Vení vos, andá para ahí, llevala, ¡la estás pifiando! El fútbol tiene esas cosas, tiene esos momentos en los que nada sale, y en los que todo puede suceder. Cerro ganó porque quiso, y porque demostró que además de que “el barrio tiene toda su grandeza”, también tiene su fortaleza. Fue inteligente y paciente, sobre todo.

Fútbol cero; no se podía, no ameritaba. Todo lo lindo del Monumental Luis Tróccoli, entre sus tribunas, su colorido y su marco escénico ilustrativo, se opacó con el mal estado del campo. En momentos en los que las canchas uruguayas demuestran un buen balance con el césped, la de Cerro es una de las pocas excepciones.

Por eso el juego fue netamente disputado, con mucho sacrificio. Los dos se adaptaron al rival, se condicionaron y se atacaron con la misma receta. El contexto daba para eso, y no más. El buen fútbol no apareció, pero las ganas, las corridas, las apuestas y hasta las duras entradas lo aprisionaron.

Wanderers, llevado por el pésimo estado de la cancha a un juego totalmente distinto del tradicional, tuvo que dedicarse a lanzar pelotas en profundidad y apelar a las individualidades para llegar. De todas maneras, esas fórmulas no le funcionaron. Gastón Rodríguez no anduvo, excepto por una, cuando se animó por la izquierda y la mandó. Pero ni siquiera eso, porque el volante se fue expulsado rápidamente en casi media hora de juego por doble amarilla, consecuencia de dos duras entradas, primero al Nano Gonzalo Ramos y después a Luis Urruti, que obligaron a que Ferreyra lo sancionase.

El trajín lógico del encuentro obligó a Cerro a cambiar su pisada, pero en ningún momento se notó la superioridad numérica más que en el espíritu. El veloz Urruti avisó con dos contras que marcaron peligro, pero que el delantero no resolvió bien. Eso, sumado a un tiro libre peligrosísimo de Lucas Hernández, fue lo que movió las fichas del primer chico.

Los bohemios se mostraron capacitados para jugar con desventaja en el complemento. Corrieron y obligaron a Cerro a no pestañear. Ahí estuvo el negocio villero. El albiceleste no cometió -casi- errores, aunque su funcionamiento en ataque fue trunco. Sí fue muy destacado lo del volante ofensivo Nano Ramos, con toques, desbordes y pases que desequilibraron, o la potencia de Urruti, pero el ataque en movimientos colectivos falló.

Los espacios no aparecían, y Wanderers hacía más inteligente su juego. Los minutos se iban, y la desesperación en los de Eduardo Acevedo obligaba. Por las ganas, por lo que valía la victoria, Huguito Silveira le fue con todo a Emiliano Díaz para robarle la bola, y vaya si lo hizo. El delantero le entró duro al zaguero (sin oficio de marca) y se fue expulsado. Quedaban pocos minutos, y la cosa se emparejaba.

Pero Cerro no desesperó y, con paciencia, lo fue a buscar. La pelota cayó del cielo y Urruti, el más enchufado de todos, puso el cabezazo perfecto. En esos partidos en los que no aparece, y hay muy pocas, el delantero tuvo el mérito. El villero lo festejó porque lo trabajó. Por ahora respira y tiene oxígeno para seguir.