Justo estaba escribiendo, jugando este Deportivo Sentimiento, cuando escucho en 13 a 0 al Profe Ricado Piñeyrúa afirmar que él no cree que los medios pongan o saquen presidentes, haciendo referencia a las elecciones en Argentina. Negué con la cabeza mientras ejecutaba un “guardar como” y pelaba una tangerina. Asumí que mi precaria toma de posición era tan invisible como discutible, pero, así y todo, un eslabón más en la cadena del razonamiento. Seguí, entonces, con el desarrollo de mi idea, que de alguna manera estaba atravesada por aquella idea, artesanal hipótesis de trabajo acerca de la incidencia de los medios, los comunicadores, los referentes. Recién en el último escalón, apenas por encima del llano aparece la incidencia de aquel o aquellos a quienes estamos siguiendo, acompañando, idolatrando o discutiéndole, oponiéndonos y hasta combatiendo. Algo está mal si realmente es así.

Gestos técnicos

En realidad, pensé que iba a escribir sobre entrenadores, el respeto a su trabajo y su idoneidad, y la indiscutible incidencia que sobre su labor y la continuidad de sus gestiones tienen los que mandan, los que creen que pueden mandar y los que realmente cortan el bacalao. Atenti: ese engendro es grande y en él seguramente alguna vez hemos estado, ya sea subiéndonos al coro de la descalificación tribunera, haciéndole el juego a alguno que, sin que no diéramos cuenta, nos iba llevando de las narices, o, simplemente, de atropellados y dejándonos llevar. Aparece ahí, también, y pareciera que aun más en estos días de desarrollos de oficios y profesiones por individuos con escasa o directamente nula preparación, el “argumento de autoridad” (creer o defender algo porque quien lo expresa supuestamente tiene autoridad en la materia), o el magister dixit (el que sabe lo dice), aplicable para el caso del fútbol vernáculo a los Alberto Kesman, Jorge da Silveira, Juan Carlos Scelza y demás.

Decimos, y ejecutamos la ficción de que pensamos, lo que nos están diciendo los otros, que además, a dos bandas, después recogerán su opinión, como la del pueblo o la de la afición.

Sensación térmica

Centraré la cuestión en la evaluación general que parece apreciarse de la gestión como director técnico de Pablo Javier Bengoechea en Peñarol (líder del segundo torneo que está dirigiendo; el otro lo ganó, y perdió en un partido el Campeonato Uruguayo) y de Gustavo Adolfo Munúa en Nacional (segundo en este torneo, a tres unidades del líder). Con Bengoechea la reacción del mundo futbolero es absolutamente sorprendente e increíble.

Seguramente muchos creemos que es improcedente y tal vez tenga que ver con la amigable pero sólida postura del entrenador, reflejada en sus constantes y pacientes respuestas a las preguntas e inquietudes que forman parte de cualquier guion del fútbol infotainment. Parece que Bengoechea los perturbara -a los opinadores- con la firmeza casi didáctica de sus respuestas, por lo que éstos levantan el nivel de exigencia con la falacia de que ganar no es jugar bien.

En el caso de Bengoechea, ídolo muy reciente como para que un manya no le dé crédito extra si lo necesita, la situación de desestabilización por ósmosis de los medios se agrava notoriamente cuando el propio presidente Juan Pedro Damiani, el que lo trajo, el que festejó el título del único torneo que dirigió Bengoechea, hace apenas unos meses, lo ha puesto en la picota tras el triunfo ante Rentistas 1-0 que lo dejó como único escolta cuatro fechas atrás, y después del empate ante Wanderers el último domingo, cuando los carboneros llevaron a 3 unidades su diferencia respecto de Nacional cuando sólo quedan 6 puntos por disputar.

“Si no mejoramos no hay futuro”, había dicho aquella vez, pero se ve que la mejoría, para Damiani, excede las bases de la competencia: un mes después, ya primero y con ventaja luego del partido con Wanderers, volvió a tener una conversación seria con el entrenador, y después, como sin querer queriendo, en una entrevista radial se le escapó que Pablo le había confesado que no le encuentra la vuelta al equipo.

Muchas veces, los analistas del fútbol que, con distinto grado de versación, rigor y enfoques, somos los tres millones de técnicos que tienen cédula uruguaya perdemos de vista una de las variables básicas de las contiendas deportivas y que aparece encerrada en alguna definición básica de competencia: hay un antagonista. Eso es así en todos los partidos, tanto en el que juegan con el novato Villa Teresa como en el clásico o en el juego que les permitirá más renta de ventaja.

No analizamos los partidos en función de la potencialidad y de las prestaciones del rival, del que compite con nosotros. Así, narcotizados por el viejo perfume de la gloria, caemos en grotescos prejuicios de “hay que ganar porque somos nosotros y jugamos para ser campeones”, mientras que ellos, los ocasionales competidores, “son cuadritos que no nos pueden robar un punto”. ¿Por qué siempre debe haber errores y procedimientos equivocados en uno de los colectivos? ¿No podrá haber en los 90 minutos de juego, lisa y llanamente, un equipo que por funcionamiento colectivo, destaque de algunas individualidades, o situaciones coyunturales, juegue mejor y sea superior al otro?

Es posible que en otra situación, en otra época, antes o después, con otros jugadores o con estos mismos con otros niveles de concentración e imaginación, este equipo, aquel equipo pudo y pueda ganarle a otro. Pero no, eso no lo piensan, no lo trasuntan desde sus micrófonos o mullidos sillones en el palco. Es más: ignoran olímpicamente al otro equipo, y entonces nosotros, sus incautos receptores, comemos de la mano de esa lógica que, de alguna manera, va por el lado de “éste me gusta”, “éste no me gusta”.

Los primos de Pep

El discurso del fútbol “a la europea” del Nacional de Munúa -que, como el huevo o la gallina, no se sabe si se inició en la carta intención del ex golero o en el repetido y dudoso relato del establishment del periodismo deportivo- ganó la calle mediante la hipnosis de los artículos de prensa, de los empalagosos comentarios en la radio y en la televisión, de los me gusta del Facebook o de ingeniosos 140 caracteres. Lo cierto es que a alguno le pareció, creyó, o alentó la idea de que “la propuesta futbolística del Nacional de Munúa” era la quintaesencia del fútbol, aplicada de manera exprés en Uruguay, con la única condición de que un cuerpo técnico lo enunciara y contara con el convencimiento y la natural aplicación de sus deportistas.

Aquel tirarse flores y elevar al paroxismo un discurso arriesgado llevaba también, implícita, una descalificación a los entrenadores orientales, desde el Maestro Óscar Washington Tabárez a Daniel Fernández, el entrenador de la sub 14 de Bella Vista. Aquel novel discurso parecía sostener que los principios de posesión, buena técnica y disposición ofensiva fueran solamente expectativas naturales de unos pocos técnicos a los que les es suficiente verbalizar que se proponen jugar un fútbol de precisión técnica, ataque y manejo del balón desde la línea misma de su propio arco para que surja un fútbol ideal, primo hermano del Barcelona de Pep Guardiola.

¿Alguien piensa que alguno de los seguramente más de 1.000 técnicos que están dirigiendo en Uruguay no quiere tener siempre la gallina atadita a los pies y generar acciones de gol, por fuera, a 30 pases, por dentro, y cansarse de festejar como para que el Gerard Piqué que nos toca por padrón también la mande a guardar?

Así, entonces, el “estilo Munúa”, que posiblemente no haya querido cargar con ese peso pero se mareó con la alharaca y el festejo de los disconformes con la modalidad del exitoso Álvaro Gutiérrez (que llegó a parar al equipo atrás de la media cancha en algunos partidos como estrategia para ganar), no llegó nunca a imponerse en la cancha, pero sí en el discurso de los creadores de realidad. Y así, por buenos resultados que no necesariamente estaban asociados a un juego de las características que se promocionaba, el equipo llegó a la punta por merecimientos propios. Sucede que después empezó a dejar puntos por el camino y, para peor, Peñarol lo pasó. Y sucedió lo que pasa con estos agiotistas de la opinión: se la empezaron a cobrar con creces, acusando al entrenador de haber abandonado el estilo, de confusión, de medroso, e incluso de que su presidente y promotor como entrenador, Eduardo Ache, le sugirió la presencia de algún futbolista. Como se sabe, no es ni una cosa ni la otra. Pero ahora no hay forma de sacar esa sensación.

En diez días, a reventar 15, uno de los dos entrenadores se coronará campeón, y seguramente será ungido como el entrenador del campeonato, al que se apresurarán a definir como pobre, chato o malo. Ponderarán la forma en que se llegó a ese logro, hablarán de estilo, de convicción, de aciertos y errores.

Ésa es la estrategia. Después ya vendrán otros que buenos te harán.

Algo por el estilo.