Transcurrían 84 minutos cuando Líber Quiñones rompió el hechizo. Era el epílogo de un partido en el que Nacional ganaba, y sufría pero vivía con la expectativa del final: llegar como ganador al clásico. Pero Quiñones, que sabe mucho de romper encantos y redes, generó el murmullo incómodo para los tricolores tras el gol del empate. Racing, que no hace mucho veía a los triunfos y empates como a un animal exótico, el sábado rompió el pronóstico por méritos propios y se llevó los caramelos para Sayago.

Nacional pagó con pérdida de puntos sus diferencias entre la ofensiva y la defensa. El bolso fue dinámico, manejó con criterio la pelota y siempre trató de jugar con posesión, con Rodrigo Amaral como generador de fútbol para los dos puntas que ingresaron desde el arranque, Sebastián Fernández y el goleador Iván Alonso. De ese buen funcionamiento colectivo, mirando el arco contrario, llegaron los dos goles, uno en cada tiempo. A los 37 minutos, Alonso recibió por la derecha, filtró un notable pase al área para Santiago Romero y el Colo definió de puntín para marcar el 1-0. A los 50, Seba Fernández quebró el achique de Racing y definió mano a mano ante la salida de Jorge Contreras. Pero ese 2-0 se descompensó. Nacional, idéntico que con Sud América, no hizo pie en el fondo y sufrió las consecuencias.

Franco Romero, buen lateral derecho de la escuelita, encontró el descuento rápido, unos minutos después de que la diferencia de dos para los tricolores hiciera sospechar de que se trataba de un partido clausurado. Romero se vistió de goleador y con una palomita anticipó a los zagueros tricolores cerca del área chica. Pudo liquidarlo Nacional, pero ninguno de sus delanteros pudo concretar con peligro los varios contragolpes. El que (no) las hace las paga: Darío Larrosa reformuló su equipo, mandó a la cancha a los de buen pie, Diego Zabala y Quiñones, y, por momentos, los ataques se tiñeron de verdiblanco. Jonathan Ramis avisó haciendo vibrar el palo con su tiro, y luego Quiñones, el goleador histórico de Racing, recibió un pase de Leandro Ezquerra y no perdonó al tirar desde afuera del área. Fue un golpe seco, esquinado, de esos que impiden cualquier reacción.

Mirá qué bonito

La historia habla (y hablará, con la certeza de que su devenir juzgará) que las mil y una maneras de llegar a un clásico no son garantía ni reflejo de lo que pueda pasar. Los clásicos no resisten las teorías, por más que algunas hojas del lunes, bastante rehenes de las estadísticas, así lo quieran hacer creer. Sí predispone, lógicamente, el camino por el que se llega; es ahí donde Nacional tendrá que laburar su horizonte cercano.

Salvo por Esteban Conde, Diego Polenta y, en menor medida, Alfonso Espino, el director técnico Gustavo Munúa no encuentra estabilidad al armar la última línea tricolor. Si bien adelante goza de buena salud y es el equipo más goleador del Apertura, atrás es la cara opuesta. A veces por lesiones, otras por suspensiones y varias por bajos rendimientos, el entrenador cambia nombres pero no recibe a cambio el equilibrio buscado. Por el contrario, recibe goles que le quitan puntos. Para colmo de males, su clásico rival sí halló la tranquilidad que implican los buenos resultados.

Nacional, como Peñarol, depende de sí mismo en la recta final del campeonato, aunque la escasa cosecha de puntos en los últimos dos partidos, sumada al nivel irregular en el juego, le deja una perspectiva por lo menos sospechosa y ya vive la expectativa semanal previa al clásico que devorará el resto: la misma historia de siempre; el partido número uno del fútbol uruguayo, ese por el que los fanáticos siempre estarán dispuestos a compensar la realidad con desesperadas supersticiones con tal de que salga bien.