Peñarol y Nacional empataron 1-1 en el Centenario, con goles de Ivan Alonso y Hernán Novick. Antes de que Novick la colgara de tiro libre, Nacional ganaba por la mínima diferencia, jugaba mejor y quedaba a un punto de un liderazgo que dejaba de ser exclusivamente aurinegro y pasaba a repartirse entre los carboneros, Danubio y River Plate. Pero el acierto del volante que llegó desde el banco les dio cabeza de ventaja a los carboneros a sólo tres fechas del final del Clausura, ese último tren que ya calienta motores rumbo a la definición de un Campeonato Uruguayo, que ayer engrosó el historial de empates clásicos con el 1-1 que Peñarol celebró.

Antes de que Novick la colgara de tiro libre, Nacional ganaba por la mínima diferencia, jugaba mejor y quedaba a un punto de un liderazgo que dejaba de ser exclusivamente aurinegro y pasaba a repartirse entre los carboneros, Danubio y River Plate. Pero el acierto del volante que llegó desde el banco les dio cabeza de ventaja a los carboneros a sólo tres fechas del final del Clausura, ese último tren que ya calienta motores rumbo a la definición de un Campeonato Uruguayo que ayer engrosó el historial de empates clásicos con el 1-1 que Peñarol celebró.

El equipo de Pablo Bengoechea repitió un problema generador de pérdidas de puntos y de tranquilidades: tras una primera media hora de aceptable a buena, decayó y pasó a ser dominado. Pasó que Nacional, al que le costó asimilar la reforma a la defensiva que realizó Gutiérrez cuando se confirmó que desde ayer ya no tendría a Gastón Pereiro, a la larga mejoró su contención y sus conexiones con Leandro Barcia y Carlos de Pena. De los volantes marcadores, Santiago Romero fue el más osado. Desbordó para tirar el pase atrás a los 44 minutos, cuando Barcia le erró a la pelota en la nariz del arco. En la misma jugada, alguien intentó restar, y su pelotazo rebotó en el delantero, volvió hacia atrás y rozó el caño zurdo de Pablo Migliore. He ahí la primera jugada riesgosa del primer tiempo. Una carambola. Así de chato era el paisaje.

Hasta entonces apenas se contaba un par de remates lejanos de Antonio Pacheco bien contenidos por Jorge Bava y algunas corridas del primer Peñarol. El que honraba la pulcritud que Bengoechea persigue mediante toques de Luis Aguiar y Tony o pivoteos de Marcelo Zalayeta. Matizaba su lentitud con corridas de un Jonathan Urretaviscaya que llegó a parecerse al de las jornadas previas a su lesión, y de Diogo Silvestre, uno de sus mejores soldados, atrevido con la pelota y asociado a jugadas importantes: le hicieron la falta que Hernán Novick aprovechó para empatar cuando se iban el partido y, quizás, el Clausura.

Con menos protagonismo ofensivo que el del norteño, Luis Espino se ganó uno de los reconocimientos tricolores. Puso actitud en los primeros minutos, cuando los muchachos de Guti no la agarraban ni con un calderín. Contagió a De Pena al final del primer tiempo, momento en el que Carlitos por fin consiguió superar a Jonathan Sandoval. Era el comienzo del predominio de Nacional, los primeros ladrillos de esa construcción subjetiva que a muchos nos lleva a decir que los albos estuvieron algo más cerca de la victoria que no se fue con nadie pero que los afiló ni bien Iván Alonso le rompió el arco a Migliore. El mérito inicial fue de Romero, por anticipar a Sebastián Píriz cancha arriba y transformar una salida aurinegra en una jugada de mano a mano sobre la valla ajena. La completó con la habilitación al goleador, que controló como los dioses y definió con un zurdazo inatajable, sobre un ángulo.

Iban 69 minutos. Dominado e impotente, Peñarol no tenía motivos para ser optimista. Pero el traspié inició un período de sacudones en los bancos y de sucesivos cambios tácticos, entre los que los carboneros encontraron la igualdad, como quien rasca un bolsillo y halla la monedita ante el gesto adusto del guarda de Cutcsa. El fútbol devino en ajedrez. Seis minutos después de pasar a perder, Bengoechea puso a Novick y sacó a Píriz, y, en simultáneo, Gutiérrez le ofrendó al incipiente y malogrado triunfo el ingreso del zaguero Guillermo de los Santos y la salida del ofensivo Barcia. El empate llegó a tres minutos de la doble variante. Sólo tres minutos después, dos nuevos cambios simultáneos demostraron que los ánimos habían cambiado. El DT tricolor apostó a ganar con Papelito Sebastián Fernández por su tocayo Gorga, desarmando la línea de cinco montada con De los Santos. Su colega aurinegro colocó al defensa Gonzalo Viera como volante de marca y sacó a Urreta. La igualdad ya le resultaba grata, aunque se le haría desear. Hubo tiempo para un cabezazo en el palo de Alonso y para que De Pena, a segundos del final, obligara a Migliore a mandarse una atajada vital poco después de forzar un patadón que bien pudo costarle la roja al Hormiga Valdez. Ésa y una jugada en la que los aurinegros reclamaron penal sobre Zalayeta fueron de las pocas incidencias que dieron paso a protestas dirigidas a Ubriaco, el árbitro cuyo pitazo final desencadenó puñitos apretados en ese medio país que sueña con desafiar a Nacional en una semifinal que ahora es algo más viable.