Antes del partido, hubo dirigentes peñarolenses de peso que admitieron en privado que iba a ser difícil sostener a Pablo Bengoechea si su equipo no le ganaba a Fénix el sábado, tras las puertas cerradas del estadio Luis Franzini. Por eso, cuando Maximiliano Pérez abrió la cuenta a los 79 minutos de juego mediante la conversión de un tiro penal, dio la sensación de que temblaban los cimientos aurinegros. Pero, como en los tiempos de la arremetida rumbo al quinquenio, el riverense fue San Pablo de los Milagros. Sus muchachos hicieron dos goles en seis minutos para destrabar la tarde y alcanzar el 2-1 que los reenganchó en la tabla y bajó de la punta a un Fénix que también perdió el invicto.

Claro que ahora ya no se trata de centros envenenados para la arremetida de los cabeceadores ni de tiros libres al ángulo. Tampoco hablamos de una mera coincidencia. El Peñarol de Bengoechea, que jugó poco durante buena parte del partido, encontró una victoria claramente asociada a la reacción posterior a los cambios del técnico. A los 59 minutos, Nicolás Albarracín entró por Marcelo Zalayeta. A los 66, Cristian Palacios por el juvenil Rodrigo Viega. Finalmente, a los 86 el argentino Carlos Luque lo hizo por Gianni Rodríguez. El gol del empate llegó a seis minutos del final y tuvo participación clave del ingresado Albarracín antes de la gran definición de Diego Ifrán. El de la victoria llegó en la hora y desde el banco: Luque fue un puntero de los que ya no quedan, y Palacios tomó su pase para definir bajo, dentro del área.

El cierre del partido en el atardecer del Parque Rodó dejó el saldo de una victoria sanadora y el de un juego más fluido y profundo, gracias al aporte de Albarracín por la derecha, las ganas de Palacios de aprovechar la primera chance oficial que le dieron y los breves pero fundamentales minutos de Luque por la izquierda. Ifrán tuvo lucidez para recibir por el medio, y Diego Forlán aportó lo que un péndulo, moviéndose libre y generando sociedades. Aplicado, parejo y con aciertos, aunque lejos de descollar. No se ahorró caídas de brazos ni caras de disconformidad ante las desconexiones reiteradas durante los malos pasajes anteriores.

Fénix fue un escollo duro, pese a que finalmente le burlarían la muralla y enterrarían su fama defensiva. A Peñarol le costó llegar a la meta. Lo dicen el reloj y el trámite chato del primer tiempo y buena parte del segundo. Gonzalo Papa trabajó muy bien y complicó el armado de Forlán y el de un Luis Aguiar que creció y se adelantó. Andrés Schettino pecó de desordenado, pero también obstruyó el juego, y Raúl Ferro repitió el adelantamiento sorpresivo mostrado fechas antes, a veces asociado a búsquedas largas de Martín Ligüera. Pese a que la corrida de Luque llegó por su punta, Juan Álvez hizo un gran partido y le sacó de la línea un gol a Carlos Valdez, que aportó la primera jugada carbonera riesgosa con un anticipo en paloma cuando promediaba el segundo tiempo.

Eran los minutos en los que Peñarol empezaba a empujar, con la doble misión de superar y superarse. De pasar del terreno de las buenas intenciones al del protagonismo ofensivo claro, desafío repetido desde que asumió Bengoechea. Desafío imposible para Fénix que, tardíamente, movió el banco con intenciones de cambio cuando pasó a perder, apenas quedaban los descuentos y la costumbre de guardar variantes hasta el final se le volvió una inesperada maldición.