Para este mortal que construye hoy su prosa a través de 67 personas (conmigo 68; un texto escrito a 136 manos), el universo se expande y no encuentra forma de calificación u orden más que un extenso cadáver exquisito, un texto que es plagio puro, construido con decenas de trozos de canciones.

Pedir “una canción del Darno” (¿pueden ser dos?, dicen) demora un suspiro. Es como si se tocara el botón de poesía interna que salta y nos asalta, una caricia inmediata al alma colectiva, como si nos corriese por las venas algo atávico de lo que nos sentimos orgullosos.

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Una especie de suspenso de la vida cotidiana y toda la contemporaneidad; el golpe delicado en el pecho, el más refinado pedido de amor. Al escucharlo durante casi 24 horas seguidas, se corre el riesgo de entrar en uno mismo y no salir por horas o por una eternidad trágica y leve, pero deseada como a veces se desea la muerte, el sol, un vestido, la lluvia, los gatos en los tejados, la comprensión hacia el hombre que decidió acabar con su vida, caballos, caballos, caballos, fotografías amarillentas, cielos limpios de jazmines o la lucidez de estar sentados en la mitad de la niñez, a los seis años, caminos vecinales, vientos, muchachos tristes, pedidos de engaño a amores no correspondidos, muertecitas de café porque ella, quizá, se sienta sola y se le haya esfumado la flor si es que alguna vez la tuvo, si es que existió. Pagos y redenciones, campos, los quilos de un surubí y el agua, Alicia que perdió su inocencia y que comprueba que ya no hay espejo ni conejos. Igual que esos desconsolados que sólo son propietarios de botellas vacías y por eso buscan cápsulas que los curen del spleen, cápsulas de plomo (y también el olvido de usted, señora muerte, porque no hay nada que salvar y llueve). Y todo, quizá, porque dolió demasiado el amarte, no el dolor, sino lo lejos de esos ojos como metales. Pero siempre aparecen los aires, secretos o del litoral, los ceñidos cuerpos, el reclamo de un beso bolchevique de una mujer flaca que quite el frío entre adoquines y casas cansadas. O esas que nos piden no maldecir lo gélido mortal: el alma del que se ausenta dejando la memoria del suicida porque no sabemos qué oleajes, qué tormentas lo alejaron de estas playas. Después vendrán las flores y vendrán las flores, pero ya sin oídos, sin músculos, sin voz, esas flores que no alegran la razón, y afuera no queda nada, sólo fotografías, paisajes, el viejo maletín de un padre muerto y el asma heredada de una abuela, aunque se puede toser en un cafetín de la ciudad y vivir esa muertecita lenta, chica, y ser un desertor, comprobar con todo el cuerpo y toda el alma y los dedos amarillos de tabaco, que la carne nos sostiene más que el hondo hueso, esa carne que emite la plegaria: tengo que amarte, amor, tengo que amarte aunque esta herida duela, y dame ese beso bolchevique porque eres linda del pie hasta el alma y aunque al mirar al subsuelo sólo vea mi propia sombra y al ídolo caído y no me importa que no me quieras, engáñame, por favor ,que yo pongo el corazón, pongo el corazón, pongo el corazón y vuelvo a conocerme, con años que albañilean y años de derrumbamiento, o recuerdo, otra vez, aquel pedido al padre, a la niñez toda, entre cielos y fantasmas, que me espante los miedos, y que no haya diablo, que no haya diablo, que no haya diablo aunque en otra vida, de las tantas posibles, seamos de esos habitantes del olvido, pasajeros sin reloj, que no reclaman una patria porque no la tienen y patricios no pudieron ser, pero sí tienen el país de una espalda, de esa mujer real y no la soñada Marilyn, esa muerte de muñeca pintada que, construida en la fábrica de sus dueños, se rompió como las letras que no escribo entre rocanroles, entre lo que no sé y el olvido, entre el válium y mi cerveza, entre mis amigos los poetas y mis enemigos los poetas, entre vanguardias de lo retro, entre la ira y el crisantemo, entre todo eso, nuestras vidas que van a dar a la mar.

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Todo lo anterior es un parafraseo o una copia casi exacta de parte de sus letras puestas en prosa y escritas bajo el influjo de 62 encuestados espirituales. Con otros cinco el asunto fue cara a cara, entre vinos y dos rondas de canciones. Todos escuchamos lo mismo y cada cual hizo su propio poema. Los tuve allí, prestidigitándolos con mis propósitos (puestos sobre la mesa), y ellos estuvieron encantados de ser marionetas liberadas de todo poder. Aquí unos pasajes:

I. “Paradoja, / yo fui escudo. / El cielo era para vos. / No sabíamos, / pero era para vos”.

II. “Duele la vida, / nadie te mira, / huesos, / estación vacía. / Visitas las noches, el día, / luz de un sol extinguido / que aún galopa”.

III. “Tus crenchas, / algo me dice acuérdate, / ya no me acuerdo. / La lluvia dice acuérdate y ya no puedo. / Colgaste un esqueleto en la azotea”.

IV. “El sol sale y yo con tanto frío. / Sabes que acaso se acumulan los minutos en mi nuca. / Densidad de olvido, / un momento el país de tu espalda, / treinta caricias”.

V. “Tus ardides secretos / no son el faro ni la isla. / Tus pestañas son mi tempestad. / Dame un bandido beso de Tarariras, / sueños de cúrcuma y ajonjolí./ Todavía duele la vida / profunda y detenida. / Tierra de todavía”.

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Maldito y exquisito influjo de habernos metido en un universo que captura y que permite recrear con lo creado, pero siempre pegados al cuerpo, la voz y el alma del hombre que en este universo nos parió.

Ahora debo escribir mi cadáver, copiar mi hurto. Y que los lectores que piensan que en la prensa no se puede decir poesía, y principalmente el Darno, nos perdonen a todos: Tus pechos / en el lecho de la salvación. / Un vals, el tiempo y los giros del atardecer. / Qué verdades son las tonterías. / Y es el faro y es la isla / sobre mi cuello vencido. / Hay un cielo limpio / de jazmines / detrás de vos. / El pliegue francés / de la cosmética / de Mallarmé. / Dame un bandido beso bolchevique, / dame la pena / en Vallejo después. / Ponlo en tus labios / la mi pasión. / Duele el amarte, / heridas escondiste, / aire adentro. / Tus ojos suenan a tierra todavía, / duele la vida. / Ni siquiera las flores, / sólo el aire y el árbol / en la plaza sombría. / La flor, la flor / si es que hubo flor. / La vida es rosa imaginada. / Mordió la cuerda en la rama que no era de laurel. / Como no miraba nada, /como nada era de él, / no vio la noche crecida. / Después la muerte / o la nada. / Bebió en silencio y con sed. / Sabés que está hablando un muerto / para los propietarios de botellas vacías, / más allá de todo lo que brilla / en la ciudad. / Tal vez algún día / los acompañaré. / Veo mi sombra / y no pregunto / qué es lo que quiero ser. / El ídolo ha caído justo a su sombra, / y el desenlace / es una realidad. / Que no nos asesinen / el movimiento muerto de los días, / un cielo cínico de planes grises. / Yo voy con mi paraguas / por otro invierno”.