La fotógrafa turca Nilüfer Demir retrató a un niño muerto en las costas de Bodrum, al sur de Turquía. El niño es un sirio de tres años que escapaba junto a su familia de la persecución jihadista e intentaba entrar a Europa por la costa de Kos, en Grecia. Uno más de los cientos de miles de sirios que intentan a diario escapar de la guerra, uno más de los tantos que mueren ahogados, asfixiados, deshidratados, de hambre, de calor.

Pero no es uno más. Se llamaba Aylan Kurdi, tenía tres años, era de la región de Kobane y es el único refugiado que nos duele en serio.

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La foto se publicó, se compartió, se comentó, se lloró, se viralizó, y artistas del mundo homenajearon al niño/ángel. El impacto de la imagen, su fuerza para sacudir cabezas y su capacidad de resumir la tragedia de muchos nos recuerda a la nena desnuda corriendo en Vietnam que retrató Nick Ut.

La foto de Aylan, sin embargo, es aun más fuerte. Porque la niña vietnamita producía el inevitable choque que genera verle la cara al horror, pero seguía siendo algo ajeno. Las quemaduras de napalm, los gritos, los soldados, las explosiones; ésas son cosas que pasan allá, en otro lado, bien lejos.

Aylan, en cambio, está tranquilo, como un nene que se acuesta a descansar después de haber jugado mucho en la playa. Aylan tiene un short azul y una remera roja un poco levantada y se le ve su espalda de bebé. Aylan todavía tiene puestos los zapatitos. Aylan podría ser mi sobrino, mi hijo, yo.

Aylan no sufre, no sangra, no se da cuenta. Duerme al borde del mar con esa paz y profundidad con la que sólo pueden dormir los niños, y la ternura de verlo descansar no nos prepara para la trompada: parece dormido, pero no.

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Muchos medios internacionales, conscientes de la fuerza de la foto, se encargaron de reproducirla gigante en sus portadas, y algunos, no satisfechos con el morbo generado, también publicaron imágenes de Abdullah, el padre, llorando desconsoladamente porque en un ratito perdió a su esposa y a sus dos hijos. Otros criticaron esta decisión creyéndola amarillista e inoportuna y se negaron a participar en el show de la muerte.

Entonces la pregunta sería: ¿es necesario mostrar un bebé muerto para saber qué está pasando?

A juzgar por las repercusiones, sí.

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Se supo luego que la familia de Aylan había pedido en junio asilo en Canadá y se lo habían negado. El ministro de Inmigración canadiense suspendió su campaña de reelección para investigar los motivos del rechazo a esta petición, y hasta parece que le ofrecieron al pobre Abdullah, recién ahora, asilo en ese país, cosa que él rechazó ya que quiere volver a Siria a enterrar a los suyos y quedarse allí.

Se organizaron marchas en ciudades de Europa bajo el lema “Welcome refugees” (bienvenidos, refugiados), diplomáticos de distintos países prometieron rever su política migratoria, medios y especialistas recordaron la diferencia entre inmigrante y refugiado, miles de islandeses ofrecieron asilo a refugiados en sus casas y otros miles de personas indignadas dijeron que si no fuera por la maldita burocracia que tan fielmente representa el policía anotando algo parado al lado del cuerpito de Aylan, hoy el nene sería un feliz ciudadano canadiense.

Y el problema es que no, no lo sería.

Porque los refugiados nos dan lástima si se mueren, pero no los queremos cerca si sobreviven. Porque los mismos que se estremecen pensando que Aylan es muy, demasiado parecido a sus hijos son los que temen que ese mismo Aylan de grande ocupe sus puestos de trabajo, los que no entienden cómo un país al que no le sobra la plata pueda usar algo de su presupuesto refugiando familias sirias, los que llenan las webs de los diarios de comentarios xenófobos porque a un sirio se le ocurrió decir que Uruguay es caro, los que piden que se vayan porque no logran adaptarse a la cultura, los que no quieren tener en su país a gente que acarrea el trauma de la guerra.

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Porque Aylan se parece a un nene que conocemos, pero es mucho más parecido si está muerto. Entonces si una foto, por más terrible que sea, nos conmueve, nos toca, nos hace empezar a entender la magnitud de la situación siria, publiquémosla. Pero para poder despertar nuestra humanidad es requisito que esté dormida.

Y capaz que sólo parece dormida, pero no.