Camina. Sus pasos en solitario hacen eco en la suela y levantan el polvo de la calle a la altura del talón. Es una persona más de las pocas que hay en el pueblo. Hay nombres y todos se conocen. Camina. A lo lejos se notan las cosechas en su etapa de invierno. Mira los campos con ojos de rural. En el verde está la productividad de casi todas las familias. Camina, mira y piensa. Es 15 de julio, y su lugar en el mundo, ese pequeño punto en el mapa que forman unas pocas manzanas y muchas praderas, celebra 112 años de su fundación. Lo piensa y lo siente, porque es la forma que le permite ver lo que quiere ver. Y lo ve como quiere, a lo Macondo, porque el pueblo es su estado de ánimo.

Jurar, juramos todos. Un 18 de julio, pero de 1924, nació en el poblado de Porvenir, unos 20 kilómetros al sureste de la capital de Paysandú, un club con camiseta a rayas horizontales azules y blancas y con vivos rojos en el cuello. Los colores suenan como propios. Aquellos ilusionados pueblerinos, de apellidos Ferrari, Mesia, entre otros, decidieron nombrar al equipo en el que depositarían varias de sus horas de vida el día de la fecha: 18 de Julio.

Heredero de la mejor tradición de juntarse para compartir actividades, 18 de Julio fue uno de los tantos equipos que participaron por los años de los años en la Liga Sureña de Paysandú. Ahí se nucleaban la mayoría de los equipos departamentales de tierra adentro. Alternó victorias y derrotas, como todos, sacó algún baluarte que despuntó en ligas mayores y fue testigo de los cracks que no llegaron. La vida misma también se parece a la de un puñado de pueblos.

El devenir formó el destino. La Liga Sureña, o sea la del fútbol chacarero sanducero, dejó de desarrollarse en 2012. Algún valiente del 18 tiró la intención de pasar a competir en la capital, porque el destino también se enhebra. Nadie quería ver los colores, sus colores, sin actividad. Y la idea prendió y se sumaron voces, esfuerzos, plata, ganas, decisiones. Ese mismo año, el 18 de Julio participó en la B del campeonato de Paysandú y no subió por un punto. Fue al año siguiente que logró el ascenso en finales por el repechaje contra Huracán de Paysandú, luego de que ganara un partido cada uno y los de Porvenir triunfaran en los penales. ¿Misión cumplida? “Tas loco”, dijo el paisano.

A la temporada siguiente el equipo fue por más. Sergio Esquivel, igual que ahora, era el entrenador. Confiaron en él como quien pide ayuda para compensar lo que no sabe. Seres humanos. Para competir en la cancha grande sanducera, el entrenador y la directiva se preocuparon por el fútbol: traer jugadores con buen pie, sumar experiencia a la juventud, armar un buen grupo, salir a ganar; comer asado cortando directo de la parrilla, al aire libre, sea invierno, verano, al mediodía o de noche. Asado. El premio fue un lugar en la historia: 18 de Julio ganó el Apertura, el Clausura y la Tabla Anual del Honor de Paysandú. El pueblo fue una fiesta.

“Es un sueño. A nivel de fútbol es lo máximo que 18 ha pisado”. Esas palabras del Nilson, el paisano, le dan sentido al “tas loco” anterior. El hombre habla orgulloso de la participación del equipo en la 12ª Copa Nacional de Clubes, con el sentido de pertenencia como sinónimo de felicidad. Habla de disfrutar los cuartos de final contra Wanderers de Artigas porque el objetivo para la primera experiencia está cumplido. Y quiere ganar. Aunque el resultado no importe, quiere ganar. Porque el orgullo, pa’l paisano, no es engreimiento. Es el festejo de unos pocos, apenas más de 1.000 vecinos, que celebran sus 1.000 y pico de granos de arena.

De porvenir se trata. 18 de Julio juega en el Estadio Municipal, donde 28 focos alumbran la cancha, más que muchos del país. Además, piensan en el legado: es la primera vez que un club tiene todas las categorías, desde los cinco años del fútbol infantil hasta la sub 18, en Porvenir. Y para sustentarlo mueven máquinas en esa dirección: en unas seis hectáreas de campo se tendrá un complejo de canchas. Todo a pulmón. Todos trabajan por la causa. O sea, por trabajar.

Camina. Pasa la iglesia, la plaza, la comisaría, la casa del coronel Rodríguez, el edificio de la vieja escuela. Y no camina más porque el pueblo se acaba; en su defecto, tendrá que dar vueltas en redondo. En el paseo se cruzó con varios. Saludó con trato campechano, esos con palmada de bienvenida en el hombro (que a veces hasta desacomoda el paso de tan fuerte).

En el pueblo no hay nada, pero nadie está huérfano. Es un mundo aparte. Es un mundo tan cercano que las cosas y las gentes carecen de nombre: para nombrarlas basta indicar con un dedo. Es sencillo de comprender. En 18 de Julio son gentes que saben que no tiene nada, pero ponen todo. Porque tienen todo y no se quedan sin saber de nada.