Malvín fue fundado el 28 de enero de 1938. Su paso por el Torneo Federal no tuvo la solidez que ostenta en la actualidad. Fue vicecampeón en 1971, en la que hasta este siglo era su campaña más inolvidable, y hasta principios de la década del 2000 luchaba por permanecer en Primera División. Empezó su gran crecimiento en la década del 90, con la obra del gimnasio cerrado Juan Francisco Canil, y lo consolidó con el inicio del nuevo siglo, con una gestión social que lo condujo a ser lo que es ahora, uno de los clubes deportivos más destacados de Montevideo. Empezó a ocupar los primeros lugares del básquetbol uruguayo tras los primeros años de la Liga Uruguaya de Básquetbol (LUB), primero sin grandes resultados, para transformarse luego en el más ganador y ser protagonista de la mayoría de las definiciones del torneo.

Difícilmente alguien haya podido imaginar a inicios de la temporada de 2006 lo que significaría para Malvín la llegada del jugador Fernando Martínez y del entrenador Pablo López. El popular Enano arribó proveniente de Aguada, club con el que perdió la final de la LUB 2005-2006 con Trouville en el Cilindro Municipal. Martínez, surgido de las divisionales formativas de Montevideo Basket-Ball Club, pasó por Goes, estuvo en España, volvió a Uruguay para ponerse la camiseta de Olivol Mundial en la disputa del Metropolitano y luego vistió la aguatera, seguramente sin imaginar que desde aquel momento iba a participar en siete finales de la LUB. Fue figura en los dos torneos en los que formó parte del plantel de los de la calle San Martín. Malvín le puso el ojo y lo contrató, consciente de que se llevaba a un jugador que le daría buenos resultados en la cancha. En su primer año con el playero no sólo fue campeón, sino que fue clave con sus 21,3 puntos por encuentro. La hinchada ya enloquecía con ese pequeño gran basquetbolista. Los títulos se repitieron en 2010-2011 y 2012-2013, con distintos protagonismos de Fernando, pero siempre con promedios de tantos en doble dígito. “Dios es enano”, dice una bandera de la hinchada de Malvín, lo que marca el significado de Fernando Martínez para la institución.

Para la misma temporada llegó Pablo López. El otrora base de Peñarol comenzó su camino como entrenador al lado de Juan Carlos Cordatti, en las formativas de Aguada, en 1990 y 1991. Se largó solo en Colón, donde estuvo tres temporadas a cargo de un proyecto poco común para la época. Su carrera al mando de equipos de mayores se inició en Montevideo en 1995 y continuó en Yale; al equipo de Jacinto Vera lo une un sentimiento especial, ya que además de haber dirigido también jugó en ese club, coincidencia que se repite en Colón. Luego vinieron Larrañaga y Bohemios, y más tarde Paysandú Basket-Ball Club, al frente del cual disputó la LUB 2003. Quedará para siempre en el recuerdo la final con Defensor Sporting, en la que discutibles fallos arbitrales le sacaron la copa de campeón de las manos. Tuvo la revancha al año siguiente, pero Salto Uruguay se llevó en buena ley el título. Poco tiempo después tuvo la posibilidad de jugar otra final, esta vez dirigiendo a Malvín. Fue con Biguá en el Cilindro Municipal y el playero ganó 3-1. Los logros con el azul se repitieron una y otra vez: a esa primera conquista se sumaron tres más, la última en la noche de ayer. Sin dudas, un verdadero ganador desde el banco de suplentes, muy metódico en su trabajo, muchas veces castigado injustamente por los especialistas y con una chance muy corta en la selección, de cuya dirección técnica fue destituido de una manera no merecida.

Fernando Martínez y Pablo López, dos nombres que quedarán para siempre impresos en las páginas de la historia de Malvín, que de forma inobjetable es nuevamente campeón. ¡Salú, playeros!