Justo antes de la hora del recuerdo y de la ausencia, el Morro Santiago García fue a buscar la penúltima pelota. Sebastián Fuentes, arquero de Cerro, la despejó hacia arriba, pero en el mismo lugar donde estaba parado. El Morro la midió pegado a Fuentes, calculó la chilena y el elegante gesto acrobático fue el empate 1-1; fue el gol y el final. Así, en ese minuto que cuando termina define una historia entre angustia y placer.

Entre lo real y lo imaginario, nunca supuesto, esa última pelota cambió el resultado de un partido que tenía a Cerro como ganador por méritos propios. Ganaba 1-0 desde el primer tiempo y había dominado el trámite sin pasar mayores sobresaltos. El villero fue conciso y concreto. Desplegó un buen trabajo táctico en el centro del terreno, con Rodrigo de Oliveira, que siempre rinde dos, más el capitán Richard Pellejero, ambos aplicados al trabajo forzoso y con la generación de dos creativos con (re)soluciones, Gonzalo Nano Ramos y el zurdo Felipe Klein.

Ese gol para adelantarse en el marcador también se aplica a la categoría de “golazo”. Nano Ramos la luchó en el área y la tocó hacia atrás desde el piso; el capitán de Cerro, expectante en la medialuna, como quien no quiere perderse el momento, la calzó de lleno con el empeine del deseo y sacó un balazo que entró un poco más abajo del ángulo derecho de Nicola Pérez.

El local manejó los hilos del encuentro desde entonces. River Plate, un nuevo River Plate, sobre todo en la defensa, estaba reformulado en esa zona de la cancha porque Diego Rodríguez y Kily González llegaron físicamente justos luego de sus lesiones, por lo que Juan Ramón Carrasco decidió no darles titularidad y puso a Luis Torrecillas de lateral derecho y Agustín Ale de improvisado lateral izquierdo. Si bien JR colocó una mitad de la cancha con tres volantes creativos -Fernando Gorriarán, Bruno Montelongo y Marquinhos-, por delante de Ángel Rodríguez, preferentemente aplicado a marcar, el darsenero naufragó sin poder desplegar su habitual toque y profundidad para llegar al arco rival. El Morro siempre quiso, pero no le llegaron redondas por ningún lado, salvo las que pechereó por instinto propio.

Recién cuando el reloj del segundo tiempo empezaba a tragarse el resultado, Carrasco apeló a sus típicas tres puntas con el ingreso de Michael Santos. Tampoco fue la solución esperada, porque de la formación a la práctica siempre le faltaron conexiones claras. No es por insistir, pero las virtudes para que eso no sucediera fueron trabajo de Cerro: no dejó jugar cómodo al darsenero, le ganó bien los espacios vacíos y no le permitió ofender por la espalda, especialidad número uno del fútbol de Carrasco.

Deseoso de empatar, irritado por lo que siempre significa perder, River se dejó de formas y ropas típicas: adiós al tiqui-tiqui y bienvenidos los centros, como si fuera una travesía hacia otro lado. Era quedarse con él mismo o emprender otra cosa. Cerro, fiel a su propuesta, podría haber ampliado la diferencia, si no fuera por un par de buenas intervenciones de Nicola Pérez. Sacó todas, menos la penúltima, la del trago amargo del final. El empate significó el cuarto partido en cadena invicto para ambos. Nunca será poca cosa.