La jugada decisiva llegó a los 72 minutos, apenas cuatro después de dos chances que podrían haber puesto en ventaja a Liverpool. Diego Forlán tomó la pelota, con el partido igualado a uno, y a fuerza de enganches empezó a abrirse paso para prometer un remate que nunca llegó. Eligió meterse al área por la derecha hasta llegar a la línea final y, desde allí, nada de inventos: el viejo y querido pase bajo y al medio dejó solo a Luis Aguiar, que puso el segundo gol carbonero. Más tarde, Matías Aguirregaray maquilló las angustias y marcó el 3-1 definitivo. Fue el salto a la punta de Peñarol, entre los guadañazos de un partido friccionado disputado en Belvedere, donde, tras el final, ya nadie se acordó de las sombras que habían acompañado a Pablo Bengoechea y sus muchachos hasta la fecha anterior.

A dos fechas del clásico, darle la captura a Nacional parece ser suficiente para que el viento infle esa camiseta que antes se percibía arrugada. Pero vale decir que Peñarol ganó por oportuno, porque esa calidad individual que se sigue percibiendo en cuentagotas se materializó en la genialidad de Forlán. No fue más ni menos que Liverpool. Los dos equipos corrieron y se confundieron entre quites e imprecisiones, en un partido más disfrutable por la evolución de un tanteador generoso que por la circulación del balón. El talento personal, asociado a la billetera más gorda, inclinó la balanza a favor del grande de turno.

Además de la jugada previa al 2-1, Forlán aportó el remate que sacudió a Jorge Bava a los 18 minutos. Marcelo Zalayeta recicló basura, y en ese rebote encontró la pelota del primer gol. Las corridas del argentino Carlos Luque eran casi lo único aurinegro que lucía cancha arriba. Más atrás, Nahitan Nández y Aguiar, de vez en cuando, conseguían hilvanar salidas prolijas o meter pases profundos. Ambos fueron la contraparte del buen volante negriazul Sebastián Rodríguez.

Mientras mantuvo en la cancha el 11 inicial, Liverpool padeció especialmente esa característica del partido. Junior Arias fue el único delantero neto que Juan Verzeri colocó de arranque, y no pudo generar mucho más riesgo que un remate, al final del primer tiempo, interceptado por Gastón Guruceaga luego de un mal cálculo de Guillermo Rodríguez. El DT locatario optó por darle compañía desde atrás, con un adelantado Gonzalo Freitas, que jugó de media punta y fue más entusiasta que fino. Renato César y Nicolás de la Cruz estaban llamados a hacer lo mismo por las bandas. El primero se desgastó al tomarse con seriedad sus obligaciones defensivas y perdió peso ofensivo con los minutos. Es posible que el segundo, dueño de un talento particular, haya tenido una de sus peores tardes.

Los ingresos de Adrián Balboa y de Paulo Pezzolano fueron el aire que Liverpool precisaba para igualar. Y el banco pagó con habilitación del Papa y cabezazo de Rocky en la jugada del empate, sobre el comienzo del complemento. Salía de Estación Central el tren que Liverpool no se tomó: con Pezzolano marcando la diferencia en tres o cuatro pases largos y Balboa dándole compañía a Arias, llegaron dos jugadas de gol no concretadas, incluyendo una pelota que dio en el travesaño de Guruceaga. Con la asfixia de siempre, Bengoechea preparaba dos cambios ofensivos cuando Forlán le dio el alegrón de la puerta abierta para el 2-1. Entonces, el riverense canceló el ingreso de Cristian Palacios y se mudó a las antípodas: terminó con el mediocampo completo y el ingreso de Emilio Mac Eachen, para cerrar el partido con cinco defensas. Un grito furioso de Forlán de cara al tejido de la tribuna visitante de Belvedere resultó una buena síntesis de las tensiones superadas con la victoria. En la vuelta de los grandes al estadio negriazul tras varios años de ausencia, el puñado de hinchas carboneros lo percibió bien de al lado. Como le pasa a Nacional en la tabla.