Por lo menos hace un par de años que ha crecido la expectativa sobre la transmisión del fútbol del interior por televisión para todo el territorio nacional. Vale aclararlo porque, según los convenios o arreglos que hacen cada año, muchas ligas emiten sus juegos como locales para su ciudad por televisión por cable.

La cuestión es que cuando hay que hablar por lo macro, es decir, por el paquete entero, ya sea en selecciones o en campeonatos de clubes, los participantes nunca llegan al acuerdo. Por un lado, está bien, porque nadie va a aceptar lo que no quiere o no le sirve; por otro, está mal, porque en toda negociación siempre hay cosas que resignar o aceptar para ponerse de acuerdo en el objetivo en común. Como sea que sea lo que sea, la pregunta surge sola: ¿beneficia la televisación? ¿A quiénes? ¿Es por el bien del fútbol o por el negocio? Irónicamente, ¿alguien mira el Brasileirão, torneo cuna de miles de cracks y de la selección más ganadora de mundiales de la historia?

Que no se corra la idea hacia ningún extremo. Una transmisión de este carácter sería beneficiosa ante dos circunstancias: que se sepa qué se está difundiendo y que el receptor sepa qué está recibiendo. Gerundios aparte, sería como morir muriendo que alguien espere o crea que lo que acontecerá en la pantalla sea similar a la liga de fútbol de su preferencia.

Si tiramos un estimativo de cuántos pueblos -denominación que abarca desde parajes a ciudades- juegan en el fútbol del interior, serían como 200 los lugares que pertenecen a ligas afiliadas a la Organización del Fútbol del Interior (OFI). Y si quisiéramos ensanchar el espectro de la realidad futbolera del interior, las cifras nos darían aproximadamente que en 70 ligas juegan 650 clubes. Imaginemos cuántos jugadores hay por equipo, multipliquemos por el número de clubes y nos arrojará una sorprendente cantidad de uruguayos que juegan al fútbol. Ignorar esto desde los medios de comunicación no es otra cosa que ignorar la construcción de realidad de miles de futbolistas. Pero, como agentes involucrados en la idiosincrasia del fútbol chacarero, también es necesario cuidar el contrasentido: que no se vulgarice ni se evalúe con estándares profesionales de calidad lo que se manifiesta bajo el exquisito gusto de lo amateur.

De paladar fino

Más que importar lo que se hace, que en este caso sería la televisación, en lo que habría que hacer hincapié es en qué se hace con lo que se hace. Está bien que el juego de los conductos por donde va la información exija que sea por ahí la transmisión, pero lo que no hay que descuidar es que lo importante, lo único que les da sentido a las cosas, es la historia. Da igual por dónde haya sido: una piedra en las cuevas de Chamangá, antes en los papiros chinos, vaya uno a saber si de boca en boca o en tabletas de arcilla, códices o computadoras.

Ya se repite hasta de memoria: la importancia de la televisión como agente conformador de cultura contemporánea es indiscutible, además de que la inmensa mayoría de imaginarios y representaciones creadas vienen o son sustentadas desde ahí. Que el fútbol de OFI merece estar disponible para todos es una realidad elocuente. Pero siempre y cuando sea para apuntalar los aspectos pertinentes en relación con el discurso historiográfico y representación audiovisual, y, más concretamente, entre televisión y relato histórico. ¿Por qué? Porque la realidad es más amplia que lo que logramos acaparar. Hay mundos dentro del mundo como países dentro del país, y ahí están las sensibilidades que tiene para dar medio país.

Al flacuchón Facundo Cabrera no le importaron el estado descascarado de la cancha, el lleno del estadio ni las cámaras de televisión o los autos que tintineaban luces detrás del arco. Como a todo futbolista, le importó el destino que gana partidos: el gol. Asumió los riesgos como debería hacerlo quien quiera hablar del fútbol chacarero. Es cuestión de intentarlo. Y en ese riesgo, no guardarse nada, por favor.