotora del manisero -¡puf, se puede escribir con ese o con ce!- nos indicó el camino. Apuntaba hacia la puerta de ingreso al estadio Ernesto Dickinson, aunque previamente, claro, el público tenía que pasar por boleterías. Ahí no había opciones para el ingreso; costaba 100 pesos. Uno podía elegir si ir o no al field, la tribuna principal; el ticket a ese sitio implicaba 50 pesos adicionales. Como sea, 100 o 150 pesos por estar en la gran final fue entrada popular.

Las dos tribunas estaban abarrotadas. La principal, con unas 4.000 personas: "la del otro lado", con unas 2.000. 1.000 de los que estaban "del otro lado" eran visitantes. Como sea, salvo en el primer partido, en el que los juveniles salteños enfrentaban a los tricolores minuanos, todo el estadio era rojo y blanco entre locatarios y visitantes tacuaremboenses. La marchanta de banderines fue en la tribuna grande, y fue salteña. La venta de viseras y de camisetas también fue salteña. Fue salteño todo, excepto la copa en cada una de las categorías.

Los siete reinos

Ser la campeona del Interior es, para cualquier selección de un pago, literalmente el "sueño de una noche de verano". Por más que se concrete una tarde de otoño, como pasó este domingo, es el sueño que arrancó con el año, en las noches de enero, cuando la pelota empezó a rodar. De ahí venían Tacuarembó y Salto, habiendo recorrido cada uno los partidos de ida de la serie Litoral Norte, más los de vuelta, más las idas y vueltas de octavos, cuartos y semifinales, para llegar a las finales. Fueron para ellos, en total, 16 partidos. Pero aunque el camino sea la recompensa, todo se termina concentrando en una jornada, en una tarde, que es el último paso; tras ése, al menos por el momento, no habrá otro posible. Máxime porque venían de empatar a cero en la primera final, jugada en Tacuarembó. El todo por el todo, la finalísima en la que no había que dar vuelta resultados ni hacer cálculos de goles de local y de visita; era en un partido, con el único desequilibrio de la localía como pseudoventaja de uno. En esos 90 minutos estaba el big-crunch de la hiperdenominada "Copa ANCAP Antel Uruguay Natural", a la que también se la podría llamar "Profesor Julio Bozzano" y, además, "100 años de la Asociación de Fútbol de Cerro Largo". Haya sido como haya sido, entre el preliminar, que era la final sub 18 entre Salto y Lavalleja, y la final de mayores había sobre la mesa, a un costado de la cancha, una fila de siete enormes trofeos esperando por monarcas.

Servicios varios

Refresco y pancho, todo por 50 pesos, valió la pena. Aunque el pancho no haya sido extralargo como los que antes solían vender en los estadios sureños. En todo caso, importaba llegar en el momento justo, porque cuando la primera final moría, y lo mismo ocurría con la segunda, los despachantes estaban mirando el match, aferrados al tejido, haciendo fuerza por la albirroja salteña. Ésa era la camiseta que tenían todos en la cantina, la que no era de empresarios cantineros sino del consejo juvenil. La cantina hacia la tribuna y los cantineros hacia la cancha; era entendible.

El que también estuvo jugado con el locatario, aunque con otros ribetes, fue el animador en la red de altoparlantes. Fue el encargado de tirar pelotas hacia la tribuna, de sortear una bici y de anunciar los premios tras la coronación minuana en sub 18 a primera hora. Claro, la molestia generalizada con el arbitraje de ese mismo partido dio pie para intervenciones que a algunos les arrancaron sonrisas pero a otros, aunque de su mismo pago, les parecieron intervenciones desubicadas. “No sé si los jueces están esperando alguna copa”, dijo después de las medallas y trofeos entregados a los finalistas juveniles, y la cuaterna seguía todavía en el centro del campo, rodeada de más de una decena de efectivos policiales munidos de cascos, chalecos y escudos. Una hora más tarde, mandó una similar. Era el entretiempo del partido de mayores, y frente a él estaba el cuarto árbitro, Néstor Izquierdo, quien repetía su rol respecto de la final de sub 18. El animador, cuando fue a sortear una bicicleta, mandó la ironía teledirigida a Izquierdo: “Si bien la gente quiere que sea para que alguno se vaya ya mismo, la tenemos que sortear”.

Pasado a números

El obtenido el domingo fue el noveno torneo del interior obtenido por Tacuarembó, que lo ganó también en 1952, 1961, 1964, 1965, 1966, 1972, 1980, 1987 y 1991. Tacuarembó es la segunda selección más laureada, detrás de la de Durazno, que suma diez torneos del interior. Paysandú tiene seis; Colonia y Maldonado, cinco; Cerro Largo y San José, cuatro; Rivera y Soriano, tres; Rocha, Florida, Canelones, Lavalleja y Maldonado Interior, dos; Salto sólo obtuvo un torneo del interior; el de 1979. También tienen uno Artigas, Flores y Río Negro.

El goleador de este certamen fue el tacuaremboense Octavio Siqueira, con 13 tantos. Gastón Villoldo, de Soriano Interior, convirtió 11, y 8 tanto Nicolás Arbiza, de Artigas Interior, como Jonathan dos Santos, de Salto capital. En sub 18, el goleador fue el canario Lucas Martínez, con 19 goles.

Otras albirrojas

La organizada interacción entre materia y energía, por definir arbitrariamente un culpable, dejó a la también albirroja Florida como tercera protagonista del domingo finalista. A la albirroja locataria, a franjas verticales, se le enfrentaba para ganarle -después sabríamos- la albirroja tacuaremboense, ésa que consta de sólo dos piezas, encastrada una en la otra. Y juzgaba un juez; más bien una cuaterna floridense que encabezó Carlos Otaiza, un profesional de la docencia primaria, un maestro, que encabeza a diario -y sin hacer olas- el desarrollo de un programa educativo de fuerte impacto entre reclusos de la Piedra Alta. Detrás del cuarto árbitro, que es el tercero después de la línea de cal, no entraba en la cuarta posición todavía un técnico u otro. Lo que había era una silla aparcada frente a una mesa enana, un monopié con su cámara, y como centro de todos esos objetos, un sujeto, tecleando en una computadora, tomando fotos y haciendo entrar en acción, a veces, un handy. Era el titular del portal futbolflorida.com, Jorge Benoit, que en Florida se dice “benoit”, como se escribe, por más que sigan insistiendo en otros lares en que se debe pronunciar “benuá” o algo similar. Es que en Florida, Lorier se dice cómo se escribe, y no ese inacabado “lorié” con el que los medios capitalinos han rebautizado a don Eduardo, el coterráneo senador comunista; por no hacer mención al ex intendente, que es Giachetto y no “yaqueto”, como quieren hacernos creer aquellos que se imponen a fuerza de saber reglas de fonética de otros idiomas.

Y no sólo Benoit con su portal estaba allí. Más allá del tejido, lejos de los habilitados para estar “a nivel de campo” con el distintivo chaleco rojo y blanco que les había asignado la Organización del Fútbol del Interior, mucho más allá, donde termina la tribuna principal del Dickinson tras trepar por una masa humana llena de banderines salteños, estaba la gente de Fútbol Florida Radio, el equipo de deportes de CW 33, La Nueva Radio Florida. Para uno, que llegaba a Salto desde esa misma ciudad con el dato anecdótico de haber empezado desde 11 -como los jugadores- la cuenta regresiva de días de su propia llegada al mundo a partir de la jornada del único título del Interior obtenido por Salto, toda aquella coincidencia era cuestión para Mulder y Scully. Por no hablar de que uno casualmente también está esperando llegadas al mundo por estas horas, y que, además, en la ciencia de los méritos y merecimientos creía que lo justo hubiese sido que la organizada interacción entre materia y energía, que no es tan organizada, según parece, dejara narrar todo aquello a un mercedario, Mintxo, porque así está la diaria, llena de gauchos patones. La cita le era ineludible, dijo, pero la cita lo eludió a él.