La economía del fútbol nunca fue muy sana. Durante las primeras décadas del negocio, sus dirigentes inventaron el cuento del amateurismo para apropiarse indebidamente del dinero recaudado. Surgieron entonces las causas claves de un sistema político y económico que alcanzó su punto culminante durante el reinado de João Havelange y que hoy agoniza en medio de violentas convulsiones: la mentira, el robo y el ocultamiento. Cuando el francés Jules Rimet dejó la presidencia de la FIFA, en 1954, el régimen autocrático estaba perfectamente instalado, con sus intrigas, su omertà, el vasallaje de los empleados, la megalomanía seudohumanista y el culto a la personalidad. Como Joseph Blatter, Rimet se creía digno del premio Nobel de la Paz.

Tres figuras encarnan a la perfección un sistema que hoy ha llegado a su fin: Rimet (de 1921 a 1954), Havelange (de 1974 a 1998) y su discípulo designado, el suizo Blatter (de 1998 a 2015). Sus reinos asfixiantes totalizan 78 de los 110 años de existencia de la federación. Las últimas cuatro décadas fueron las peores, con la consolidación de dos postulados nefastos: que la Justicia no debe inmiscuirse en los asuntos del fútbol, y que el fútbol hace lo que quiere con su plata. Con tales reglas, el crimen organizado entró como en su casa. Rompiendo con su predecesor y siguiendo el ejemplo de Al Capone, Blatter instauró un sistema de privilegios exorbitantes perfectamente legalizados e hizo del aparato de la FIFA una verdadera nomenclatura del fútbol, prácticamente inexpugnable hasta el 21 de diciembre de 2015. Al mismo tiempo, la corrupción mafiosa invadió como nunca los niveles intermedios; de este modo, se confirmó el vínculo de complicidad objetiva entre el sistema político de arriba, legalista, correcto y perfectamente cubierto por la omertà de los empleados de Zúrich, y la mafia de abajo, descaradamente delincuente, amparada por las dictaduras, la politiquería y la violencia de las barras. Esta separación entre el robo legal de arriba y el robo ilegal de abajo fue muy bien ilustrada por las recientes declaraciones a la Justicia uruguaya del ex presidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol Eugenio Figueredo, quien dijo, entre otras cosas, que la “plata dulce” estaba instituida desde hacía décadas y que él había intentado “legalizarla” cuando llegó a posiciones de dirección.

Blatter no frenó el ascenso de los personajes tóxicos que, a cambio de su bonanza, le aseguraban sucesivas reelecciones. En un primer tiempo, los tremendos golpes asestados por la policía financiera estadounidense y suiza decapitaron el sistema criminal intermedio sin obtener el cambio de régimen político esperado, única garantía de saneamiento. La quinta elección de Blatter -que tuvo lugar pocas horas después de la primera gran redada de Zúrich, en mayo de este año- sonó como una provocación, prueba fehaciente de que los mensajes no eran recibidos; la candidatura de Michel Platini fue la gota que desbordó el vaso. No obstante, el descubrimiento, mediante los programas de rastreo, de un regalo de dos millones de francos suizos (una cifra similar en dólares) en la cuenta de Platini fue la buena noticia que permitió, por fin, derrocar al régimen, aunque no se vislumbre ninguna perspectiva de reemplazo.

Los destierros de Blatter y Platini, a los que se sumó el del francés Jérôme Valcke -brazo derecho de Blatter, que se desempeñó como secretario general de la FIFA entre 2007 y setiembre de este año-, sellan una crisis final del régimen autocrático. La decapitación de la cima del poder central completa el proceso iniciado en las confederaciones. La FIFA sigue viva, actuando con la desesperación de los aparatos acosados que tienen mucho que esconder, pero sin vergüenza, tratando todavía de salvar el sistema que fue suyo durante décadas, sin que le importe demasiado la imagen desastrosa que está dando.

El golpe que condujo al reemplazo del poder autocrático de Blatter y su corte por una junta de jueces -el Comité de Ética de la FIFA- no impide que se sigan jugando partidos internacionales como si nada. La opinión pública y los futbolistas no manifiestan mayor indignación, probablemente por considerar que el mundo de los dirigentes tiene poco que ver con el de las canchas. Cometen un error, ya que depende de la FIFA la evolución de las leyes del fútbol, y en particular algunos de los más grandes problemas que afectan a este deporte: el estatuto de la tribuna y la utilización de videoarbitraje en los Mundiales de mayores, técnica ya utilizada en las categorías juveniles. Más preocupante resulta que los candidatos a las elecciones presidenciales que se realizarán el 26 de febrero eviten con prudencia pronunciarse sobre lo que designan bajo el término de “actualidad”, que no es otra cosa que el futuro del deporte rey.

La Comisión de Ética no es la salvación. Su falta de independencia quedó demostrada en diciembre de 2014, cuando se guardó en un cajón el informe elaborado por el fiscal estadounidense Michael Garcia sobre la adjudicación de las sedes de los Mundiales de 2018 y 2022. Su acción en defensa del interés de los empleados de la FIFA apunta a evitar una intervención externa, pero no a poner fin a los privilegios aberrantes que cimientan el aparato.

El 21 de diciembre Blatter y Platini fueron desterrados del mundo del fútbol por ocho años, y condenados a pagar 50.000 y 80.000 francos suizos, respectivamente. Los jueces apuntaron idénticas faltas graves -aceptación de regalos y ventajas, conflicto de intereses, deslealtad y abuso de poder- en aplicación de los textos 20.1, 19.1 a 19.3, 15 y 13 del Código de Ética de la FIFA. Se reprocha a Platini el cobro, en febrero de 2011, de una suma de dos millones de francos suizos “carente de base jurídica”, consecuencia de un acuerdo firmado el 25 de agosto de 1999. Se imputó el cargo de violación tanto del derecho general aplicable como de las reglas de la FIFA, aunque no el de corrupción, por no llegar a comprobarse que el pago se efectuó a cambio de la ejecución o de la omisión de una actividad oficial. Se insistió en que ni Blatter ni Platini revelaron la existencia de la transacción.

El 19 de octubre Platini, quien sigue siendo presidente de la Unión de Asociaciones Europeas de Fútbol (UEFA, por su sigla en inglés), dio su versión de los hechos al periódico Le Monde. A fines de 1998, el flamante presidente de la FIFA le propuso un trabajo de consejero por un sueldo anual de un millón de francos suizos. Pero los pagos no llegaron como era debido. “No puedo pagarte un millón”, le explicó Blatter al francés. “La cifra excede la tabla de salarios. El secretario general gana 300.000… Haremos un contrato por 300.000, y el resto te lo daré más tarde”. La misión duraría aparentemente cuatro años, al término de los cuales el consejero cobraría 1,2 millones de los cuatro prometidos. En febrero de 2011, nueve años después, en vísperas de una nueva reelección de Blatter, Platini reclamó el resto. Muy extrañamente, se equivocó y solicitó sólo dos de los 2,8 millones pendientes. La FIFA le pagó sobre factura diez días después. La versión suicida de Platini, cierta o no, tiene el mérito de brindar argumentos definitivos a la Comisión de Ética.

1-El sueldo demandado es más de tres veces superior al máximo admisible en aquella época.

2-Por ese motivo, no era posible establecer un contrato escrito y se estableció un contrato parcialmente oculto.

3-Los 3.200.000 francos suizos cobrados por Platini se dividieron en dos partes: 1.200.000 como sueldo con contrato visible y dos millones facturados, pagos como regalo, sin adecuada base jurídica.

No es preocupación de la Comisión de Ética saber si a cambio de tanto dinero Platini efectuó realmente algún trabajo. En la FIFA no hay relación entre lo que se hace y lo que se cobra. La Comisión de Ética tampoco solicita el reembolso de la suma. En cuanto a la diferencia de la multa, superior para Platini, tiene también su justificación en el relato del francés. El presidente de la FIFA aceptó en primera instancia el sobrepago de 700.000 francos suizos por año, pero, a fin de cuentas, no cumplió y se limitó a lo legalmente autorizado. El francés, en cambio, volvió a la carga nueve años después, convirtiéndose en el que exige la conclusión de la parte ilegal del arreglo.

Platini y Blatter invocan la ley suiza, que autoriza en ciertos casos los contratos orales, aunque sin recomendarlos. Olvidan que para los trabajos de más de un mes debe establecerse un comunicado escrito con definición de la duración y del salario, en cuya ausencia el sueldo debe ser definido según las convenciones colectivas. Para la Comisión de Ética, el supuesto gentlemen agreement entre Blatter y Platini entra en la categoría de los comportamientos que “pudieran dar una impresión” o “dejar suponer la existencia de tentativas” de acciones no éticas, estipulados en el Código de Ética. Cualquier regalo que pudiera motivar eventuales conflictos de intereses o ventajas pecuniarias indebidas “debe ser rechazado en caso de duda”. Y toda nueva función impone en la FIFA la declaración abierta “del interés personal que ésta puede representar”, lo que Platini no hizo.

Si la Comisión de Ética actúa con tanto celo y violencia, no es porque se plantee una reforma del sistema, sino porque no tiene más remedio que manifestar cierta buena voluntad si quiere salvar su frágil soberanía. En ausencia de cambios fundamentales, las exigencias planteadas desde afuera por las autoridades financieras van a continuar. Sin perspectivas realistas de un gobierno moderno y transparente, impulsado por dirigentes honrados, las convulsiones y las caídas van a continuar. El fútbol pensante deberá resignarse por muchos años más a soportar direcciones bajo tutela, de poco crédito y sin futuro alguno.