Cada sede tenía su centro de prensa con wifi, sus gradas de prensa y su zona mixta. Ésa es la estructura protocolar que se aplicó en la mayoría de los escenarios de los Juegos Panamericanos de Toronto 2015. Trabajar para operaciones de prensa es una tarea que podría ser de lo más sencilla -por ejemplo, acomodando a los periodistas en sus asientos- o de lo más complicada. Esto último se debe a que algunas sedes no fueron preparadas debidamente, o simplemente la infraestructura del lugar no permitía una mejor disposición de los espacios. Si bien esto ocurre en todas las competencias, en Canadá están más dispuestos a apegarse al manual que en cualquier otro país del continente.

“Aquí es la zona de prensa. Aquí no se puede filmar ni tomar fotografías. Eso es allí”, decía un voluntario que trabajaba en la cancha de hockey y señalaba diez metros más lejos. Si las despojamos de contexto, estas palabras tienen su lógica, y obviamente son instrucciones claras, de manual. El problema es que el camarógrafo que recibía el rezongo estaba en esa zona bajo una sombrilla, a resguardo de la lluvia torrencial que, diez metros más allá, hubiera roto su cámara. La flexibilidad era una opción en esa situación, máxime cuando la zona de prensa estaba vacía por causa de la lluvia. Pero para los funcionarios que hacían respetar las órdenes en estos Juegos Panamericanos no lo fue. Si el libro lo dice, así se hace.

La prohibición de tomar imágenes y de filmar videos desde las posiciones de prensa se choca de narices con la realidad. Una gran cantidad de espectadores presentes lo hacían sin que la seguridad les hiciera reproche alguno. Ir disfrazado de civil podría hacerles la tarea más fácil a aquellos periodistas que no contaran con la acreditación de un portador de derechos. En la era de las telecomunicaciones, en la que el ciudadano común transmite prácticamente en vivo las competencias y tiene cámaras de alta calidad, el protocolo de medios del Comité Olímpico Internacional (COI) está obsoleto. Un montón de normas impiden a los periodistas trabajar de la mejor manera y alcanzar a satisfacer los requerimientos de su audiencia. Por el contrario, las redes sociales de espectadores, dirigentes y médicos adjuntos a la delegación se llenaron de las imágenes que luego se retransmitieron en sitios web y canales de televisión. Estos ejemplos parecen empecinados esfuerzos por mantener el valor de los derechos de televisación. El que no paga sus derechos no puede mostrar nada.

Si algo más hizo falta para boicotear el trabajo de los periodistas en esta instancia polideportiva, fue el maltrato de la organización a los atletas. Los deportistas, estrellas de estos eventos y razón por la que las cadenas de televisión y los patrocinadores pagan millones de dólares, son maltratados. Su voz nunca es escuchada. No se les pregunta dónde prefieren dar la entrevista poscompetencia ni si quieren darla, y mucho menos se considera el tiempo que quieran tomarse para contestar. Usted, señor estrella, debe pasar por el corral llamado “zona mixta”. Debe hacerlo como ganado y obligatoriamente, contestando primero a los portadores de derechos en menos de un minuto y luego al resto de los periodistas en el lapso de otro minuto.

Lo que esta experiencia demostró es que si en uno de los momentos de mayor éxito y mayor emoción de sus carreras, el COI pretende que los deportistas sean capaces de ser tan breves como para soltar todas sus emociones en menos de un minuto, se equivocan. El valor del movimiento olímpico son los deportistas, sus emociones y sus momentos de alegría, furia, decepción y euforia. Como producto televisivo, quienes organizan esto deberían notar que en caliente y apenas terminadas las competencias, las emociones fluyen para todos: espectadores, periodistas y atletas. Pretender cortar ese chorro de emociones lanzadas al micrófono instantes después de la gloria o el fracaso es destruir el valor del producto que ellos venden, en busca de una organización más prolija y con menos demoras.

El producto que se puede generar desde allí es, entonces, boicoteado por la organización y sus estrictas normas. Un médico, dirigente o cualquier otro miembro de la delegación puede conseguir mejor material que los periodistas y fotógrafos. Por eso, no es de extrañar que Uruguay sólo tuviera tres periodistas y un par de fotógrafos presentes para cubrir estos Juegos Panamericanos, que en términos deportivos son tanto o más importantes que los Juegos Olímpicos en posibilidades de éxito y cantidad de atletas uruguayos. En la era digital, las sensaciones, festejos y primeras repercusiones se transmiten más rápido en el mundo virtual que lo que a un reportero se le permite. Y si es así, ¿para qué invertir en viajes y hoteles? El producto que la organización pretende vender a millones es víctima de su mal diseñado y obsoleto protocolo. Un protocolo suicida.