Sus ojos son el brillo en la noche. Una luz nueva entre tantas sombras que intentan alumbrar descuidados pastos. La contemplación de todo. Puedo ver en esa mirada algo de renovación, dosis de extrañeza y desconocimiento o de principio incierto y final resbaloso; hay también la esperanza de cada vez que se recomienza, el empuje incesante de los latidos, un lugar conocido con otras ganas -todas, en suma-. Las vistas se cruzan ineludiblemente. Tienen pretensiones. Son la expectativa y la ilusión de encontrar una razón que valga la verdad entre tantos y tan tontos. Susurro atado con alambre, ecos en una caja de cemento. La melodía de un soplo que pronuncia su nombre. Aire que obliga al parpadeo.

Acaso desconfían. Puede que nada suceda y lo suponen. En ese caso, ya se sabe lo que pasa: gana una indescifrable inquietud súbita y atestada de desesperanza. Cada vez que está por comenzar algo, la marcha es con pies de plomo: contaminantes, pesados. Eso repasaba en cada paso de la escalera antes de detenerme. No puedo evitar pensar que, ante tanto juego que salió mal, aun así, esté acá otra vez. Conscientemente acá. Será que lo inexplicable siempre ocurre así, un poco al desconcierto, otro poco a tientas, con algunas certezas. ¿Y si llega el día en que no se contemplen las miradas? Asaltarán las dudas de las cosas que solamente se descubren entre pupilas. Alguien se sienta al lado y, sin saberlo, rompe el momento. Cosas que pasan. Ni se asombra, porque no lo sabe ni supone. O sí, y él está inmiscuido en la misma disyuntiva de cada-vez-que-empieza-algo. No sabemos qué va a pasar, pero empecemos por el principio: dejame ver cuando me mirás, mirame mirarte. Como prefieras.

La pelota está en la mitad de la cancha, inmóvil en la espera. La camiseta al pecho (no) pesa y la responsabilidad también. Es el debut de local de un campeonato que comienza, y todo tiene un renovado sentido. Momento de andar el camino; no encontraremos otra forma de saber cuál de las caras de la moneda será la narración de la historia. Dicho más claro: a quién favorecerá el 2-0 de la vida, aunque nunca sea igual, aunque sea otro día. Pueden pararse en la punta de un pretil para que el partido haga su trabajo y decante; o pueden jugársela y correr el velo invisible que separa los sueños de la vida.