Comunista militante y científica, la abuela Ivonne no era afín a eso que el periodismo deportivo define como “el ambiente”: en el boliche imaginario en el que Fredy Varela cuenta hazañas amorosas mientras relojea el programa de Jorge Baillo, seguro que no hubiera entrado ni aunque anduviera de barriada. Pero el magnetismo de un buen partido de básquetbol puede ser lo suficientemente fuerte como para sentar a Marx y a Lenin en el banco hasta que suene la chicharra. He ahí la explicación, supongo, de que se haya clavado frente al Philips blanco y negro en aquella noche veraniega de 1994.

Jugaba Aguada, el cuadro del barrio que la vio nacer, porque así lo quiso la suerte del viejo Caramella, uno de los tantísimos tanos que llegaron con oficios, ideales y ganas de tener hijos. Pero el resultado no le importaba, porque nunca fue hincha. Me parece que le importaban los recuerdos de sus casas de las calles Lima y General Flores, de su hermano varón volviendo de los partidos y de alguna de sus seis hermanas dragoneando en el zaguán con un crack aguatero de antaño. De puro empático, ese día me hice de Aguada.

Mientras no aparezca el psicólogo que dé en la tecla, me animo a decir que en mi definición hubo mucho de amor por una abuela lúcida y generosa, y cierto apego por ese mundo de los recuerdos edulcorados. Crecí entre cuentos de tranvías que andaban por allí, donde ahora la ciudad amontona casas vacías. En aquel Montevideo, la vida pasaba por la Aguada. En aquel país de conquistas sociales, el esparcimiento se universalizaba, y una barra y una esquina alcanzaban para formar un club. El sentido de pertenencia al barrio era el sexto hombre. Quizá algo de eso llevó a Antonio Romano a abandonar el club Aguada en 1934. Sólo se alejó unas cuadras, pero el tiempo quiso que llegara hasta las mismísimas antípodas. O hasta la Plaza de Deportes número 2, de General Flores y Cuñapirú, en donde fue partícipe de la fundación de Goes.

El historiador aguatero Óscar Bonino rescata una nota de El Diario que demuestra cómo, en apenas unos años, la gente del básquetbol ya hablaba de un nuevo clásico: “Las posiciones cedidas por los tradicionales adversarios […] Sporting y Atenas, están siendo reclamadas por la rivalidad creciente de los clubes Aguada y Goes”. Aguada rondaba las dos décadas, vivía su mejor época. En tiempo récord, Goes ya había ganado su primer Federal y arrancaba los años 40 con estatus de grande. La rivalidad tenía todo. Los clásicos se fundan en similitudes, y las había de orígenes, identidad, ubicación, convocatoria y poderío deportivo. El partido que se jugó por primera vez en 1936 y Goes ganó 37-20 en la Ciudad Vieja rápidamente quedó asociado a pasiones desbordantes: en aquel país la gente también se agarraba a las piñas. Pero había espacio para una convivencia rara para estos tiempos, que explica que Goes haya usado reiteradamente la cancha que Aguada supo tener frente al Palacio Legislativo, hasta que inauguró su primer estadio.

De tan fuertes, las ganas de ganarse mantuvieron la rivalidad a resguardo de la dura segunda mitad del siglo XX. Es que al básquetbol le llegó el profesionalismo y, pese a sus multitudes, los clásicos adversarios lo sufrieron con descensos y largos períodos sin festejos. Aguada lo disimuló mejor. A Goes lo castigó una billetera más modesta. Por su ubicación, mucho más dependientes del comercio de Villa Muñoz, los misioneros padecieron el éxodo de no pocas familias. Aquella escena de Reus, la película: el pibe judío, criado en la costa, que no quiere saber de nada con la sinagoga del barrio natal de su padre. Consecuencias de los cambios de una ciudad que se avergonzó de General Flores y de Agraciada. También, explicación de que los hinchas de ambos aparezcan hasta debajo de las baldosas de las zonas más recónditas, como empujados por las raíces de los plátanos centenarios que pelean contra la grisura de unas calles en las que nació esa rivalidad de vecinos bien montevideanos, que cuando ganan alternan los cánticos de los pibes de ahora con los himnos de siempre. Si en este mundo queda un poquito de justicia, algún día se ganarán una buena canción de esas que sabe hacer Jaime Roos.