No sé lo que piensan ellos, no sé lo que creen, lo que viven, pero te aseguro que no hay en el mundo un partido como éste. No importa quién gane, no importa si lo terminás festejando o si lo terminás sufriendo, pero es algo fantástico.

Ganó Argentina, que en lo previo era el que más posibilidades tenía si el resultado dependiera de sumar la calificación individual de los jugadores dirigidos por Gerardo Martino. Seguramente habrá quienes, en la teoría o en la comodidad de su hogar, opinen que el partido se debió jugar de otra manera y se pregunten por qué los uruguayos no se soltaron antes, pero desde acá queda la clara sensación de que no era posible.

Es el clásico más antiguo y más vigente del mundo. Y es y fue como debe ser: un partidazo o un bodrio, pero, eso sí, un huracán de nervios, un remolino de emociones y tanta tensión como sólo los rioplatenses podemos imaginar, para casi decir que lo disfrutamos, aun en el dolor de la derrota tratada con el bálsamo del esfuerzo de los sueños.

Todo arranca como uno se puede imaginar: con los argentinos con la iniciativa y los uruguayos atacando como hienas la pelota. Los rodean y, en el momento justo, atacan.

El primer intento de ataque argentino terminó en el primer contragolpe uruguayo. En esos primeros aleteos del partido parecía que el 4-4-1-1 daba firmeza en la marca, y esfuerzo y versatilidad en la contra.

Lo fáctico, lo real es que los de Messi buscan, juegan, inventan, y los nuestros, inquebrantables, van tras ellos. Qué bien que combinan los argentinos (iba a poner “que juegan”, pero Uruguay también está jugando, a pesar de que al resto del mundo no le gusta, y tan bien están jugando, que en un minuto casi llegan al gol dos veces).

De hecho, aun sufriendo, el equipo de Tabárez logró adormecer a Messi y compañía, y al final de la primera parte terminó atacando Uruguay, con pelotas aéreas que pusieron en cuestión a la defensa argentina.

El segundo tiempo tuvo más interacción en sus minutos iniciales, hasta que por fin Argentia pudo romper el cero con una brillante combinación por la derecha que remató, brillante, de cabeza, el Kun Sergio Agüero. ¡Fua! Así está difícil, pero de a poquito los orientales se fueron rearmando. El Pato Carlos Sánchez y, especialmente, Abel Hernández entraron muy bien en el partido, y a pesar del peligro latente de cualquier contragolpe argentino, Uruguay pudo poner casi contra las cuerdas a los albicelestes.

Cuando Rolan puso esa zurdita tan frágil, pareció que ya no habría ninguna igual, por más que la reac- ción uruguaya, basada en ganas y proyecciones del Mono Pereira, generaba la idea de que habría alguna. Y la hubo, y de no ser por el arquero Romero, la celeste podría haber empatado.

La agria sensación de la derrota ante una oncena tan poderosa y de jerarquía se compensa con la idea de la latencia que nos pueden dar nuestros futbolistas, en cualquier instancia y aun con bajas en la formación.

El sábado con Paraguay habrá que encontrar la clasificación y seguir soñando con que nuestros niveles de competencia nos permitan enfrentar cualquier rival en cualquier situación. Ésa es parte de la recompensa que nos ha dejado este camino.