Su gente disfruta del histórico momento, presiente que lo mejor está por venir. Esa emoción flotó en el aire del Parque Rodó tras el tardío gol de Albarracín que dio vuelta el partido a 6 minutos del final. Como ante sus rivales de las dos jornadas anteriores, el equipo de Alfredo Arias ganaba de atrás. Pero ganaba a lo Wanderers, comprometido con la rotación, la paciencia y el toque de primera. Por amigo de la pelota, el cuadro que arrancó la temporada titubeante y se reinventó tras la incorporación de Chapita Blanco quebró el esquema mental del futbolero promedio y se posicionó en el lugar del favorito que el imaginario colectivo les reservaba a los 
aurinegros.

Si desde ayer el sueño de coserle una nueva estrella a esa camiseta centenaria empieza a ser verosímil, es porque Arias dirigió con tino. Ejecutó rápido para cambiarle la flecha a una tarde que arrancó con tempranera ventaja de Defensor: a los 7 minutos, los violetas demostraban que sus suplentes serían titulares en varios equipos y traducían un predominio notorio en el 1-0 convertido por Matías Jones. A Wanderers le dolían las bandas. Un titubeante Maxi Olivera sufría demasiado cada vez que Adrián Luna lo encaraba. Jones acechaba por la izquierda, Nicolás Olivera jugaba con precisión y Nacho Risso ganaba de aire y hasta escapaba y habilitaba con algún centro, como pasó en el gol. Pero el DT bohemio metió rápido a Diego Riolfo, dueño de apiladas, quiebres y pases largos. Cambió el sistema, porque salió Adrián Colombino, que estaba jugando de volante tapón, y Santiago Martínez y un incansable Guzmán Pereira conformaron un doble cinco que tiró para atrás al osado fútbol violeta. Tenía que ser Guzmán el encargado de pelearse con el mundo hasta forzar la falta que posibilitó el tiro libre del que salió el empate. Lo cabeceó Martín Díaz. A los 18 minutos, el partido ya estaba 1-1.

La primera movida del DT sirvió para achicar la brecha de rendimientos, pero no alcanzó para borrar la supremacía de Defensor, que tuvo las aproximaciones más claras de un primer tiempo en el que su arquero trabajó poquito. Para cambiar la tendencia, aún estaba pendiente la segunda variante. Se trataba del ingreso de Albarracín, que refrescó el ataque y se metió entre los zagueros locatarios. El éxito de la lectura del director técnico se condensó en el tanto decisivo: pase del primer ingresado, gol del segundo.

Sería demasiado exitista quedarse con la foto y no con la película. Porque el 2-1 llegó tras un largo pasaje de predominio ligado al toque de pelota, a la calma para jugar aun en medio de un trámite friccionado. Wanderers puso el balón en la chacra del lateral violeta Pablo Pintos y buscó conexiones finas con el área. A Defensor le faltó claridad para aprovechar los metros que regaló el adelantamiento ajeno. Felipe Gedoz no entró bien y Olivera recibió poco fútbol pese a mostrarse y tocar con acierto. El resultado: un estiramiento que facilitó la tarea defensiva de unos jugadores bohemios que se sienten cerca de algo grande, por querer a la pelota como a la madre.