Una lástima irse así. Chile ganó in extremis 1-0, cuando Uruguay ya estaba con diez (después quedó con nueve por la roja a Jorge Fucile). De esa forma, con aquel inapelable gol de Mauricio Isla cuando la insistencia chilena era, como en todo el partido, pertinaz y pertinente, la roja resolvió el partido y su paso a semifinales, y en la misma instancia ejecutó la eliminación de Uruguay.

Chile ganó porque hizo todo para ganar, no porque Uruguay haya hecho todo para perder. En este cruce de fuerzas, en su teórica correlación, Uruguay entendió que no tendría más posibilidades que preocuparse sólo por contener al rival y eventualmente llegar al gol de alguna manera o en los penales, que nunca llegaron.

Conforme pasan los años esto se pone cada vez más complicado de resolver, ya no por conocimiento o razonamiento, sino por las emociones a las que te somete este equipo. ¿Por qué siempre así? Siempre solos en la inmensidad y con sus sueños. Siempre, y entonces este cronista de la cotidianidad siente que se hace cada vez más difícil soportar calladito y solo esa sensación que ellos me han transferido desde siempre, desde la historia, desde el presente, de salir a la cancha ante todo un estadio, toda una ciudad, todo un país y a veces -como en África- todo un continente, desafiar el destino de ser boleta y soñar con que otra vez será posible. Todo bien. Ya lo viví en Argentina dos veces, en Brasil, en Paraguay, en Venezuela -con el Canario mostrando el tatuaje de Artigas-, en Sudáfrica, primero con ellos y después con los ghaneses. Es mucho más que ser visitantes: es desafiar el destino, es reprogramar los contenidos del show entertainment. En cada caso, pudiendo y no pudiendo, nos han colocado en una situación única que se traduce a cada uno de los que por lo menos soñaron con ponerse la celeste al pecho. En mi caso, estoy jugando este partido desde el sábado, en cada tecla, en cada ascensor, en cada pizza, en cada botones, en cada tos, y después todo se reduce a poco más de hora y media, en la interacción entre dos colectivos llenos de tecnicismos, estrategias y cargas emocionales. Y listo, es la ingrata gloria del deber cumplido, del hice todo lo que pude.

Todo había comenzado lento, con precaución. Nada nuevo para los nuestros, pero sí una clara encomendación de Jorge Sampaoli para ellos. Aquella primera contra, que generó un par de óbol-córners, permitió dejar en claro que la preocupación de los chilenos era grande en ese aspecto.

Chile no podía conectar y Uruguay no sólo quitaba, sino que controlaba, forzando siempre. A los 10 llego la roja con pirueta poco útil de Eduardo Vargas, que levantó a la tribuna, embobecida y confiada en el toque y la técnica tan de ellos y tan ajena para los celestes. Tanto embromar con los córners, el primero fue de ellos y ni lo tiraron, pero empezaron a jugar más en nuestra cancha y se soltaron, y eso no estuvo bueno para el plan de Tabárez y cía. Ni para nosotros, los que no planeamos pero miramos como si jugáramos.

Un desborde de Maxi Pereira y otra contra abortada con foul fueron el respiro-convicción de que así podía ser, y el tiro cruzado del Pato Sánchez, ni te digo.

Pero los minutos fueron pasando y mis dedos se fueron congelando ante la ausencia de jugadas orientales, y, lo que es peor, ante la permanente creación de peligro de ellos. Hasta que por fin tuvimos un córner, y dos, y tres, y entonces respiramos un poquito, pero con la idea de que no sería posible esperar soportar un segundo tiempo así, de aguantar, futbolísticamente, otro tiempo así.

El comienzo de la segunda parte fue un infierno, un círculo del infierno que ni el más actualizado Dante Alighieri hubiese podido concebir.

Y a los 10 clavados le quedó de macho a Diego Rolan, después de un buen ollazo de tiro libre, y no pudimos. Después le quedó otra linda a la Joya Hernández, que sustituyó a Rolan.

Quedaban 25 cuando expulsaron a Edinson Cavani. El centrodelantero reaccionó ante una provocación del defensor chileno Gonzalo Jara, quien al parecer intentó hacerle una suerte de tacto rectal en la mitad de la cancha. Muy, muy, muy difícil. Con uno menos, con laterales con amarilla y sin nada de nada de juego.

Ay, ay, ay, el tiro cruzado del Pato Sánchez, ese zurdazo del Cebolla... Pero ta, pasó lo que iba a pasar, y cuando faltaban cerca de 10 nos embocó Mauricio Isla. Chau.

Parece que había una sola fórmula para pasar, que era aguantar; si ya había sido pesadísimo aguantar con los 11, mucho más con diez, y ni hablemos con nueve.

No se pudo, pero siempre se podrá.

A seguir sufriendo, a seguir creyendo, a seguir jugando.