Desde que me mudé a Buenos Aires estoy tratando de entender algo que para una uruguaya es casi imposible. No hablo de peronismo -mentira: siempre voy a estar hablando de peronismo-, sino del nivel de intensidad con el que se vive la política en este país. A pesar de estar bastante inmersa en el tema, sigo tratando de comprender gestualidades. Para eso necesito caer en las comparaciones. Esas que son odiosas y todo lo demás.

Así que voy a ser brutal: Daniel Scioli vendría a ser Tabaré Vázquez, un candidato de un aparato en el poder que supo aglutinar a buena parte de la progresía. Un continuador de un proyecto político. Y Mauricio Macri vendría a ser Luis Lacalle Pou, un representante de la derecha neoliberal que se quiere disfrazar de cualquier cosa con tal de no decir lo que es. Así como Lacalle Pou basó su campaña en ese misterioso cambio “por la positiva” sin entrar mucho en detalle pero haciendo hincapié en las buenas vibras de sus intenciones, Macri propone un desideologizado “Cambiemos”, pero sin admitir que eso significaría barrer también con gran parte de las políticas que, mal que le pese a su electorado, ampliaron derechos, juzgaron a los represores, desendeudaron el país, les sacaron la economía a los economistas y otro largo etcétera que puede leerse tanto con épica como con cautela, dependiendo del caso.

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Ahora voy a ser menos brutal. Tabaré, aunque tenga algo de monje, no es Scioli. Y Macri, a diferencia del susto que dio Lacalle Pou en las internas, no para de ganar elecciones. Pero pasó algo parecido. Los kirchernistas progres detestaron que el candidato del “proyecto” fuera un tipo de pasado menemista adepto a la mano dura policial. Ni hablar de la izquierda que salió a decir que Macri y Scioli eran exactamente lo mismo: la derecha.

Cuando Scioli tuvo la pésima idea (parecía buena, pero al final fue mala o quién sabe) de salir a diferenciarse del kirchnerismo nuclear anunciando un gabinete con lo peor del Partido Justicialista (PJ), un grupo de intelectuales llamó a acompañar con el voto pero desde “el desgarro” o desde “las caras largas”. Lo vamos a votar, pero que se sepa que no nos gusta nada. Quisieron marcar la cancha. Un poco lo que nos pasó a varios con Tabaré. Pero incluso quienes lo votamos “desgarrados” todavía alzábamos las banderas -literalmente- del Frente Amplio con cierto orgullo. Creíamos que el Frente nos iba a seguir representando. O al menos sabíamos que no podían ganar los blancos. Porque los blancos eran el neoliberalismo de los 90. Acá también hizo falta asustarse.

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Después del 25 de octubre, la actitud tanto del kirchnerismo votador de cara larga de Scioli como la izquierda que decía que eran lo mismo acaba de desenrollar una bandera. Esa bandera no dice exactamente “Vamos con Daniel” ni dice “Arriba el PJ”. Esa bandera, foto de perfil de Facebook o acto callejero (como el que reunió el sábado 31 a miles de personas en Capital y seguirá reuniendo en otros puntos del país) dice “Macri no”. Y ese “Macri no” es mucho más fuerte -y aglutinador- que un “Viva Scioli”. Porque ese gesto es la negativa rotunda a un modelo de país que derivó en la crisis de 2001. Y todos saben lo que fue eso. Quienes votan a Macri, también.

Pero quienes votan a Macri, aunque quieren a Mauricio, sobre todo odian a Cristina. La detestan. Les da tirria. Como no pueden tener una bandera que diga “Cristina no”, porque Cristina se va igual, proponen un educado “Cambiemos”. Una propuesta impoluta, inclusiva, así, bien por la positiva.

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Lo último de lo último es que desde Cambiemos están denunciando una campaña sucia del gobierno. Una campaña de miedo. Que nos quieren asustar con “el fantasma de los 90”. Entonces se inició -por las redes- una contracampaña bastante rara. Personas que cuelgan carteles que dicen cosas como “Si volvieran los 90 mi mamá estaría viva y 100 pesos valdrían 100 dólares. Voto a Macri”. O “Si volvieran los 90 yo tendría 25 años, no tendría celulitis y no habría Nisman. Así que voy con Macri” (lo pueden chequear en el grupo de Facebook “Aquellos que pensamos diferente”). Lo que parece un chiste o un consumo irónico de las marcas que dejó la crisis son personas reales con mensajes reales que le sacan la lengua a política. Eso sí da un poquito de miedo.

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Quedan 20 días para la segunda vuelta, y, en el medio, un debate entre dos candidatos de orígenes socioculturales similares, que no se caracterizan ni por su gran poder de oratoria, ni por su carisma, ni por haber sido demasiado claros a lo largo de sus campañas. Dicen, igual, que las cartas ya están echadas. Dicen también que Scioli necesita tres millones para ganarle a Macri. Que no es tan difícil. Yo no me aguanto la ansiedad.