Pantalón, pollera, tres musculosas, ropa interior, las cosas del baño y el gorro blanco y negro; no me lo vaya a olvidar. Son poquitas cosas, pero la valija va pesada: son 13 años de ilusiones, las mías, las de mi hermano, las de mi padre y las de toda la familia, porque, como todo el mundo sabe, Wanderers es un asunto de familias y de almuerzos de domingo que cierran con la ida al estadio.

La valija iba a ir primero en la bodega del ómnibus y después en la del buque, pero no podía faltar algún imprevisto de último momento: éramos seis integrantes de la familia los que hacíamos este viaje, y alguien tenía que olvidarse de algo. Ese alguien fui yo: la valija iba tan repleta de ilusiones que no me entró la cédula, se quedó en casa.

“¿Cómo puede ser que no te hayas fijado antes?”, se preguntará cualquiera que lea estas líneas… Y bueno, si yo te digo que no me queda uña sin mordisquear, que dupliqué la cantidad de cigarros que fumo, que anoche dormí de a ratitos y me desperté cada media hora pensando que ya tenía que ir saliendo… Algo se me iba a escapar.

Llamada va y viene, primero con Seacat (“Pero, ¿estás segura de que no puedo viajar sin cédula?, ¿y con la denuncia?”, “No, señorita, no puede, sin cédula ni pasaporte no puede”). Taxi va, taxi viene… el ómnibus partió y yo quedé en Montevideo.

Pero somos hinchas de Wanderers, a nosotros las cosas nunca se nos dan fáciles, siempre hay un gol de última hora, siempre hay algo: no estás hasta que estás. Ya lo dejó claro Mayada con ese gol a dos minutos del final, mientras en la tribuna empezaba a preguntarse: “¿Qué ómnibus sirve para el Viera?”. ¡Para qué recordarlo!

Cédula en mano, fue hora de empezar a averiguar cómo hacía, a las 14.30, para llegar a la Bombonera antes del partido (a las 20.00 de Uruguay, 21.00 de Argentina), porque podés imaginarte que yo en Montevideo no me iba a quedar; tanto arreglo, tanta licencia, tanta ilusión, tanto nervio, ¡tenía que llegar a Buenos Aires! Un vuelo, que saldrá un ratito después de que termine de escribir estas líneas, y otra vez la locura: reservalo, pagalo, imprimilo, llevalo. Y, por favor, agarrá la cédula. ¿Que cuánto más sale? No importa, esto es Wanderers.

Vos no te imaginás lo mal que la pasamos contra Zamora, fueron unos 90 minutos terribles; hasta que el juez no dio el pitazo final teníamos el corazón en la boca, y, con todo el respeto, de igual a igual, estamos hablando de Zamora. Y ahora la Bombonera. Esta semana me contaron tres veces sobre aquel partido de 1986 en el que el resultado clasificaba a Wanderers y dejaba a Boca afuera, y cómo el árbitro alargó el partido hasta que Boca metió el gol que le daba la clasificación.

Esta noche no se define nada. Me encantaría pensar que al lado de esta nota va a haber una reseña del partido con una victoria bohemia, pero soy realista, Boca viene bien. Te diría que me quedo con un resultado que sea digno, con algún golcito nuestro, aunque perdamos, para 13 años después poder festejar mientras la Bombonera se queda callada. ¿Te imaginás, decenas de bohemios festejando un gol mientras la 12 hace silencio?

Vos quedate imaginándolo mientras yo salgo corriendo, no sea cosa que otra vez me quede en Montevideo.

Abrazo de gol.