“¿Y vos, pedazo de gordo mafioso?”, podría ser la expresión que, cobrando al grito, quisieran propinarle muchos a Enrique Espert, presidente de Directores Asociados de Espectáculos Populares del Uruguay (DAECPU), cuando hace unos días manifestó públicamente que las trans no podían participar en el concurso de reina del carnaval. “Si quieren poner una reina trans, que hagan un concurso trans; si quieren hacer uno de putos, hagan uno de putos”. Y arremetió: “Y también que no se olviden y hagan uno de bufarrones. Porque si no hay bufarrones, no hay maricas”. No contento con sus exabruptos más honestos (todos sabemos que le salen del alma), también se dio el lujo (será porque es tremendamente rico y se considera muy poderoso; cosas muy ciertas) de amenazar al intendente de Montevideo: “juega con el futuro de él”.

Hasta ahí, la consigna de los hechos que desataron la polvareda.

Ipso facto (me pondré algo jurídico) le salieron al cruce la organización de la diversidad sexual Ovejas Negras y la comunidad trans organizada, anotando cuestiones que el señor Espert jamás entenderá: hay una ley de identidad de género aprobada que no diferencia mujeres biológicas de mujeres trans, hay nuevas reglas municipales para el concurso, hay un cambio jurídico, y aunque a Espert y a buena parte de la sociedad no les guste, deben ir a llorar al cuartito. Las trans, a partir de la ley y con cédulas de reciente estreno, son ellas y no hay tu tía. Todo un asunto que reafirma o revierte, depende del punto de vista, el gran dictamen de Simone de Beauvoir: mujer no se nace, se hace.

La comunidad trans, por medio de la representante Collette Richard, manifestó que si Espert se retracta y pide disculpas públicas por los agravios el asunto será olvidado. Y que si no, ya tienen preparada una denuncia redactada por el Instituto de Estudios Legales y Sociales del Uruguay a ser presentada ante la Institución Nacional de Derechos Humanos y la Comisión contra el Racismo y la Xenofobia del Ministerio de Educación y Cultura. Espert, en este sentido, lleva todas las de perder. Aunque también se sabe que muchas veces la plata le gana a la ley o que los procesos judiciales o burocráticos son más largos que el carnaval, lo que ya es mucho decir. Hasta acá lo jurídico, y también las intenciones de las organizaciones o personas públicas vinculadas a la militancia LGTB: pedido de disculpas, conocimiento de las leyes, integración social, manto de calma sobre la homotransfobia uruguaya.

Como dicen las candidatas a Miss Universo: que haya paz en el mundo.

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Pero en el mundo no hay sosiego, y ya se sabe que el Uruguay integrado sigue siendo una falacia o sólo una realidad jurídica. Es verdad: Collette Richard ha aprovechado inteligentemente el reclamo de que las trans sean aceptadas en el mundo del reinado para hablar de discriminación laboral, de la prostitución como destino, de la expulsión del sistema educativo y de las familias; está haciendo lo que se dice una buena campaña para visibilizar los problemas de la comunidad. Ha sacado, otra vez, a las trans de la noche oscura. Y hasta ha hablado de la cultura popular acaparada por unos pocos y vueltos millonarios. Todo un estado de situación descripto por una de las poquísimas trans que no tienen que vivir de la prostitución.

El asunto, también, y hablando en criollo, es adónde vamos a jeder, qué integración pedimos, para qué.

¿Reinas? No hay que pecar de demasiado bodoque para saber que todo ese asuntito huele a antiguo, y sin embargo está vivito y coleando: las reinas o las princesas son como Papá Noel, no existen, y bastante mal les han hecho a las mujeres, a los hombres y sobre a todo a las niñas (princesas) que serán mujeres; esa asociación entre la persecución de un tipo de belleza (bastante terraja, por cierto) y el sueño de tirar besitos vestidas de rococó desde un carruaje encantado; todo demasiado cliché para seguir describiéndolo, y bastante real como para dejar de hacerlo. Y no sólo se trata de mujeres pobres pero lindas que aspiran a ese puesto, porque el concepto de reinado se derrama subrepticiamente, y a veces de forma grosera, en esta sociedad tan cultora de la democracia representativa. Algunos sufrimos y otros gozan por esas niñas disfrazadas de mujeres, con coronas (pretensiones monárquicas que siempre serán fallidas), saludando a las multitudes y formándose en unos modos de ser que luego llevará años revertir. Obvio que nuestras reinas no indicarán un camino; se trata de un deseo fogoneado y persistente desde distintos ámbitos. Seamos bodoques: cuerpos de mujeres maniatadas a un juego social y sensual que sigue perpetuando la imagen de una fémina que espera su calabaza y la reposición del zapato perdido.

Cómo no recordar la película Pequeña Miss Sunshine, en la que una niña gordita y simpática, inteligente, de lentes, cómplice de un abuelo medio drogón, se embarca acompañada de toda su familia, en Estados Unidos, en un concurso de talentos (o bellezas) y compite con niñas que realmente dan pavor, producen rechazo: hipersexualizadas, de feísima hermosura, mujeres reinas en miniatura, caricaturas de Barbies vivientes. La pequeña de la película es salvada gracias al amor de su abuelo y de toda su familia; es que la quieren niña. Aquí también Collette Richard ha sido sofisticada: ¿por qué no plantearse que la reina del carnaval, en vez de cumplir con los cánones de belleza establecidos, sea una verdadera representante popular de esa expresión? Que sepa de su historia, de sus conjuntos actuales e históricos, de lo que representa para Uruguay. Todo lo que cito de la militante trans lo dijo en diez minutos de televisión. Además de la prostitución, parece que la inteligencia también puede ser un destino para las mujeres trans.

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Si acusamos a Espert y parte de la sociedad uruguaya de retrógrados o no aggiornados a los tiempos cambiantes, también debemos ser autocríticos en todos los sentidos: ¿qué tipos de mujer, negras y blancas, adultas y niñas emplumadas, con el culo al aire y toda la sexualidad puesta al servicio de lo popular, reproducen las Llamadas? ¿Se festeja la libertad del cuerpo desesclavizado, lo dionisíaco, el baile como rotura de cadenas? ¿O se refleja, otra vez, una imagen de mujer?

Si nos horrorizamos cuando los cuerpos de las mujeres son vistos como objetos sexuales, también deberíamos atender esa llamada. Y otra más irreverente, lejos de estar siempre dispuestos a comprender los procesos sociales o que incite a alguna rebelión.

Cuando me enteré de toda esta farsa se me ocurrió un post con algo que me sale de los cojones, parecido a lo que sigue: uno de los mafiosos dueños de esa fiesta popular y aliado de varios poderosos de la progresía gobernante quiere impedir que los otros, los anormales, podríamos decir, contagien su fiesta.

Y está bien, los anormales tendríamos que hacer algo bien distinto y no abonar más la bobada de las reinas ni validar una improbable disculpa pública. No pedir más permiso ni perdón. Podríamos crear un concurso alternativo o más bien una fiesta con nuestra belleza y fealdad, una bacanal de verdad: sobre 18 de Julio travestis, putos, pobres, freaks, punks, gordos en tanga, intelectuales, artistas y militantes de la diferencia, drogones, desempleados, bufarrones, catorcemilpesistas, dionisíacos, todo el que esté lejos de ese concurso o que deteste las mafias económico-culturales que copulan con el poder político, ésas que se llenan de oro, a costa del tan manoseado concepto de lo “popular”. Y a poner el culo, compañero, como le decía Pedro Lemebel a la izquierda conservadora y bienpensante, frente a estos homófobos capitalistas que se llenan la boca y los bolsillos hablando de pueblo y choripán.