Cuando la gente mira fútbol, el frío o el calor no lo marca la calidez del sol ni su ausencia, sino la propia temperatura del espectador, que por estos confines del mundo ha incorporado a su matriz de ADN, desde hace varias generaciones, los procesos intestinos que significan mirar un partido de fútbol.

Estoy en la Olímpica, que es mi Solís del fútbol, sin renegar de cada uno de mis callos que han tenido su génesis apretando alambrados, de la vulgar pero generosa incomodidad de los asientos de concreto, de los palcos de montañitas de pasto. Está jugando el líder, y ellos, todos ellos, están ahí para acompañarlo, para llevarlo adelante, para vivir desde ahí, desde el cemento, lo que ellos, nuestros héroes y villanos de las 16.00, viven y hacen en el césped.

Yo estoy laxo, suelto, gloriosamente despatarrado en el paralelo del tercer anillo, a la altura del meridiano de la Torre de los Homenajes, gozando del espectáculo. Pero también hay unos ellos -un grandote que podría haber sido pivot de Olivol en los 80, un barbudo que imagino bancario, un cincuentón de vaquero y camiseta oficial, dos liceales absolutamente consustanciadas con la estructura táctica, y un gordo de alpargatas bigotudas y canguro Legacy- que viven el partido de acuerdo a la forma en que lo han aprendido y aprehendido en su falsa interacción con el mundo del fútbol.

El que más me llama la atención es el grandote, alto y con pocas chapas. Está en el callejón entre el segundo y el tercer anillo. El medio pelado tiene una tensión nerviosa que lo hace seguir de manga corta cuando yo ya me abroché mi campera de invierno. Y que lo hace ir y venir, realizar fuertes ademanes como si se sintiera José Mourinho, conversar acaloradamente con el del canguro -que ya lo tenía puesto cuando nos abrazaba el sol- y simultáneamente explicarle al bancario, dibujando con sus brazos en el aire, cómo tiene que ir el lateral por atrás. El tipo, los tipos, bah, están convencidos de que su equipo no juega a nada; que el técnico es un blando, si no un burro; que sus jugadores son unos perros, si no unos blandos; que este campeonato es horrible, chato, ordinario; que así nos va a ir en la Copa; que se vayan todos; que…

Hashtag del juego

Los hinchas 2.0 del siglo XXI son así. Tienen una fuerte empatía con su club, enormemente cargado de gloria, pero difícilmente se hacen amigos para siempre de sus jugadores, de sus directores técnicos, de sus vínculos del género humano con la pasión. Tienen un buen desarrollo del raciocinio, pero su interacción se centra en lo que dicen los especialistas y en la comparación con sus pares - los de los jugadores y directores técnicos- de cualquier parte la galaxia donde se juegue al fútbol.

Así las cosas, difícilmente a los seguidores de Peñarol y de Nacional, y, como viene la mano, a los de Defensor Sporting y Danubio, les conforme cómo juegan sus equipos. Su umbral de frustración rápidamente se redirigirá a la pobreza del campeonato, a la mediocridad del fútbol local, a lo mal que se juega, escudándose en la careta de “mal de muchos, consuelo de tontos”.

Los unos y los otros

No tengo argumentos reales que me permitan sostener científicamente que el Apertura ha sido bueno, pero sospecho, en la esquina del convencimiento, que no ha sido malo. Es que las pruebas de acusación de los fiscales están basadas en la ficticia realidad generada por los comentaristas que, por lo general, sólo ven a Peñarol y a Nacional, y desconocen a su ocasional rival de cada fin de semana. Los testigos son los hinchas de esos clubes que articulan entre la demanda y la expectativa no racional ni, mucho menos, seriamente analítica.

El campeonato sólo será bueno si lo ganan Peñarol o Nacional, porque parece que ellos tienen el mandato divino de ganar. Ni siquiera cuando los triunfadores son Danubio o Defensor Sporting el torneo estuvo a la altura de las circunstancias: fue muy irregular, muy chato y lo ganó el menos malo. Cuando Nacional o Peñarol pierden más de 9 puntos, el torneo pasa inmediatamente a ser un desastre, partiendo del falso principio de que esos clubes no pueden perder con tres o cuatro de sus pares. Nadie espera que El Tanque Sisley, Sud América, Rentistas, Cerro o Juventud de Las Piedras le ganen al candidato. Sin embargo, lo hacen, y la circunstancial y aleatoria explicación, que apenas rozará a los vencedores, pasará por los errores, las fallas, la ausencia de estrategia y la necedad de los entrenadores de los inesperados derrotados.

Nunca podrán explicar la paridad del torneo por las buenas exposiciones de El Tanque Sisley, con un buen arquero, una sólida línea de cuatro con gran destaque de Matías Zunino en el lateral, un eje central como Facundo Moreira y una delantera persistente y atrevida, comandada por el Peto Maximiliano Callorda; o las de la IASA, con el destaque del Perro Javier Irazún sosteniendo el arco y el isabelino Fernando Arismendi, un motorcito allá adelante, todo con un gran juego de conjunto. Nadie explicará el puntaje tan repartido en la tabla por la capacidad de juego de Rentistas, que no se refugia en el excelente arquero mercedario Guillermo Reyes ni en el esplendoroso zaguero Erick Cabaco, sino que ha tratado de jugar con David Terans, Gonzalo Maidana, Matías Mier y Danilo Coccáro. Y ahí está también Plaza Colonia, que en este retorno a Primera División presenta una mitad de cancha sólida y creativa, donde ha puesto a jugar, a correr y a disfrutar a Nicolás Dibble, una de las relevaciones del Apertura.

Alguno hablará, aunque no para darle para adelante al campeonato, de la notable campaña de Cerro. Y no será sólo por la elocuencia y el don de ubicuidad de Eduardo Acevedo, que evidentemente tiene mucho que ver, con su prolija línea de cuatro en la que se destaca la irrupción de sus juveniles laterales Agustín Sant’Ana y Lucas Hernández, la combativa mediacancha conducida por el gran capitán Richard Pellejero, el enganche con el Nano Gonzalo Ramos y, allá adelante, el aporte fundamental del veloz conchillense Luis Urruti.

Aparentemente, la opinión calificada consideraba que Juventud de Las Piedras jugaba bien y muy bien en la Sudamericana. Cabe, pues, preguntarse: aunque con otros resultados ¿no lo habrá hecho en buen nivel también en el Apertura?

No cuento a Defensor Sporting ni a Danubio, porque ya hace tiempo que la cátedra los coloca en el segundo escalón, y de ellos esperan buenas cosas -de hecho, también han desarrollado buenas prestaciones en este torneo-; ni al Wanderers pos Alfredo Arias, con una buena imagen aún vigente; ni incluso al River Plate de Juan Ramón Carrasco, a años luz del de 2008 pero, de todos modos, con un nivel de fútbol interesante.

Entonces, ¿cómo es la cosa? ¿Es tan malo el campeonato porque unos les ganan a otros, demostrando una interesante paridad? ¿O lo revela como malo el hecho de que Peñarol, Nacional, también Defensor Sporting, Danubio, Wanderers, River Plate e incluso Cerro han dejado puntos que los designios divinos no permitían resignar?

Muchachos, la realidad está en todas las canchas, en las de verdad, las de alambrados oxidados, y no en los sesgados informes de Tenfield, ni en los noticieros, ni en las encíclicas de los comentaristas. No sé qué color tiene un campeonato malo, ni cuál el bueno, pero seguro que todo depende de cómo se lo mire, y hay muchos componentes que directamente no vemos. Es lo malo de ser bueno.