Dolores Moreira nació en Paysandú, hace poco más de 16 años. En esa ciudad vive y estudia cuando no está viajando para competir en vela, el deporte en el que es la promesa de Uruguay. Tras ganar la medalla de plata en los Juegos Panamericanos y alcanzar la clasificación a Río de Janeiro 2016, Moreira sigue alojada en la villa de los atletas en Toronto. Allí la visitó la diaria, para conocer más acerca de la persona detrás de la deportista. Sus sueños, sus motivaciones y sus miedos fueron motivo de conversación en una tarde en la que no pudo librarse de los llamados de radios y canales de televisión uruguayos.

“Ahora estoy un poco más tranquila, pero la locura sigue”, cuenta Moreira al hacer referencia a las solicitudes de entrevistas telefónicas que le llegan a montones. Durante los viajes en los que compite y entrena, quien se hace responsable de ella es el entrenador que la acompaña. “Con el entrenador vivís, pasás las 24 horas del día y se hace cargo completamente de vos. Todos los entrenadores que tengo son como segundos padres. Mi familia tiene confianza total en ellos, si no, es un problema”, revela la medallista, y agrega: “El entrenador cocina porque yo no sé cocinar nada”. Dolores tiene claro que fuera de fronteras, ella asume una sola responsabilidad: “Representar a Uruguay es mi responsabilidad”. Pero no siempre las cosas resultan fáciles, y hay momentos complicados en los que viajar sin la familia duele más. “El año pasado en París me tuvieron tres horas en la aduana y no me dejaban entrar o salir. Yo llamaba a mis padres y tratamos de pilotearla para salir de ahí. Me tenía que ir de un aeropuerto al otro para viajar a Italia”. La diferencia entre un avión y otro era de diez horas, pero la escala se complicó más de la cuenta. Al final la anécdota quedó para el recuerdo, pero para Lola, que en aquel entonces tenía 15 años, no fue un momento sencillo. “Se ve que me vieron cara de uruguaya y me frenaron. Como decía que iba a competir a un campeonato europeo me decían que a los europeos sólo van los de Europa y no sudamericanos. Cuando pude salir, mi madre repetía por teléfono que si quería llorara, que no pasaba nada, pero yo estaba bien”, recuerda.

Su vida en las ciudades que recorre tiene una rutina repetida. “A donde vamos intentamos estar cerca del club, para ir del apartamento al club y del club al apartamento. Siempre así”, cuenta. Evidentemente, las diferencias entre los deportistas de alto rendimiento y cualquier otro ciudadano se hacen notar. Para una adolescente de 16 años, las actividades cambian totalmente cuando la dedicación al deporte es absoluta. “Es muy diferente mi vida”, asegura Lola, comparándose con sus amigas. “Ellas pueden hacer lo que quieran durante el día. Juntarse con sus amigas o estudiar. Yo tengo que estar estudiando y entrenando gran parte del día y luego descansar”. “Para mí, en este momento, lo primero es el deporte. Ya lo hablé con mis padres y obviamente el liceo lo voy a terminar en el tiempo que sea necesario, pero por ahora la prioridad es el deporte”, asegura. Cuando está en su ciudad natal, va al liceo y trata de hacer sus tareas lo más rápido posible para tener más tiempo, entrenar la parte física y navegar. Lo curioso es que no siempre lo hace acompañada por sus entrenadores. “En Paysandú salgo a navegar sola, a veces, porque no coincido con los horarios de entrenamiento, que son los fines de semana”, revela con sinceridad. Es difícil imaginar deportistas de primer nivel que tengan que tomar las riendas de sus propios entrenamientos por circunstancias como éstas. Ella lo hace.

Lola no habla si no es necesario. Contesta a todas las preguntas, pero no se extiende en detalles innecesarios. No es tímida, pero los grabadores, los micrófonos y las cámaras pueden sacarla de su confort. A medida que transcurre la charla, se suelta más, se muestra más tranquila y hasta se permite mostrar sus sentimientos respecto de este momento. De forma medida y sin generar confrontación, repite algo que ya ha dicho muchas veces en los últimos días: “Todo depende del apoyo que haya”. Su forma de decirlo es gentil y diplomática. La medalla posa sobre la mesa, como garantía de que ese apoyo llegará. “Para estar dentro del top 10 mundial hablamos con mi entrenador y entendemos que toma unos cinco o seis años de competencia de primer nivel, de entrenar a full, tener roce internacional”, asegura. Para eso debe salir a competir afuera, a Europa, porque como ella remarca, la diferencia de nivel entre este continente y el europeo es inmensa. “Si entrenás sólo en Uruguay y no competís afuera no es lo mismo, no te comparás con los que tienen nivel superior”, resume Lola.

La vela es un deporte que nos representa de gran forma desde hace varios años. En los últimos cuatro Panamericanos algún deportista de la disciplina consiguió una medalla. A eso se suma la participación destacada de Alejandro Foglia en Londres 2012, cuando ganó la Medal Race y alcanzó el diploma olímpico. Intentar hacer comparaciones entre una joven de 16 años y Foglia, un deportista con larga trayectoria, es difícil. Sin embargo, Lola Moreira no esquiva la pregunta que muchos le hacen. ¿Cree que puede ser una deportista olímpica con actuaciones destacadas como la de Foglia? “Aspiro a eso. Por eso fue que empecé en la categoría láser. Me inspiró Alejandro Foglia e intento ser como él”, responde.

Sueños sin dormir

En términos de experiencia, ésta fue inolvidable. Los flashes se dispararon cuando la bandera uruguaya flameó en el podio de Toronto, pero Lola se acuerda de todo. Desde la primera regata, en la que ganó y sintió que había empezado con el pie derecho, hasta el penúltimo día, cuando todo se desmoronó. En las últimas dos regatas clasificatorias, disputadas un viernes lluvioso, Moreira tuvo el peor rendimiento en estos Juegos. Estuvo 10ª y 11ª, y cuando todo llegaba al final, perdía el puesto de clasificación olímpica y de medallas. “Ahí tuve un muy mal día. Navegué muy presionada”, confiesa. Con gran autocrítica repasa esos momentos y evalúa el rol que jugó la presión en su rendimiento: “Dejé que todo se metiera en mi cabeza y ahí fue cuando dije: ‘Ya está, la medalla ya está, no la voy a poder sacar y tampoco la clasificación’”. Ya lo pensaba arriba del barco, porque había largado mal y en esa carrera [la última clasificatoria] ya me rendí”. Uruguay queda lejos y, en el otro hemisferio, muy pocos conocían las expectativas de Lola por llevarse la medalla y por clasificar a Río. Sin embargo, ahora, días después de la alegría, su voz se quiebra al referirse a esos momentos. “Cuando terminé no podía decir ni una palabra. Me llevaron de remolque hasta el club y entonces fui todo el rato llorando, porque estaba destrozada. Esa noche no dormí nada, pero nada. Estaba muy nerviosa por el siguiente día. Pasé toda la noche pensando situaciones en las que la chica argentina podía venir a arruinarme la regata. Lo pensé mil veces”, asegura. Esa situación difícil, en la que los deportistas viven la competencia en carne propia antes de que se dispute y repasan las posibilidades es inevitable, pero nociva. A tan corta edad, Moreira conoció de primera mano el significado de sentir la presión. Ella no lo duda, lo dijo antes y así lo piensa: su única responsabilidad es la de representar a Uruguay. Y el efecto de esa responsabilidad fue lo que Lola cargó con ella en su barco ese día. “Fue todo de cabeza. Las condiciones que hubo acá durante todo el campeonato fueron perfectas para mí. Con poco viento es cuando yo me siento más confiada y pienso que ando mejor. Fue todo un tema de cabeza. Ese día estuve ida todo el día, fueron puros nervios y miedo al fracaso”, repite. Si bien sabe que ese día no manejó bien la presión, está trabajando con un coach deportivo para tener más fuerza emociona a la hora de enfrentarse a todas las circunstancias. “Desde que empecé hasta ahora estoy mejorando mucho. Yo creo que vamos por buen camino”, evalúa.

La situación se revirtió en el último día, y todo lo malo del viernes se volvió alegría el sábado. En la previa ella notó ese cambio: “Estaba motivada, vino mi entrenador, me hizo tres charlas y antes de salir al agua me tiró muy para arriba, me cambió la cabeza completamente”. Básicamente, consiguió convencerla de que su logro ya era enorme y que no necesitaba demostrarle nada a nadie, ya lo había hecho. Luego fue todo estrategia y ejecución, y el error de la rival. “En la Medal Race, en el agua, yo pensé que la argentina [Lucía Falasca] iba a venir a cuidarme a mí, pero no. Se la jugó por sí sola, fue en busca de la plata y no se preocupó por mí. Yo largué cuidándola, le tapé el viento y comenzó a buscar viento libre y yo iba cuidándola. Cada virada que ella hacía, yo la seguía. Entonces pude lograr que ella cometiera el error y se fuera sola para una punta mientras toda la flota se iba para otra. Ahí empecé a cuidar a la venezolana hasta que terminé”.

Una noche antes, Moreira sufría las consecuencias de una derrota, su ánimo estaba tocado y le costaba digerir su mal día. Pocas horas después, festejaba todo lo que vino a buscar: una medalla y clasificación a sus primeros Juegos Olímpicos. De todas formas, no se regodea en su éxito y siente esta victoria como una instancia más, en la que podría haber sido la derrotada. “Falasca cometió errores que yo perfectamente podría haber cometido estando en su lugar. Son cosas que pasan. Cuando terminó fui, la abracé, se puso a llorar. Nos peleamos todo el campeonato el puesto, y bueno, son cosas que pasan. Es tremenda persona y yo la respeto mucho”. Ésa es la joven Lola Moreira, una persona que desde sus palabras demuestra su humildad y su madurez. Una deportista que en una semana vivió más experiencias de las que pudo imaginar y experimentó más sensaciones de las que pudo soportar.