Somos un país irremediablemente aprendiz de los errores propios. Históricamente ha sido así. Y el fútbol, como parte de nuestro acervo cultural, también se proyecta en esa dirección. Es necesario remarcar esto porque el trabajo sobre la victoria, es decir, mejorar o generar nuevos proyectos con viento favorable, suele ser algo más accesible (no fácil, no sencillo) de alcanzar. El fin de semana el golpe fue duro porque las ilusiones eran grandes. Y no son nuevas las ilusiones: son el producto visible de un proceso nacional de selecciones nacionales que, desde que está en ejecución, ha situado a Uruguay, desde la sub 15 hasta la sub 20, en uno de los lugares más altos del mapa mundial; si no el más alto, si agrupamos los logros de campeonatos clasificados y ubicaciones en los sudamericanos y mundiales. Es la acumulación de trabajo en categorías formativas las que nos alimenta cada chance de definir. Y definir, pensando fríamente, tampoco lo logran todos. Sin ir más lejos, Argentina y Brasil no participaron en el último Mundial sub 20. Por esas cosas (y otras más, que ameritarían varios editoriales) no olvidamos dónde estamos parados. Habrá que mejorar los errores, si es que se cometieron algunos, para amortizar el futuro; eso sí. Pero como no somos partícipes de mensajes fundamentados en el exitismo, ni en las luces grandilocuentes, lo que nos interesa decir es que admiramos el desempeño celeste en este Sudamericano. Pintaron de colores algunos sueños grises y olvidados que tenemos; sacaron lo mejor de una hinchada que llenó el estadio hasta en las escalinatas, y que antes habían seguido a la selección en Maldonado y el Parque Central; revalorizaron la esencia de defender la camiseta de la selección y tuvieron en vilo a todos, presentes y telespectadores, de que en cualquier momento meterían el gol que desequilibrara el empate. Es fútbol. Un partido de fútbol que ganó el rival. Nos dolió la derrota, claro, porque ese grupo de jugadores había depositado ahí sus ilusiones y, por sobe todas las cosas, porque Uruguay significa un montón de cosas que cada día nos convencen más. Resultado es tener al alcance de la mano los más nobles objetivos, y ahí no falla Uruguay. Por eso no nos olvidamos.

De cuando jugaron

Fabián Coito planteó el partido dentro de lo previsible, poblando la mitad de la cancha e intentando jugar bien abierto con la profundidad que otorgaban Rodrigo Amaral y Facundo Castro sobre los laterales improvisados que paró Argentina. Y por ahí aparecieron las más claras de Uruguay, una con Amaral hamacándose varias veces hasta que fue bajado cuando se iba directo al área. Rodrigo, que es un jugador que transmite campito por todos los poros y enganches, fue el audaz que rompió otra vez la línea del lateral derecho albiceleste, y metió el centro que no pudo sacar el arquero Batalla y que Gastón Pereiro mandó al fondo de la red. Explotaron el estadio, los bares y los living-comedores de todo el país. Transcurrían apenas 7 minutos de comenzado el juego.

Qué hubiera pasado si no hubiera caído el gol argentino cuando faltaban diez para terminar el primer tiempo, no lo sabremos nunca. Otro partido, quizá; el mismo juego, tal vez. Lo cierto es que el bueno de Ángel Correa se le escapó a Guille Cotugno, la defensa celeste no pudo restar el balón y lo encontró Sebastián Driussi para convertir el empate a uno. De ahí al descanso, poco más, pero una se notó: la lesión de Amaral. No pudo suplirlo en el desempeño Jaime Báez, ni tampoco el juego en conjunto.

Durante el segundo tiempo, el control fue argentino. Así y todo, Uruguay se las ingenió para crear peligro y podría haber convertido el segundo. Expuestos, los gurises de Coito sufrieron más de un contragolpe. Hasta que cayó el 2-1 que hizo el propio Correa; ese momento de fútbol en el que el sueño pasa a ser la pesadilla más atragantada de todas.

Allá ellos

Colombia pasó por arriba a Brasil, así de sencillo. Tras un primer tiempo bastante parejo en el que se dividieron las oportunidades de gol, en la parte complementaria los cafeteros apretaron el botón de a fondo contra los suplentes brasileños -hay que decirlo, así planteó el partido Alexandre Gallo- y lograron ganar el partido 3 a 0, resultado que, aun si Uruguay y Argentina hubieran terminado en empate, clasificaba a los colombianos para el repechaje hacia los Juegos Olímpicos. Jarlan Barrera a los 57 minutos y João Rodríguez por partida doble, a los 73 y en los descuentos, fueron los autores materiales de los tres goles. De esta manera, la tricolor caribeña sumó 9 puntos en la tabla del hexagonal y terminó invicta su participación en la fase final, con dos victorias y tres empates. En la fase de grupos sí tuvo partidos perdidos, uno contra Uruguay y el otro precisamente ante el equipo de Brasil.

La contracara fue la selección paraguaya, que tras el buen desempeño en la fase de grupos se despidió del Sudamericano sin ganar un partido en el hexagonal. El sábado fue derrotado por Perú 3-1 con goles de Brian Bernaola en dos ocasiones y el restante de Jeremy Rostaing; el descuento para los guaraníes fue hecho por Iván Cañete.